―Ay... ―me quejé, desenterrando la cara de su pecho y frotándome la nariz, adolorida por chocar contra algo así de duro―. Realmente prefería chocar con el piso. ―gruñí.

―Oh, lo siento muñeca. Pero no es mi culpa estar así de bueno. ―dijo, besándose los abultados bíceps. Fruncí el ceño, ¿acaso podría ser más engreído? ―. Vamos, pon mejor cara, ¿quieres? Es tu primer día de escuela, deberías estar emocionada.

Me revolvió el pelo como si fuera un perrito y depositó un beso en mi frente, pasando un brazo por mis hombros. Gruñí audiblemente, en respuesta a su demostración de cariño. Definitivamente, si fuera un perro, sería un pitbull, o, en todo caso, uno de esos cachorros nerviosos que le muerden a todo lo que les toca... Olviden la metáfora de los perros.

Apenas llegamos a la cocina, vimos a Mark sentado a la mesa, con mi madre en sus piernas y las manos entrelazadas sobre su regazo. Realmente, estos estaban disfrutando de su reciente matrimonio como dos adolescentes enamorados. Bueno, de todas formas, mi madre es una mujer hermosa, de esas que pueden volver locos a los hombres. "Una belleza moderna", diría mi abuelo si aún viviera, la única figura paterna que he tenido en toda mi vida. El cabello de mamá es más corto que el mío, pero no le quita la belleza que tiene su cabello sedoso, largo y con tirabuzones en las puntas. 

Con mamá somos bastante parecidas; bajitas, delgadas y de piernas largas, con el cabello color canela, un poquito más oscuro el mío y más claro el de ella. En todo eso, somos calcadas, salvo por mis ojos. Mis malditos ojos, esos ojos que son iguales a los de mi padre. Los odio, y odio no tener los ojos miel de mi madre, tan tranquilos y hermosos. Pero los míos son gatunos, traicioneros, fríos y poco acogedores. Y no me gustan para nada. 

―¡Hola! ―con una gran sonrisa, abracé por atrás a Mark y a mamá, los dos de una vez―. ¿Qué tal, mamá, Mark...

―Laura... ―escuché refunfuñar a mi madre, recorriéndome de pies a cabeza con la mirada.

―mesa, silla, taza...

―¡Laura...!

―Derek, tacho de basura, refrigerador...?

―¡LAURA! ―rugió mamá, lo que hizo que callara súbitamente y mirara el suelo perdidamente―. ¿Qué le hiciste a tu uniforme? 

―Lo lamento... ¡Pero es que no parecía yo! ―estallé, mordiéndome el labio de inmediato, como siempre que me preocupaba o angustiaba. Y mamá pareció notarlo, porque su expresión se suavizó. Aunque no había terminado de regañarme como se debía.

―Me da igual. Hoy vas a portarte excepcionalmente, ¿me oíste? Nada de patear, morder, ni meterte con las porristas, como siempre haces en las nuevas escuelas. El primer día, por lo menos, serás la chica perfecta.

―¡Pero, mamá...!

―Tú callada. Ahora, cómete tu tazón de frutas.

―Espera. ―mi madre me fulminó con la mirada y me encogí―. Es solo mi vaso de leche.

―Mmm... ―gruñó mamá. Atrás de ella, Mark me guiñó el ojo y levantó el pulgar en señal de aprobación. Sonreí, mientras los escuchaba murmurarle algo a mamá y verlo besar pausadamente su cuello. Mi madre pareció derretirse en sus brazos, porque se abrazó a él, suspirando y cerrando los ojos. Diablos, disfrutaba tanto verla así... Es mi madre, la amo y ahora está tan feliz que es imposible no alegrarse por ella.

Sonriendo como el gato de Alicia en el País de las Maravillas, me sirvo mi vaso de leche y lo bebo hasta el fondo en unos cinco segundos.

―¡Ah, revitalizante! ―exclamé limpiándome el bigote de leche de un manotazo.

DiferenteWhere stories live. Discover now