Demon's Massacre (II)

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Tras unos momentos de indecisión, salimos a la calle usando la escalera de incendios. Corrimos un buen rato hasta que nos hubimos alejado de mi casa unas tres manzanas.

—¿Qué coño era eso? —dijo Alberto. Le faltaba el aliento —. ¡Esa vieja iba a tirar la puerta abajo!

Pude notar en mi amigo que su escepticismo le había abandonado, para dar lugar a un temor atroz. Yo me encontraba superado, demasiado como para articular palabra. Sólo podía pensar en que habíamos cometido un grave error utilizando aquella antigua Ouija maldita.

—¿Y ahora qué hacemos? —Pude preguntar finalmente. Me quedé mirando a Marc, esperando alguna respuesta.

Por nuestro lado pasaron un grupo de chicos y chicas con aspecto de dirigirse a la discoteca. Permanecimos callados hasta que pasaron de largo, ocultando nuestro terrible secreto. Le dirigí a Marc una mirada inquisitiva.

—¿Y yo qué se? ¿Qué coño quieres que te diga, macho?

—¿Qué coño quiero que me digas? ¡Tú has traído esa mierda a mi casa! ¡Tú has abierto las puertas del jodido infierno! ¡Así que tú dices ahora qué coño tenemos que hacer!

—Tendrías que llamar a tus padres, tío...—comentó Alberto.

—¿Y qué cojones les voy a decir, eh? "Mamá, papá, creo que hay un demonio suelto en casa..."—repliqué.

Nos quedamos de nuevo en silencio, recapacitando.

—Vamos a casa a dormir —dijo Marc.

—¡Me cago en tu madre!—Me abalancé sobre él y llegué a cogerle por el cuello de la camiseta, pero Alberto me sujetó—. ¡Tú no te vas a casa hasta que me digas cómo puedo resolver este jodido lío!

—No lo sé, tío... Quédate a dormir en mi casa. Mira, tus padres no llegan hasta el domingo por la noche. No te estreses, tío. Mañana le preguntamos a mi abuela. Encontré esta mierda de Ouija en su casa, ella sabrá algo. Quizás tiene... No sé, experiencia con estas cosas. Tenemos casi dos días para arreglarlo, no te preocupes.

Eran cerca de las 5.00 de la madrugada del sábado y no había mucho más que pudiéramos hacer salvo ir a dormir a casa de Marc o volver a mi casa donde un siniestro mensaje se había dibujado en aquella Ouija sin que ni siquiera la tocáramos y donde habíamos visto, escuchado y sentido fenómenos tenebrosos e inexplicables. La mejor alternativa estaba clara. Entramos en casa de Marc sin hacer ruido y nos estiramos en su cama, pero apenas pudimos pegar ojo en toda la noche.

A la mañana siguiente fuimos a visitar a su abuela. Vivía en un piso muy antiguo en el barrio del Raval. La fachada del edificio estaba llena de grietas y las barandillas de los balcones oxidadas. La abuela de Marc nos ofreció el desayuno, leche y unas pastas de cabello de ángel que le habían traído del pueblo. Mientras sonaba una radio muy antigua, cuya calidad de sonido era propia de otra época, Marc sacó la extraña Ouija de su mochila y la puso encima de la mesa. El semblante de su abuela cambió por completo y un escalofrío recorrió mi cuerpo, al ver en sus ojos la confirmación de que nos habíamos metido en un problema muy serio.

—Díos mío... —dijo la mujer, y se santiguó haciendo la señal de la cruz con la punta de sus dedos. Tomó asiento. Parecía haber envejecido diez años más.

Le explicamos con todo detalle lo ocurrido. El mensaje, los incidentes, el hecho de que Alberto entró en trance y perdió el conocimiento, y que el puntero salió disparado y estalló contra la pared.

—¿Qué era ese tablero, abuela? ¿Cuál es su origen?

—Su origen no lo conozco. Lo encontramos en el desván hace ya mucho tiempo, cuando tu abuelo, que en paz descanse, y yo compramos este piso. Fui a hablar con el párroco, pues había escuchado en mi juventud historias relacionadas con estos artefactos y sabía que era un objeto de mal augurio. El párroco lo inspeccionó y me dijo que lo mejor que podía hacer era esconderlo pero no desprenderme de él, ni mucho menos quemarlo o destruirlo, pues las fuerzas que esas acciones podían desencadenar eran desconocidas y peligrosas. Y allí estuvo, escondido en el desván, hasta que lo has encontrado...

LightlessnessDonde viven las historias. Descúbrelo ahora