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Como si algo faltaba, acababa de llegarle un rumor a la junta directiva sobre un acuerdo explícito entre la inminente nueva socia y uno de los accionistas principales de la compañía con plena intención de alzarse con el 35% de las acciones.

Nada de malo tenía dicha fusión de no ser por una cláusula dentro de la carta orgánica de la empresa en la cual se prohibía terminantemente que miembros de la junta tuviesen relación amorosa fuera del ámbito laboral ya que de esa forma, consideraban garantizarse la total independencia de las partes al momento de ejercer su participación dentro de la compañía.

Sin otra alternativa que comunicarme con mi hermano y comentarle en qué punto estábamos situados, lo puse al tanto. La solución adoptada por Alina era bastante noble:  casándose antes de tomar posesión de las acciones, contaba con un respaldo legal que en caso de hacer lo contrario, no.

Todo parecía complicarse y la única manera de no levantar sospechas era demostrar que su compromiso era real, palpable.

Mantener las acciones dentro de la familia era uno de los objetivos principales. Si Alina no hubiese accedido a recapacitar y buscar una alternativa viable, las acciones se pondrían en venta y cualquier miembro de la junta directiva de la sede londinense podría comprarlas, obtener la mayoría y virar el rumbo de la empresa familiar a su conveniencia.

Desde el momento en el que me hice responsable de la presidencia de la compañía, siendo yo muy joven, tendría tatuado a fuego bogar por las inversiones y cuidar las reservas. Más ordenados económicamente gracias al manejo financiero de Leo, estábamos en el camino correcto en pos de mantener bien posicionada  la compañía que con tanto esfuerzo, nuestra abuela había sabido llevar a lo más alto.

La auditoría necesitaba garantizarse que Alina no vendiera sus acciones a un precio irrisorio ni tampoco antes de los dos años, por lo cual, si Leo y ella se mostraban juntos y enamorados, las sospechas de un posible acto de fraude se desvanecía por completo.

Al finalizar el matrimonio, la estrategia apostaba a la venta de las acciones; con la ventaja de saber anticipadamente el momento de su publicación, Leo y yo las compraríamos al precio de mercado y así, en nombre de la empresa, alzarnos con el 55% del total y con el respiro de ser mayoría dentro la comisión.

Maldije la complejidad del sistema financiero. 

Yo era Licenciado en Bioquímica graduado con honores en Inglaterra, con una especialización en química farmacéutica, entendiendo poco y nada del aspecto económico. Para ello estaba Leo quien a diferencia de mí, debía su formación académica a la Universidad de Buenos Aires y algunos doctorados en economía, a Londres.

Inmerso en la soledad de mi oficina, en el piso 11 de una torre de edificios ubicada a diez minutos de mi departamento inglés, exhalé rogando que esta jugarreta saliese lo mejor posible. El ardid inventado en Buenos Aires era riesgoso pero bien valía la pena. Tanto Leo como Alina estaban dispuestos a sacrificar su soltería y libertad por dos años para lograr el beneficio del plan.

El reloj de pared se reflejaba en los amplios ventanales de mi despacho, en el cual sumía mi autocontrol. En menos de dos horas tendría que recoger a la parejita feliz en el Heathrow con el fin de escribir un nuevo capítulo en esta historia tan intrincada como interesante.

Dilatando la decisión final de alojarse en mi casa durante el tiempo que permanecerían en Londres, Leo y Alina se hospedarían en "The May Fair", un hotel 5 estrellas lo suficientemente cercano a la oficina como para no demorarse en traslados.

A disgusto, terminé por considerar que era una decisión acertada: Alina, Leo, Catalina y yo compartiendo los mismos metros cuadrados, significaba un suicidio colectivo. Pasajes de mi aliento estampillándose en la piel de Alina, en el baño de la habitación tras su compromiso, punzaron mi entrepierna.

"Solsticio de Medianoche" -  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora