Capitulo 6

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Pidió prestada una escalera. Era una petición extraña y un tanto patética, nadie ahí jamás tendría necesidad de una. Al preguntar si tenían una, lo único que recibía era negaciones seguidas de risas burlonas. Inclusive Carmen rió en voz baja cuando se lo pidió y después colocó una mano sobre su cabeza e hizo que alguien se la proporcionara.

Dejó la puerta abierta a propósito para que aquél singular y adictivo aroma circulara.

La habitación era bastante alta y estaba llena de antiguos cuadros surrealistas y de demonios, entre tantos estaba una representación de la "Expulsión de los demonios de Arezzo" de Giotto di Bondone, aunque seguramente se trataba de una antigua réplica y no de la original, que debía de estar en un museo. En lo personal le desagradaba la mayoría de la decoración que a pesar de ser vieja y costosa, era oscura tal y como sus habitantes.

Tenía que parase de puntas si quería que la brocha llegara a tocar el techo aun hasta en el último escalón. Con trabajo lo logró. Dio la primera pasada con pintura negra. Faltó al entrenamiento por segunda vez, estaba segura de que Lázaro la regañaría y se imaginó uno de sus castigos, seguramente dolería.

Casi terminaba de pintar el techo. Puso mal el pie sobre la escalera y se tambaleó. La alta escalera se movió y ella cayó; mientras caía pudo imaginar sus brazos impactando en el suelo y dando una vuelta de trescientos sesenta grados para terminar en una grotesca pose como muñeca de trapo.

Ese momento jamás llegó, unas duras manos la sostuvieron bruscamente.

Abrió los ojos y limpió las gotas de sudor que descendieron de su frente. Se volvió agradecida, la idea de la puerta abierta había servido. Al volverse y aún con taquicardia, miró a su salvador. Se trataba de un apuesto hombre como de unos veintisiete años, muy blanco, con cabello negro un poco largo y bien peinado, cejas tupidas y oscuras, tenía los ojos de color azul muy claro, con nariz fina y gran altura.

–No sé que hubiera hecho si no hubieras llegado.-agradecida se sonrojó al encontrarse rodeada entre sus brazos y cerca de su rostro y duro pecho. Olía muy bien. Cuando levantó la vista y miró sus ojos se dio cuenta de un brillo y una singular dilatación en las pupilas; al igual que sucedía con los ojos de Dan o los de Anthony, que aunque eran deslumbrantes, se notaba que no eran humanos.

–Probablemente habría sangre y muchos estarían como ratas a tu alrededor chupando lo que les tocara.–dijo el hombre con humor negro y la soltó de inmediato al comprobar que estaba a salvo. Su mirada se tornó oscura y sus ojos azules claro se ensombrecieron.

Annete se lo imaginó, sintiendo un escalofrío al crear la imagen de aquello que había dicho y luego lo volvió a ver, desconcertada. Ahora el vampiro estaba sonriendo y aunque unos segundos atrás parecía estar sediento, ahora su sonrisa era amigable y un tanto seductora.

–Soy Annete.–aunque le atemorizara, era muy apuesto, debía de decir algo más que sólo mirarlo y dejar de parecer una tonta.

–Lo sé, yo soy Frederick.–dijo éste cortés, impresionándola.

Su forma de caminar y la manera tan propia y correcta con la que se comportaba y expresaba eran como la de un noble o príncipe antiguo. Era tan gentil, cortés y tan atractivo, que costaba creerlo. Así no era como en los cuentos lucía una asesino.

–¿Quién eres?-preguntó nerviosa sonrojándose.

El vampiro la estudió, no se parecía en casi nada a Carmen y se veía muy débil como para haber logrado hacer todo lo que ya le habían informado. A su parecer, como al de todo el mundo, no seguiría con vida por mucho tiempo. La miró con un desprecio disimulado. ¿Por ella su líder estaba cambiando? ¿Por una simple vida podría traicionar a su especie?

Luz EscarlataDonde viven las historias. Descúbrelo ahora