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Mi relación con Leo se consolidaba como algo más que un noviazgo por conveniencia y eso me aterraba. Sin embargo, el día a día juntos me demostraba que podíamos ser algo más que simplemente amigos.

De a poco mi cuerpo lo reconocía estremeciéndose ante su contacto. Leo era cuidadoso (a veces demasiado) pero lo consideré como la primera etapa de esta aventura en la que los dos nos escabullíamos.
Dejarlo escapar sonaba demencial, siendo tal vez lo mejor que me había ocurrido en mi vida adulta.

Aun así, no lo amaba.

Con las campanas de la culpa resonando en mis sienes, por las noches me resultaba difícil conciliar el sueño; me preguntaba el por qué, cuestionándomelo todo y extrañando las manos de Alejandro por toda mi piel.

Leo era el hombre perfecto para mi conciencia pero no para mi corazón. ¿Sería muy exigente de mi parte pretender estar enamorada de él? Sin respuestas, mi cabeza se desplomaba sobre la almohada, quedando exhausta por tanta conjetura inútil.

Por las mañanas, una pequeña aureola de lágrimas se agolpaba en la zona de mis parietales atestiguando el descontento conmigo misma. Asimismo, debía gratitud a Leo y luchar por esa bendita causa de mantener la compañía junto a sus herederos.

Todavía sin comprender del todo mi papel dentro de todo este enjambre de cuestiones inherentes a los porcentajes y participaciones en la empresa, estuve dispuesta a saltar al vacío de la mano de Leo.

Alojados en la habitación catalogada como "The Ebony Suite", no podía quitar los ojos de las enormes y amplias vistas del centro de Londres ni del delicado y excelso gusto por la decoración que me rodeaba. La terraza, era de ensueño.

Los contrastes entre la madera oscura, los pisos en tonos ocres y los muebles de estilo contemporáneo, hacían de mi estadía algo sumamente confortable. Agradecí que Leo no hubiera optado por que fuésemos los huéspedes de su hermano; de este modo no sólo tendría la posibilidad de conocer esta joya de la decoración sino que me ahorraba estúpidas y sosas ensaladas hechas ni más ni menos que por la igual de estúpida y sosa de Catalina.

Frente al espejo panorámico ubicado en el cuarto de baño, tras una ducha expeditiva, unas sombras oscuras asomaban por debajo de mis ojos. Bendije a Dios por la existencia de un maquillaje que las disimulasen.

Recogiendo, batiendo, volviendo a recoger mi cabello y soltándomelo nuevamente, no me definía. En una hora más un coche pasaría a recogernos para ir en dirección a Kensington Close Hotel, el sitio elegido por Alejandro para hacer nuestra presentación ante la junta directiva y principales miembros de la firma.

Siempre había detestado las reuniones formales en las cuales la gente paseaba con copas en su mano, pavoneánandose y destacando sus proezas económicas logradas sin el mínimo esfuerzo.

Nuestra obligación era sostener una vil mentira. Un rumor, de desconocida procedencia, amenazaba con echar por la borda el plan que Alejandro, Leo y yo estudiaríamos para conservar la empresa en manos de los Bruni.

Entre mis pensamientos e intentos de peinado, vi a Leo  conversando solitariamente con el celular marcando un surco a su paso. Cansada, indecisa, lo  dejé a su libre albedrío. Mi entusiasmo por esta reunión se reducía a la nada misma. 

Bufé, desinflando lentamente mis cachetes.

Aun así debía mostrarme segura, afable y con cierto grado de sofisticación, características no muy regulares en mí. Era perturbador fingir ser alguien que no era, aunque peor era fingir un sentimiento.

─Me gusta como te queda el pelo suelto ─ apareciendo por detrás, abandonando un beso en mi cabeza, Leo guiñó su ojo para ir rumbo a su vestidor en busca de un traje de etiqueta.

"Solsticio de Medianoche" -  (Completa)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora