Cuentan por ahí que los demonios tienen jerarquías.

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Debería haber meditado antes de hablar, piensa mirando la sala desde su posición: apoyado en la pared. Recapacita sobre si aquello merece llamarse desastre o no, es algo peor. ¿Cuándo había sido la última vez que aquel lugar había sido visitado por la señora fregona, el señor cepillo y el pequeño trapito?

Mira de reojo la luz que se cuela entre las persianas del despacho donde Dylan se ha encerrado. No sabe exactamente porqué, pero tiene la ligera sensación de que no le ha caído demasiado bien a su jefe. Sin embargo, no es capaz de encontrar una razón sólida de manera que se obliga a olvidar sus pensamientos y concentrarse en el lugar que requiere sus atenciones.

Dylan levanta la vista de los documentos solo cuando la luz del escritorio no es suficiente para ver las letras.

Se quita las gafas y la gorra, librándose por fin de aquella debilidad que le ha perseguido durante toda su vida, que no es precisamente poca.

Revuelve sus cabellos oscuros y suelta una maldición al ver que todavía entra luz del salón, ¿aquel chiquillo no piensa irse nunca? Se regaña, está siendo injusto con una persona que, para empezar, ha contratado él mismo. Pero se siente incómodo en su presencia, hacía décadas que no estaba tan cerca de un ser humano. Había aguantado sin ningún tipo de esfuerzo el castigo que se había impuesto, y aquel crío llevaba allí apenas unas horas y su esencia está en toda la oficina y en su vida porque él se lo ha permitido.

Al salir del despacho se encuentra con más orden del que ha visto en mucho tiempo. Thomas está de espaldas limpiando con un plumero los cuadros que, antaño, él guardó en lo más profundo del armario y, que por lo visto, el rubio ha decidido salvar de su largo letargo.

- ¿Sangster?

Lo llama consiguiendo que pegue un brinco, Dylan sonríe de lado pues no se había dado cuenta de su presencia. Cuando los ojos sobresaltados de Thomas se encuentran con los propios una tranquilidad envuelve los iris chocolates.

- Es usted – suspira.

- No deberías sentirte aliviado, muchacho, soy más peligroso de lo que te puedes llegar a imaginar... ¿por qué te sientes tranquilo en mi presencia? – observa el plumero en su mano y el delantal que lleva puesto.- ¿Qué hace aún aquí?

- ¿Terminar de limpiar?

- Pero... - dirige su mirada al reloj de la sala que, de repente, funciona.- Ya son las diez de la noche.

- Vaya – exclama, sorprendido de lo rápido que se ha pasado el tiempo.

Es agradable estar allí, rodeado de un ambiente tan antiguo. Como si estuviera atrapado en el tiempo, como si en cualquier momento Sherlock Holmes pudiera aparecer por la puerta de aquel despacho tocando su violín...

Mientras se quita el delantal se detiene para mirar a Dylan, ¿puede ser él algo así como Sherlock Holmes? Se le escapa una pequeña risa al darse cuenta que los dos son igual de desordenados y extravagantes.

- ¿De qué se ríe? – pregunta extrañado, pero Thomas se encoge de hombros y le dedica una encantadora sonrisa que provoca en su interior más inquietudes de las que ya había.- Bueno, sea como fuere, es hora de irse a casa.

- ¿Me está echando, O'Brien? – pregunta divertido.

- Quizás.

Thomas sonríe de nuevo y Dylan se pregunta cómo es posible que una persona pueda sonreír tanto. Si lo pensaba bien, Thomas se veía como un niño pequeño: travieso, divertido, inofensivo y descarado, muy descarado...

- Hasta mañana, detective – dice, cogiendo las bolsas de basura.

Y, sin esperar respuesta, sale del lugar dejándolo completamente solo con sus pensamientos, como había estado siempre, como debería haber seguido hasta que llegara su hora.

Un ángel en el infierno #DylmasNewtmasAwardsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora