La Muerte de Esteban O'Reilly

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"El hada verde que vive en la absenta quiere tu alma, pero tú estás a salvo conmigo."

-El Conde, en conversación con Mina, Bram Stoker's Drácula (American Zoetrope films)

Capítulo 1: La Muerte de Esteban O'Reilly

Mi muy sentido pésame... Las palabras no dan abasto para expresar nuestra unión a tu dolor en este momento... Un abrazo.

Maritza jugaba con el dije de su cadena de oro entre sus nerviosas manos. Trataba con toda la civilidad, de evitar estallar delante de los presentes. No eran hipócritas. Eran solo criaturas de porte social, obligadas por la etiqueta a formular una que otra excusa, a hacer sentir su presencia; a compartir el dolor.

Muchas veces ella había estado de ese lado de la cortina ensayando las gracias sociales que la harían salir airosa de una situación forzada. A pesar de agradecer los gestos, los platos de comida preparada no hacían otra cosa que librarle de la distracción de la cocina y darle más tiempo para pensar. Las flores, sus favoritas, detrás de las cuales desde ahora percibiría para siempre un olor a formaldehido y algodón prensado. Los presentes no tenían idea de haber arruinado ciertas cosas para siempre.

No era justo culparles. La muerte jugando al azar se cubrió sus ojos con la venda, le pidió al destino que besara los dados y los echo a rodar, cargados para dar un siete. La casa pierde una vida y el juego continúa. La cruel suerte era la única explicación para la muerte inesperada de su prometido, a los veintinueve años de edad.

Esperó a que los más cercanos terminaran de rendir tributo ante la urna plateada que contenía las cenizas de Esteban. Mientras algunos ya se sentían lo suficientemente relajados como para aventurarse a la mesa de botanas sin sentir vergüenza, Maritza subió silenciosa las escaleras hacia el segundo piso.

Los ojos de su prometido le seguían, escalón tras escalón, en montajes de fotos de niñez y adolescencia.

Llegó a la habitación de Esteban. Se lanzó sin guardar el mínimo respeto sobre la cama estrecha; el lecho donde él durmió de niño. Se abrazó a la almohada forrada en una funda marrón bordada de cuadros azules, negros y verdes. Dicha combinación no encajaba con el gusto contemporáneo del hombre con quien compartió su vida los últimos dos años, pero en esos momentos, era lo único que le representaba.

Maritza no encontró como volver al apartamento después del accidente. La modesta residencia en Brooklyn fue el lugar donde ambos decidieron mudarse unos dos años atrás. Veinticuatro meses se le convirtieron en un mundo de recuerdos. Estaba trabajando en Manhattan al recibir la noticia. Tras salir de su trabajo, condujo directo a casa de su madre, donde permaneció durante la semana. No quería lidiar con las sábanas revueltas sobre la cama, o el tubo de pasta dentífrica apretado desde el centro en lugar de la base... los detalles sin importancia que le enfuriaban y ahora solo servirían para hacerla llorar sin parar. Pero le extrañaba, lo suficiente como para perderse en esa almohada buscando algo, el mínimo de los recuerdos de niño que indicaran algo sobre el hombre.

En algún momento debió quedarse dormida. Se despertó al sentir el tacto de una mano amorosa pero firme en su pierna expuesta. Se volteó sobresaltada y nerviosa, murmurando disculpas ante su atrevimiento mientras pretendía arreglar su cabello y su maquillaje corrido. Observándole en silencio, dos mujeres esperaban el momento para dirigirse a ella.

–Nadie va a culparte muchacha. Ha sido una odisea. Todos estamos cansados, unos con más razón que otros. Todos estamos dolidos, con igual derecho.

Carla, la abuela de Esteban, dijo esas palabras mientras se sentaba a orillas de la cama y extendiendo sus manos, creaba un puente entre su hija Isabel y Maritza.

Círculo de HadasWhere stories live. Discover now