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Sentí calor; un calor que nacía y crecía hasta extenderse a cada milímetro de mi cuerpo. Una fiebre inesperada y suave, como el tacto de un melocotón, me acarició los pómulos. Nunca había sentido tanta vergüenza como en aquel instante en el que Ritto deshizo nuestro abrazo y me miró a los ojos. Tenía sangre seca sobre su cara debido a un golpe en la cabeza. Intenté concentrarme en ese río rojizo porque si volvía a caer en su mirada dorada estaría irremediablemente perdida, consumida en mi propio rubor.

― ¿Qué hacemos con ella? ―preguntó Sairu y su voz me devolvió a la realidad.

Mi gesto de dolor alertó a Hila y se acercó para inyectarme un calmante en el brazo, directo al flujo sanguíneo. Me apoyaba en mi pierna izquierda y con la espalda en la pared pero aún así sentía que me iba a caer en redondo de un momento a otro. Llegaron los aliados que faltaban: Cian y Shiruke se adentraron en la sala dedicando una mirada al cadáver en llamas. Takeo no mostraba ningún aspecto diferente, me había perdido su mágica transformación.

―Bien ―pronunció el licántropo con una amplia sonrisa, tenía restos de sangre en sus dientes―, tenemos totalmente acorralado al Alto Cargo.

―Hemos revisado de nuevo y no queda nadie más―siguió Cian recuperando el aliento.

― ¿Puede caminar? ―el mentón de Shiruke me señaló y yo bajé la mirada hasta mi pierna entablillada. La sangre había empapado las cintas de Yunie y ésta me estaba poniendo más centímetros de tela que rodearan mi dolor.

―Dejadme aquí―pronuncié débilmente.

―No, puede venir―contestó rápidamente Takeo―. Se ha ganado observar la victoria contra el Alto Cargo que la quería matar.

―Además no la podemos dejar sola, puede desangrarse o morir súbitamente―siguió Hila y fruncí los labios ante la idea de una muerte próxima.

Miré de reojo a Ritto con miedo. Tenía miedo, pánico real de volver a sentir esa repentina vergüenza que enrojecía mi cara y aleteaba en mi estómago. Su sonrisa erizó mi piel.

―Hoy nos tocará dormir en la litera de abajo―dijo desviando su mirada hacia mi pierna y después se tapó la boca con rapidez.

― ¿¡Nos!? ―gritaron Yunie y Sairu a la vez.

― ¿¡Estáis durmiendo en la misma cama!? ―estalló Saichi.

―Mierda―masculló Ritto entre dientes.

Entrecerré los ojos y arqueé una ceja. ¿En serio? ¿Ni veinticuatro horas había durado el secreto?

― ¿Estáis durmiendo juntitos de verdad? ―siguió Yunie inclinando su cabeza y sonriendo con malicia―Al parecer en las habitaciones mixtas sabemos aprovechar bien el tiempo.

―No―se apresuró a decir Ritto, agitando sus manos―no hacemos nada, tiene explicación.

― ¡¡¡Eras mi amigo!!! ―bramó Saichi dramáticamente con lágrimas en los ojos.

―Ya se ha puesto en modo peliculero...―susurró Ritto volteando la mirada con desdén, luego se acercó a Saichi y le agarró del hombro―no ha pasado nada―pronunció con énfasis―pero lo más importante es que aunque pasara algo... ¡Te jodes! Me eligió a mí como compañero de habitación, disfruta de Eito.

Se empezaron a perseguir por la sala como críos y Eito chasqueó la lengua, cruzado de brazos.

― Si los mato y decimos que cayeron en batalla... ¿os importaría? ―preguntó con su mirada fría.

Hila se rió pero no parecía ser una broma. Cuando se dieron cuenta de la pose impaciente de Eito dejaron de golpearse entre ellos y volvieron hacia nosotros con grandes zancadas.

Ryu; Llegada (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora