V. Sexto reino, seis lunas

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Grace se sintió inmediatamente aliviada tras pensar en eso último. Era posible que aunque llevase varios días en ese mundo, cuando regresase a su hogar apenas hubiese transcurrido el tiempo.

Aro estuvo pensando en eso. En ese caso era posible que más de un humano que hubiese vivido en su mundo, estuviesen aho- ra en el otro lado ajenos a lo que ocurría, y sin poder regresar. Lo que sí sabía, era que ese tal Emir conocía de cerca su mundo, y que sabía la utilidad de los espejos, entre otras cosas. Pues colocar laurel en el portal de su casa, indicaba que sabía cómo alejar a según qué seres de allí.

—Debemos informar de esto a mi padre en cuanto lleguemos. Él sabrá qué hacer.

—¿Tu padre?

—Sí. Marduk, el rey de las siete lunas.

Entonces Grace observó al joven humano con detenimiento. Solo un príncipe podía ser tan incalificable como lo era Aro. Sin saber por qué, sintió como una daga la atravesaba el corazón, como si se sintiese decepcionada por saber que Aro era un príncipe, a la vez que un jinete de dragón. Quizás se debiera porque sentía que aquel humano estaba muy por encima de ella. Para un humano que le atrae, y resulta estar en otro mundo y por encima de su nivel. Odiaba que aquel tipo fuese tan perfecto para ser tan joven. No pudo evitar envidiarlo. No le gustaba el sentimiento de inferioridad que la adueñaba, pero tampoco podía evitar sentirse abrumada por estar a su lado.

—Así que eres príncipe.

Aro la contempló con un extraño semblante, como si le rechinase aquella palabra.

—Técnicamente sí, pero no me gustan las distinciones sociales. Se me conoce como un jinete de dragón, es lo que me representa, de la manera en la que lucho. Ser el hijo de un rey no dice nada de mí.

Grace pensó por primera vez en el modo en que lo habían tratado sus amigos. No parecían conocerlo, ni siquiera cuando se presentó. Era como si Aro fuese uno más entre ellos. Y si lo habían reconocido, no habían cambiado su actitud con él. Grace tenía claro que en su mundo las diferencias sociales eran mucho más notorias, en donde el monarca del pueblo se queda en su palacio mientras envía a sus guerreros a morir por su causa. En este mundo, el monarca y sus descendientes luchaban junto a sus guerreros. Eso les honraba.

—Tranquilo, a mí me ha quedado claro que eres un jinete de dragón. Créeme, en lo último en que pensé al verte fue en tu linaje.

Aro sonrió, marcando su característico hoyuelo en la mejilla, pero sin dejar de mirar al frente

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Aro sonrió, marcando su característico hoyuelo en la mejilla, pero sin dejar de mirar al frente.

—Tampoco yo pensé en ti como en la elegida cuando te vi.

—Ya, no doy el pego, ¿eh?

—Creía que no te interesaba nada serlo —la miró fugazmente extrañado por aquella voz apagada.

—Digamos que salvar un mundo supone una gran responsabilidad —sonrió—, pero me ofende ligeramente que sea tan obvia mi ineptitud.

—No te lo tomes a mal, pero es que hemos tenido quinientos años para adularte.

Los espejos de Whitney RoseWhere stories live. Discover now