OCHO

1 1 0
                                    

Salí del feo establecimiento y comencé a caminar sin rumbo. Sentía la ira en mi pecho y cómo subía por mi garganta, sentía cómo me quemaba cada segundo, necesitaba botarla, sacarla de mi sistema o no sé qué pasaría conmigo. Paré en una calle cualquiera y empecé a caminar en círculos con mis manos en mi cabeza, hasta que exploté y me dispuse a golpear una pared una y otra y otra vez. La mano me dolía demasiado, como si estuvieran martillando un clavo en cada uno de mis dedos, pero la rabia que sentía era mucho más grande, así que no podía parar de pegarle, mi cuerpo no me lo permitía. Era como estar en un trance, ya nada me controlaba más que el impulso de todo mi brazo contra la pared, como si por unos minutos tuviera vida propia.

De repente, solo paré, toda esa adrenalina que sentí se esfumó de la nada, sin aviso, sin despedirse. Ahí comenzó el insoportable dolor. Sinceramente tenía mis sospechas de que me había quebrado algún hueso. Sentía que el dolor se expandía desde la punta de mis dedos, hasta mi muñeca. Agité suavemente mi mano haciendo una mueca de dolor, pero el simple hecho de mover mi dedo meñique me causaba más dolor del que se puede explicar en palabras.

De pronto un hombre pasó junto a mí y se detuvo al verme tan adolorida.

—Oye, ¿estás bien? —preguntó poniendo su mano en mi hombro.

Me giré a mirarlo y vi que no era cualquier hombre, sino que era el hormonal del mall y el acosador de la fiesta, creo que Matt era su nombre. Me quedé observándolo. ¿Qué hace aquí? ¿Qué quiere? ¿Se vería igual de guapo con los ojos café? Ehem, digo... ¿cuál es su problema?. Traía una camiseta blanca con unos jeans, una chaqueta de mezclilla y una de cuero sobre ésta última.

—No estoy bien —respondí con dolor en mi voz—. ¿Qué es lo que quieres? —pregunté con enojo y cansancio.

—Solo ayudarte. ¿Qué te pasó? —dijo con ternura. En sus ojos se veía la preocupación, no trata de seducirme o molestarme, él realmente está asustado.

—Golpeé la pared con mi mano y creo que me la rompí.

—Déjame ver —me tendió su mano y puse la mía con cuidado sobre la suya para que no me duela. Él la observó y luego movió mi dedo índice, lo cual me hizo gritar de dolor. Fue como si me hubiera triturado 20 huesos solo con ese movimiento—. Se ve grave y se te está poniendo morada, debo llevarte al hospital.

—No, iré caminando —dije negándome.

—¿Estás loca? Está a más de 25 calles de aquí. Vamos, yo te llevo —dijo dirigiéndose a su auto, que estaba detrás de mí.

—Tomaré un taxi —volví a negarme. No quiero que pierda su tiempo llevándome al hospital.

—Claire, ven, sube. Voy a llevarte, no me importa cuánto protestes.

Esas palabras fueron... algo dominantes.

Subí al auto y él comenzó a andar hacia el hospital. Diez minutos después ya estábamos entrando al estacionamiento y el acosador se estacionó frente a la entrada.

—Gracias —dije seca. No estoy acostumbrada a agradecer cosas, ni a que personas hagan cosas por mí, se siente extraño, como incorrecto, como si no lo mereciera.

—No hay de qué —dijo con una linda sonrisa y con las manos en los bolsillos—. Ahora entremos rápido para que te hagan radiografías o cirugías o esas cosas raras de médicos —rió ante su propio chiste. Patético.

Cartas de despedida Where stories live. Discover now