—¿Vivías ahí? ¿Por qué?

—Porque quise. El viejo me pidió muchas veces que me fuera con él, pero ya te dije, no suelo atarme y la única verdad es que tuve miedo, miedo a encariñarme más y que al final de todas formas me encontrara en el mismo sitio.

—¿Y él lo aceptó, así, sin más?

—No le dejaba muchas opciones, creo que ya te has dado cuenta de lo obstinado y terco que puedo llegar a ser —expresó sereno. Paulina sonrió en respuesta.

—Y nunca se ofreció, no sé, ¿a pagarte los estudios?

—Pau, deja eso. Él es el mejor hombre que he conocido e intentó todo conmigo y, créeme, logró mucho más de lo que imaginas, pero eso no lo iba permitir, ya bastante me daba.

—Es un orgullo absurdo, Alex. ¿Qué tenía de malo aceptar su ayuda?

—Pero si la acepté, vivía ahí, me pagó cursos, me ayudó a terminar mis estudios, se preocupó por mí y cambió mi vida. ¿No crees que era más que suficiente? No podía abusar.

La chica bajó la cabeza, entendiendo.

—Así que de la noche a la mañana te quedaste sin casa y sin trabajo. ¡Qué tipo tan miserable!

—En eso estoy de acuerdo, lo es. No solo por mí, sino por todos, despidió a todos.

—Pero si fue así, algo te correspondía —argumentó. Alex negó haciendo una mueca.

—Yo nunca tuve contrato, jamás se me ocurrió pedirlo o don Horacio hacerlo. ¿Para qué? Era como mi padre, pero ya ves, eso me dejó con un poco de problemas.

—¿Qué hiciste?

—Encontré casi de inmediato un trabajo muy bueno gracias a un cliente que iba con frecuencia. Alquilé un pequeño lugar, me gustaba lo que hacía y me ayudaba a sobrellevar lo que acababa de pasar. Pero, ¡puf! Parece que siempre hay peros, ¿verdad?

Lo escuchaba imaginando todo, atenta, como si estuviese leyendo algo adictivo, de suspenso. Lo cierto era que la forma en la que lo había dicho no era en lo absoluto sufrida, al contrario, le causaba gracia, cosa que admiró aún más. A pesar de todo lo que le contaba no parecía ser infeliz. En menos de cinco minutos le narró cómo aquel cliente embriagado lo provocó de muchas maneras, humillándolo, hasta que le respondió sin poder contenerse y eso le costó el despido.

—¿Es en serio? —rugió abriendo de par en par los ojos—. Si tú no hiciste nada, cualquiera hubiera respondido de esa forma. ¿O qué? ¿Pretendían que le pusieras la otra mejilla? Eso no pasa, por el amor de Dios, la verdad es que no sé quién actuó peor, si ese borracho o el gerente —gruñó con pasión y furia. Alejandro rio encantado por sus reacciones, atento a cada una de ellas.

—Enamorarme de ti va a ser lo único fácil de todo esto, Pau —confesó. La aludida lo miró atontada, nerviosa por aquellas palabras. Alejandro no dudó un segundo, la acercó enredado una mano en su delicado cuello y la besó con una sensualidad cuidadosa que la hizo gemir sin remedio—. Y por si fuera poco, sabes tan bien que esto comienza a ser adictivo —susurró sobre esos labios para después volver a arremeter hambriento.

Casi a las tres de la mañana y gracias a que la temperatura bajó bastante, decidieron que era hora de marcharse.

—Te acompañaré a casa —determinó él. Ya iban a subir al auto.

—Claro que no, yo te dejo en la tuya y después me voy —replicó con sencillez. Alejandro negó con firmeza, acorralándola, de manera que su espalda quedara adherida a la puerta trasera de la camioneta.

Dulce debilidad © ¡A LA VENTA!Unde poveștirile trăiesc. Descoperă acum