RETO #9 | Rito de iniciación | GANADOR

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A las seis de la mañana se encendieron las luces, pero Ogal ya estaba despierto. Había llegado el gran día. Salió de su estuche de dormir, tomó el paño de lavarse, se frotó con él todo el cuerpo y se calzó el mameluco gris.

Se reunió en el salón comedor con su familia y los otros miembros del arca. La expectación era indisimulable. Durante la comida los mayores repitieron los últimos consejos y buenos deseos en los oídos de los candidatos que ese día partirían a conocer la tierra. Cuánto les gustaría volver a tener esa oportunidad. Inspirados en ella trabajan cada día de sus vidas.

Ogal y los demás quinceañeros se acomodaron en el torpedo eólico. Las arcas debían mantenerse a una distancia mínima de las plataformas continentales, por lo que el trayecto les demandaría una semana, como mínimo. Pero a ningún candidato le importaba eso. Remarían toda la travesía con tal de pisar la tierra. Estaban tan ansiosos por llegar que dicha actividad física proveería una buena válvula de escape para tanta adrenalina segregada. Si el viento rotaba más de lo pronosticado tendrían que hacerlo, pero por el momento eran más útiles en otras tareas.

En grupos reducidos repasaron los protocolos de seguridad para distintas contingencias. Las misiones generales y específicas habían sido estudiadas al detalle durante el año previo. Habían hecho prácticas en simuladores. Mientras navegaban revisaron el programa por enésima vez. Estaban preparados para lo que hallaran, pero cuando estuvieran ahí, ¿cómo se sentiría en realidad?

Sería maravilloso encontrar fauna salvaje. Ogal la había visto sólo en hologramas. Era improbable que sobreviviera en un contexto tan frío y contaminado como la tierra. Además, de existir, huirían de la presencia humana. Los últimos registros de avistajes eran muy antiguos.

El abuelo Aihab, que había sido de los últimos en emigrar a un arca, afirmaba haber visto aves en tierra firme antes de exiliarse. Contaba que en las arcas conservacionistas el canto de los pájaros y su disposición para la vida menguaba de forma notable. Ogal no entendía por qué algunas veces, luego de contarle esas historias, el anciano lloraba.

Sólo al acercarse a la costa necesitaron remar. Las fuerzas abundaban. Tomaron sus mochilas, se colocaron las máscaras de gas y salieron al muelle. Tambaleándose llegaron a la zona destinada para levantar campamento. Ogal se sentía muy mareado. Con que eso significaba tierra firme. Le costaba contener las náuseas, y muchos de sus compañeros estaban igual. Los simuladores no habían sido tan duros.

Armaron las carpas con dificultad antes que anocheciera y activaron los filtros de aire. Ya adentro se sacaron las máscaras de gas y se dispusieron a dormir. La mayoría prefirió evitar la cena.

Al día siguiente la actividad comenzó a las seis. Luego de higienizarse y desayunar, la comitiva salió en pequeños grupos hacia distintas zonas, y una vez en sus zonas se separaron para trabajar. Ogal comenzó a tomar muestras. Serían representativas del año y la región, y al volver serían analizadas por especialistas para ajustar los pronósticos de inhabitabilidad de la poca tierra emergida que quedaba.

Hacía mucho frío a la intemperie, y el smog enturbiaba el aire. Ogal se aseguró de estar sólo y soltó las correas de su calzado. Por los bajos del mameluco gris asomaron sus pies, ahora en contacto directo con la tierra. Sabía que el aire era tóxico pero no era letal en dosis bajas, así que se aventuró a sacarse la máscara de gas por unos instantes. No entendía por qué pero, descalzo y con la cara al viento, él también lloró.

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