Capítulo treinta y uno

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– ¿Dónde nos vemos? – preguntó al fin.

– ¿Conoces el pent-house de Justin? – pregunté cerrando los párpados. No quería un show.

– ¿Justin? ¿Qué demonios haces en el pent-house de Justin?

– ¿Recuerdas que lo conozco gracias a mi padre? Bueno, pasó algo con mi padre y fue al único que pude buscar en el momento – mentí.

– ¿Está él contigo? – preguntó más que interesado.

– No, acaba de irse, pero tengo unas ganas increíbles de abrazar a alguien y no hay nadie por aquí – me asomé para que la mucama no hubiese llegado aún.

– Bueno… te veo allá. 

Colgué y mordí mi labio. Supongo que no era buena idea andar fachosa si Robert venía. 

Me metí a la ducha lo más rápido que pude. Lavé cada milímetro de mi cuerpo con sumo cuidado. Después de bañarme me puse una de las miles de batas de algodón rojo que estaban en el estante del baño. Me enredé en la bata y fui directamente al cuarto de huéspedes. Cuando al fin llegué a éste, abrí el armario y me encontré con cientos de vestidos y ropa interior realmente atrevida. Tomé un par de bragas de encaje que en el momento que me las metí, solo cubrían una media parte de lo que son mis nalgas. Después empecé a buscar un sostén de mi talla, pero me era imposible encontrar los sostenes.

– ¿Busca algo señorita? – dijo una voz femenina detrás de mí.

Di un brinco del susto. Me di vuelta y me encontré con una mujer alta, de cabello negro hasta la cintura, muy hermosa. Traía puesto de esos uniformes que usan las mucamas de ahora.

– Oh, disculpe, creo que la espanté – se disculpó.

– No se preocupe – le aseguré. – Estaba buscando un sostén que hiciera juego con lo demás.

– Oh, supongo que es una clienta del señor Bieber.

Me quedé callada unos segundos.

– ¿A qué se refiere? – pretendí no saber nada. Era mi oportunidad para saber más de Justin.

– ¿Usted no es una de esas jovencitas que el señor Bieber atiende… a solas? – se acercó a mí sigilosamente.

– No, no sé de qué me habla. Soy trabajadora social, estoy aquí ya que el señor Bieber me ha prestado una de sus residencias, pero al parecer me dejó hacer escala aquí por unos días antes de irme a Los Ángeles – mentí. – Pero… ¿sería tan amable de contarme que pasa con el señor Bieber?

Al parecer la señora divagó un poco en decirme o no cosas de Justin.

– Vamos señora… ¿cómo se llama?

– Eunice – dijo en voz baja. – Eunice de la Prada, para servirle.

– Yo me llamo ______ – extendí mi mano para que la tomara. Ella, temerosa, lo hizo. – ______ Wilde.

– Mucho gusto señorita.

– Y bueno, ahora cuénteme… – la animé.

– Señorita, cómo me gustaría decirle, pero si el señor Bieber se entera de esto, me saca de aquí, y éste ha sido mi trabajo desde que yo tenía 16 años.

– ¿16 años?

– He trabajado para la familia Bieber desde esa edad. La madre de Pattie crio a un hombre honesto, vivaz, caballero, pero también a un millonario, que necesita cuidado… ella me pidió cuidar del joven hasta que ya no pudiera.

Entendí que ésta señora conocía a Justin de pies a cabeza.

– Le prometo que nadie sabrá de esto. Yo también quiero cuidar al señor Bieber. Él es mayor que yo, pero tengo la impresión de que necesita a alguien a su lado…

– Así es… su padre lo dejó tan pequeño – dijo casi para sí misma.

– ¿Su padre lo dejó?

Eunice me miró con anhelo y después continuó.

– El joven Jeremy era solo eso, un joven, no sabía lo que quería… Se llevó a Justin desde pequeño a los bares y a cualquier lugar donde el joven Jeremy fuera. Después de un tiempo Pattie y Jeremy empezaron a tener conflictos… Jeremy dejó al joven Justin para estudiar. Nunca regresó, hasta hace unos dos años… Solo regresó porque el señor Bieber tiene una fortuna inmensa… él empezó a trabajar como maestro… maestro de sexo – cuando dijo esas palabras mi piel se erizó. – Es un mujeriego y todo lo que pueda ser, pero por dentro es todo un caballero con las mujeres, solo que lo han lastimado mucho.

– Supongo que no le gusta demostrar sus emociones.

Eunice asintió con la cabeza y se llevó las manos a la espalda.

– Usted parece una buena mujer. Sería perfecta para el joven Justin – soltó.

Sentí como mis mejillas humeaban y el calor de mi cuerpo subía aún más. Le dediqué una sonrisa sincera.

– Gracias, pero estoy… comprometida – mentí de nuevo. – Pero a Justin lo quiero como a un hermano.

– Espero que ese hombre la valore. Es usted una mujer hermosa. Con permiso – se dio la vuelta y salió de la habitación.

– Espere… ¿dónde encuentro un sostén? 

– En los cajones del armario. Hay miles, señorita – rio bajito.

– Gracias.

Regresé a la habitación y empecé a rebuscar un sostén en los cajones. Encontré uno de mi talla, rojo con encaje negro. Lo puse en su respectivo lugar y me deshice de la bata roja. Después tomé un vestido que era realmente inocente; estampado de flores y un escote muy discreto, pero sensual. Me metí al baño y sequé mi cabello con la secadora, lo peiné con unos pocos caireles y me maquillé un poco, solo un poco.

Me miré en el espejo, me veía realmente linda, inocente… nada comparado con lo que me había vuelto los últimos meses. El medio año que había pasado 

El sonido del timbre me sacó de mis pensamientos.

– Robert – dije frente al espejo. 

Corrí escaleras abajo, descalza. Estaba emocionada y no sabía por qué. Me acomodé el vestido casi antes de abrir hasta que Eunice me asustó, de nuevo.

– ¿Cómo me veo? – le pregunté nerviosa.

– Muy linda señorita.

– Eunice, puede terminar de limpiar y puede irse, me gustaría aprovechar el tiempo que tengo con mi futuro esposo.

– Como lo deseé – hizo una reverencia y subió las escaleras.

Respiré hondo y abrí la puerta. Robert estaba frente a mí, con un ramo de rosas en las manos y un traje precioso que le cubría el cuerpo. Me miró con asombro.

– ______...

– Robert.

Tomé las rosas de sus manos y lo abracé, tan fuerte que estuve segura que dejaría de respirar en cualquier momento, pero no importaba, este día iba a ser perfecto.

Sex InstructorWhere stories live. Discover now