Al caer la noche, millones y millones de mosquitos salían del lecho del río, se elevaban en oscuras nubes, cubriendo el cielo, giraban formando pesados enjambres, al bajar volando producían un intenso sonido que iba creciendo en la oscuridad, este zumbido rabioso se escuchaba amenazante sobre el caserío.
Los mosquiteros que protegían los hogares eran fácilmente destruidos por la furia de tan terribles alimañas. Era sangriento el espectáculo que ofrecían las paredes de las casas, salpicadas con tremendos cuajarones de la sangre negra de gordísimos moscos que reventaban al morir aplastados por palos y escobas.
Aterrorizados, en su desesperada lucha por sobrevivir, los piedadenses, con ojos enrojecidos y profundas ojeras, permanecían en vela, durante las mil y una noches que duró el terror. Aquel zumbido insoportable no les permitía dormir. Cualquier picadura producía un enorme tumor negro cuya comezón les hacía rascarse hasta sangrar. Paralizados por el miedo, imaginaban una muerte anémica por picaduras de insectos, pero venían a morir envenenados en medio de los gases del DDT con que llenaban sus casas, tan herméticamente cerradas.
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LA INVASIÓN DE LOS MOSCOS GIGANTES
Science FictionLos pasajeros de los autobuses que atravesaban la ciudad, rumbo a la central camionera, pensaban que La Piedad, Michoacán, era un lugar de locos. En su trayecto por los boulevares L. Mateos y L. Cárdenas, por las ventanillas, veían a sus habitantes...