[Capítulo 10]

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Kygo - I see you ft. Billy Raffoul


10

Llegó a la hora pactada, nerviosa, pero ansiosa por verlo otra vez. Ya iba a bajarse cuando Alejandro se acercó a su puerta para abrirla. Se veía algo cansado, sin embargo, en cuanto posó esos hermosos ojos miel sobre los de ella, a través del vidrio, aquella sonrisa que la maravillaba apareció y la dejó como solía: con un problema respiratorio. Fue consciente de cada fibra de su ser, incluso los vellos de su cuerpo bailaban felices por ese simple gesto.

Alejandro la hacía sentir viva, viva de verdad.

Al acercarse y observarla, toda la fatiga acumulada se desvaneció. Paulina se veía sencillamente preciosa. Sus ojos grises, con aquel juego de sombras, parecían casi mercurio, además, su cabello brillante lo incitaba a perder su mano ahí y tocarlo, memorizar su textura. Sonrió abriendo la puerta para toparse con una vestimenta que casi lo dejó noqueado.

¿Cómo diablos se veía aún mejor?

La chica bajó del auto, alegre. Era evidente que sabía muy bien lo que hacía y vaya que lo había logrado.

Lo saludó dándole un beso en la mejilla. Su olor dulce fue lo mejor de todo; lo envolvió en aquella neblina inexplicable a la que ya estaba comenzando a acostumbrarse.

—¿Cómo estás? —preguntó sintiéndose algo torpe y en desventaja. Debía oler a pescado, no estaba ni siquiera recién bañado y el cansancio del día seguramente se le notaba, no obstante, ella parecía un hada, una ilusión, ahí, frente a él, sonriendo tiernamente y envuelta en esa vitalidad que la caracterizaba.

—Bien, aunque tú pareces agotado —reconoció ladeando la cabeza un tanto desilusionada. El castaño elevó una de sus manos hasta su rostro y lo acarició desde la oreja hasta la barbilla de forma delicada. Paulina sonrió con timidez, maravillada por lo que le hacía sentir

—Los viernes así son, solo dame unos minutos y nos vamos, ¿sí? —La chica asintió, curiosa. ¿Aún no terminaban? El local ya estaba cerrado y Said listo para irse. Alex abrió de nuevo la puerta del auto para que subiera—. Prefiero que no estés a estas horas de pie aquí. Créeme, resultarás demasiada tentación. —Le dio un beso sobre la frente ayudándola a subir. El gesto la desconcertó y atontó, solo sonrió acalorada haciendo lo que le pedía, sin perderlo de vista.

Alejandro se despidió de su compañero y luego entró al local de cadena que estaba frente a ellos. Minutos después salió enfundado en otros pantalones más oscuros, una camiseta negra sin ningún distintivo de cuello redondo y colgando detrás una mochila junto con un suéter negro. Lucía más fresco. Unos segundos después subió oliendo a limpio, a él.

—Ahora sí, soy hombre dispuesto, sorpréndeme —la desafió poniéndose el cinto de seguridad. Ella sonrió alzando las cejas.

—Lo haré.

Minutos después entraron en un estacionamiento subterráneo de una torre de apartamentos asombrosamente lujosos que no se encontraban tan lejos de donde trabajaba.

La estudió arrugando la frente.

—¿Dónde estamos? —quiso saber Alejandro, tenso, actitud que la divirtió. Aparcó el auto y bajó. La imitó sin perder detalle de los coches que ahí se encontraban; ni en dos vidas podría tener uno siquiera similar—. ¿Paulina? —insistió, siguiéndola.

Dios, sí que eres impaciente. Si soy una psicópata es obvio que no revelaré mis planes, aunque debes saber que no pienso abusar de ti, así que tranquilo, tu honra está a salvo conmigo —bromeó guiñándole un ojo, abriendo la puerta trasera de la camioneta.

Dulce debilidad © ¡A LA VENTA!Donde viven las historias. Descúbrelo ahora