Capítulo 21

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—Lo siento, Nicole, pero es que perdí la noción del tiempo. Y bueno, ¿No leyeron la nota que les dejé? —pausa—. Ya, pero deja de gritarme. Te pareces a mamá, joder. Sí... a lo que terminemos de almorzar me voy para el departamento. ¿Le dieron de comida a Lolita? Bien. Nos vemos después... adiós.

Helena cortó la llamada suspirando y se guardó el móvil en el bolsillo de la sudadera. Cedric la miró esperando que dijera algo, pero al verla tan sumida en sus pensamientos, decidió empezar él.

—¿Todo bien?

—Sí. Se ha enojado un poco por no haber llamado antes, eso es todo.

—Mmm. Así que... ¿Lolita?

Ella se lo quedó mirando hasta que entendió a lo que se refería.

—Sí. Calvin eligió el nombre de la gatita.

Después abrió mucho los ojos.

A Cedric se le dilataron las aletas de la nariz.

—¿Calvin estuvo en tu departamento?

—Sí —respondió, incómoda.

—¿Cuándo?

—¿Para qué quieres saberlo?

—Respóndeme.

Helena estiró la mano para coger la copa de vino y darle un largo sorbo, un gesto bastante inusual en ella, pero que lo había hecho ante el impulso de necesitar algo que la avivara ante lo que presentía que sería una posible discusión.

Cedric observó el movimiento de su garganta al tragar y alzó las cejas cuando dejó la copa en su lugar.

—¿Y eso?

—Nada. Me apetecía un sorbo para probar el vino; no me ha gustado del todo —dijo, sin saber muy bien porqué estaba mintiendo.

—Ha sido absolutamente innecesario. Como sigas así voy a tener...

—¿Qué?, ¿Prohibirme beber? Te recuerdo que soy una mujer adulta y puedo hacer lo que quiera, Cedric.

Él frunció el ceño y le espetó:

—Iba a decir que tendría que pedir otro vino para que compartamos, pero ya que insistes en bebértelo tú sola, supongo que no tendrás problema con tu jefe si mañana amaneces con resaca.

Helena lo fulminó con la mirada, y a su vez, él la fulminó con la suya.

El camarero se acercó con los pedidos, un joven uniformado de chaleco y corbata, y dejó frente a cada uno los platos. Preguntó si necesitaban algo más, a lo que Helena negó agradeciéndole con una gentil sonrisa.

—La verdad es que sí —dijo Cedric, sorprendiéndola a ella y al camarero mismo por el tono de voz tan abrupto—. Nos gustaría que nos cambiaras el vino por otro.

—Claro. ¿Qué vino les gustaría?

—¿Qué vino tienes para ofrecernos?

—Cedric —dijo de pronto Helena. Parecía tensa, con las manos cerradas en puños sobre la mesa y los labios apretados en una fina línea—. No es necesario.

Él la miró extrañado.

—¿Segura? Dijiste que el vino no te había gustado.

—El vino está bien. Por favor, deja al camarero tranquilo para que podamos estar solos.

—De acuerdo. Lo siento —dijo, dirigiéndose al camarero y mirándolo con resignación—, pero es ella quien toma las decisiones, no yo.

—No hay problema. —dijo cautelosamente—. Disfruten de su almuerzo, si necesitan cualquier otra cosa pueden llamarme.

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