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Sin rumbo fijo le indiqué al conductor del taxi que diese un par de vueltas antes de caer en la deducción lógica de que no tenía adónde ir, excepto por la mansión Bruni.

Alejándome de lo obvio, opté por un hotel cerca de Santa Fe y 9 de julio, en plena Capital Federal. Permanecer una noche alejada de todo y de todos me permitiría pensar con algo más de claridad.

Quizás, caminar por la avenida la mañana siguiente, perdiéndome en la algarabía de pleno microcentro porteño ocultaba mi tristeza y desencanto.Confundida, sumida en un llanto trunco y en una jaqueca terrible, caí rendida en la cama de esa gran habitación, para dormirme de inmediato.

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El aviso de las doce llamadas de Alejandro y las dos de Leo me servirían de despertador.

Refregando mis ojos, a desgano, me puse de pie tras 8 horas de descanso intranquilo y tomentosos recuerdos.

Sin establecer cuáles serían mis planes, en lo inmediato decidí salir a recorrer los locales comerciales de Avenida Santa Fe algo que solía odiar en cualquier situación común en la que no tuviese la necesidad de olvidar.

Sumergiéndome en el eclecticismo de la arquitectura céntrica, en las numerosas galerías comerciales y variedad de tiendas, sin darme cuenta, me detuve en un reconocido negocio de ropa para niños.

Una extraña crisis azoto mi sentimentalismo; me encontré cuestionando por primera vez si yo podría ser una buena madre. Con mi reflejo vagando en la vidriera, entremezclándose con los maniquíes, no daría crédito a lo que mis ojos verían por sí solos: mi amiga Luciana estaba dentro de la tienda, descolgando ropa de unas perchas muy pequeñas. Con mi ceño marcando una V profunda, ingresé al local para saludarla.

─¡Lula! ¿Cómo estás? ─ pregunté apenas me acerqué a ella, rodeadas de peluches y banderines de tela.

Su rostro de horror le ganó a la emoción por verme después de varias semanas.

─ ¿Qué hacés acá? ─ de un modo desagradable arrojó la prenda infantil sobre el mesón en el cual se exponían varios vestiditos de niña; acto seguido, me agarró del brazo conduciéndome a un sitio menos concurrido dentro del negocio─ ,¿me estás persiguiendo? ¿Leo te dijo algo de ayer?

Arrebatadamente, fiel al estilo de Luciana, me dejó estupefacta y boquiabierta.

Sin reaccionar de momento, desencajada y dudosa, quedé con miles de preguntas sin poder salir de mi boca.

¿Leo?¿Ayer?¿Decir qué?

Como en una telenovela las imágenes aparecieron como flashes una tras otra casi sin intervalo entre ellas: su extraño comportamiento al momento de ir al bar de Karaoke, su mal genio al anoticiarla de mi casamiento con Leo, la mentira que tenía como protagonista al Gitano...

─¿De qué hablás?─ la bomba estaba cerca de estallar y las esquirlas volarían por doquier.

Callando, se colocó los anteojos de sol ahumados y giró su rostro, levemente más redondeado. 

Saliendo del negocio intempestivamente, Lula se escabulló por entre la gente apostada en la vereda. Siguiéndola con prisa, corrí tras sus pasos hasta que logré posicionarme delante de ella, deteniendo su marcha.

─ Lula, ¿qué carajo te pasa? ¿Por qué me esquivás?─ acusé ante su impavidez y mi confusión.

─¡Por nada! No quiero verte ni hablar con vos─ cerrando su abrigo con fuerza, ignoraba mis preguntas y mi mirada.

─¿Por qué? ¿Qué te hice?

A cada paso que intentaba avanzar yo la cercaba, interrumpiendo su andar, repreguntándole qué me ignoraba.

"Solsticio de Medianoche" -  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora