―Nunca habíamos llegado hasta aquí sin ninguna baja―dijo Takeo sin perder la sonrisa―pero no bajéis la guardia.

Asentí con la cabeza pero me mareé sólo con hacer ese pequeño movimiento. Ritto volvió a sujetarme por los hombros pero mi cuerpo ya no me pertenecía, era un peso muerto. Me cogió en brazos y mis pómulos volvieron a latir con fuerza. No podía ni moverme pero estaba lo suficientemente despejada como para saber que esa timidez no era normal.

Salimos al exterior de la sala y nos dirigimos sin prisas hacia las escaleras más próximas. Mis labios permanecían sellados en una línea fina y cobarde que desconfiaba de mi estado vulnerable. Escuchaba conversaciones desde los cálidos y firmes brazos de Ritto.

―En serio, ¿en qué cabeza cabe querer compartir cama con la señora de los terrores nocturnos? ―insistió Sairu.

―Pues ha dormido bien las dos noches―dijo Ritto con orgullo y me encogí, deseando evaporarme para la rubia.

― ¿De verdad? ―escuché que preguntaba con picardía.

Aquellos murmullos me estaban incomodando más que la pérdida de sangre y el hueso roto desde el que colgaba mi pie. Me habían quitado la bota por si el peso de la misma ayudaba a que terminara de partirse mi extremidad del todo.

―Kira, si quieres a partir de esta noche podemos compartir habitación―pronunció Yunie y dejé de respirar―. Total, ya me he tirado a Shiru.

― ¡Oye! ―bramó el hacker en tono ofendido.

La simple idea de renunciar a compartir habitación (y cama) con Ritto me aterró, cosa que hizo enrojecer más mi rostro y confundirme hasta el punto de no reconocerme. ¿Qué me pasaba?

― ¡Es broma cariño!―contestó entre risas y luego, sin disimulo, añadió―. Sabes que me quedé con ganas de hacer un bis.

―No tengo a la perla negra y he dejado escapar a la más fácil... ¡Como pierda a la pelirroja también mi vida ya no tendrá sentido! ―escuché decir a Saichi.

― ¿¡A quién llamas perla negra!? ―bramó Cian.

Eito se detuvo en seco y las voces enmudecieron al instante. Ya habían subido las escaleras y se encontraban ante las prominentes puertas de acero de la última planta. Los ojos oscuros del team líder devolvieron la tensión al ambiente.

―En posición―dijo sin apenas despegar los labios.

Se adelantaron Sairu y Saichi apuntando desde sus armas. Shiruke tecleó y se abrieron las compuertas hacia los lados. Me cegó una luz fosforita de un intenso verde que se filtraba entre los cuerpos que tenía delante. Ritto me agarró con más fuerza, atrayéndome hacia él.

― ¿Qué es eso? ―oí preguntar a Sairu.

―No bajéis la guardia―insistió Takeo adentrándose.

La estancia era circular con grandes pantallas parpadeando desde las paredes, inactivas. Había un campo de fuerza centelleante rodeando la mayor parte del perímetro, dejándonos apenas un metro de espacio entre ese chisporroteo peligroso y la pared. Saltaban fulgores verdes que prometían una descarga feroz a quien osara acercarse.

―Leuthorio―dijo con sorpresa Ritto y yo alcé la vista desde sus brazos para ver más allá.

En el centro del campo de fuerza estaba de pie un hombre corpulento y con la cabeza totalmente afeitada, calva, refulgiendo el brillo de las luces de neón. La nostalgia por su pelo había nacido en forma de abundante barba oscura. El susodicho rió y ladeó la cabeza con incredulidad.

―Daklan―pronunció con voz severa―. Me llena de orgullo que hayas llegado hasta aquí.

― ¿Le conoces? ―preguntó rápidamente Sairu sin dejar de apuntarle a pesar de la barrera protectora que lo inmunizaba.

Ryu; Llegada (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora