La chica nueva

286 6 3
                                    

Suspiré, mirándome en el espejo y observando con desaprobación el uniforme y accesorios que mamá había insistido que llevara a ese estúpido colegio para niños ricos. El uniforme, que consistía en una falda y blazer, era de un horrible color azul piedra, mientras que la camisa doblada en el cuello era blanca. Era suave, no recargado ni pretencioso, pero yo tenía la absurda idea de que sudaba dinero con aquella cosa puesta. Mamá no había permitido que llevara ni mis aros en la oreja ni mis lentes, a menos que necesitase leer, y traía puesto el collar y la pulsera de dijes que mi padrastro me regaló para mi último cumpleaños. La falda, que empezaba en mi cintura y caía suavemente sobre la mitad de mis muslos, era de una tela suave y ligera, no como la franela que nos obligaban a usar en mi antigua escuela. Las medias blancas que debían ser semi-transparentes, pero que se veían blanquísimas gracias a mi tono de piel, era de la misma tela, pero muchísimo más delgada. Los zapatos de escuela con broche brillaban con la luz del sol, que entraba a raudales por la ventana del ático. "Mi cabello castaño luce amarillo con esta luz", pensé.

Observé mi habitación y sonreí. Cuando nos mudamos aquí, hará un año, ciertamente se veía viejo y lleno de telarañas. La casa era enorme, podría haber escogido cualquier otra habitación, pero el ático me encantó y los transformé en mi espacio; pinté las paredes, puse mi cama, un armario y una alfombra, incluso Mark (mi padrastro) me compró un silloncito y una estufa. En invierno es delicioso hacerlo con una taza de chocolate en la mano y un libro en la otra.

Volví la vista al espejo y de pronto vi a una chica ricachona enfundada en un costoso uniforme nuevo devolviéndome la mirada. Un escalofrío recorrió mi espina dorsal y, de no ser porque conozco mi cara, no me habría reconocido en absoluto. Mi californiana roja junto a mi cabello castaño y mis ojos verde son lo único mío de este cuerpo, de modo que parezco una cabeza flotante. Hago una mueca para comprobar que soy yo.

Oh, a la mierda. Por desobedecer en algunas cositas no me pasará nada.

                                                           ********************************

―Mmm... Ciertamente, mucho mejor. ―murmuré, soltando el borde de mi falda y dando saltitos para bajar de escalón en escalón canturreando entre dientes, sintiéndome flotar. He cambiado ligeramente mi atuendo; la pulsera y el collar siguen ahí (más que nada por respeto y cariño hacia mi padrastro), pero los zapatos de broche habían desaparecido por completo y mis zapatillas converses los habían reemplazado. Las medias blancas habían sido cambiadas también, por medias negras, y en mis muñecas además de la pulsera de dijes traía varias otras, parte de la colección que había acumulado a lo largo de los años y por los diversos lugares en los que había vivido con mamá. Varios de playas y conciertos, otros de hoteles y moteles en los que había vivido con mamá debido a nuestra precaria condición financiera. Realmente, que conociera a Mark fue un alivio, puesto que al casarse con él por fin tuvimos un hogar estable. No es que se casara con él por eso; es solo una ventaja de casarte con un millonario, dueño de una tremenda empresa de publicidad y que prácticamente nada en dinero.

Como sea, mis lentes estaban allí, y también mis aros. Esperaba que no me regañaran demasiado.

De todas maneras, me encontraba orgullosa de mi tenacidad contra las adversidades (aunque se tratara de sólo un uniforme) y eso me ponía contenta; así que, a tres escalones del suelo, di un salto hacia el vacío (o hacia la alfombra persa de mi madre, en mitad del pasillo). Esperaba aterrizar perfectamente, con toda mi complexión de gimnasta (pese a ser enemiga declarada del deporte, tenía buena capacidad para ello, con mis piernas largas y ágiles y siendo delgada), pero choqué directamente con algo durísimo.

―¡Epa! ¿Laura? ―oh, vaya, Derek. Mi querido hermanastro mayor, un completo idiota que se empeñaba en tratarme como a su hermana pequeña, pese a que no nos unía ningún lazo de sangre. Eso me provocaba cierta ternura; pero aun así no iba a dejar que lo supiera.

DiferenteTahanan ng mga kuwento. Tumuklas ngayon