Travieso, travieso - Parte 6 (final de capítulo)

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Yo continué moqueando algo nervioso por lo sucedido. Todo aquel desastre se agolpaba en mi pecho: Mi rodilla lacerada, las injustas y falsas acusaciones del Bicho metiche, los regaños de mi madre y, lo que más me preocupaba, y que llegó a mi mente como un relámpago en plena tormenta: las medicinas olvidadas en mi improvisado laboratorio.

De pronto el dolor pasó a segundo término, la humillación ya no importó; ahora lo esencial era deshacerme de la evidencia de mi infructuosa aventura: los medicamentos... y los cadáveres de las cucarachas, aunque de esos no veía mucho problema, a menos que se transformaran en horrorosos insectos gigantes gracias a las mezclas que les inyecté... pero traté de no pensar en eso, ahora esos bichos eran cadáveres tiesos y fríos, sólo las medicinas quedaban como testigos de mis intentos de gloria, pero esos vestigios tendrían que ser borrados del mapa con el mayor sigilo y efectividad, no habría de quedar rastro de ellos... o sea que los tiraría a la basura de manera furtiva. Y entre más rápido mejor. Si de algo conocía era de travesuras, y pude notar un brillo de maldad brotando de Rafa mientras se alejaba del lugar; observé que de reojo veía fijamente aquella improvisada guarida. Seguramente pensaba en descubrir lo que ahí me encontraba haciendo para después cubrirse de gloria a costa de mi talento... o quizá pensaba acusarme con mamá. Creo que lo último era peor. Aun así, no se atrevería a pasearse por ahí pronto; seguramente esperaría hasta la noche donde las sombras encubrirían su malvado plan antes de beber su leche e ir a dormir.

Mientras la oscuridad llegaba, mi mamá me llevó a la habitación que compartía con Rafa y me sentó en la cama. Sin decir palabra entró a su recámara y poco después regresó a la mía trayendo consigo un frasco azul, algodón, gasa, violeta de genciana y cinta porosa. Parecía todo el instrumental quirúrgico de una película de terror. Sujetó mi pierna y la colocó sobre una silla, justo bajo mi rodilla colocó un recipiente azul y sin mirarme a los ojos, sin compasión alguna, sin remordimiento que taladrara su corazón... vació una parte del líquido contenido en el frasco azul sobre mi lacerada rodillita.

—¡No, mamá! ¿Qué es eso, mamá? ¡Me va a doler, mamá! ¿Qué es eso, mamá? ¡Me duele, me duele! ¿Qué es eso, mamá? ¡Ya no, mamá! ¡Ya no, mamá!

—¡Por Dios! ¡Ya cállate, Sergio!

—¡Es que me duele, mamá!

—¡Cállate ya!

—¡Es que me duele, mamá! ¡Me duele mucho, mamá!

—¡¡¡Ya cállate!!!

Después de tan tremendo e hiriente mandato, el silencio se hizo presente. Miré a mi madre, ella me observaba fijamente con un gesto de furia en su rostro, incluso podría jurar que se le había alborotado el pelo. Noté un suave jadeo en su respiración mientras mi vista bajó a ver su mano; el frasco permanecía a unos centímetros de mi rodilla, la cual se encontraba seca, a excepción de la sangre, claro.

—¿No me has puesto nada? —pregunté sorbiendo mocos y lanzando una cara de cachorrito recién pateado por su dueño.

—¡No! No te he puesto nada —subió su brazo a la altura de mi rostro, el frasco azul pendía a unos centímetros de mi nariz.

Seguí sorbiendo mocos mientras usaba mi brazo desnudo como pañuelo.

—A veces eres muy desesperante, Sergio. Y entiende esto: voy a ponerte un chorro de agua oxigenada, voy a limpiarte con el algodón, voy a ponerte otro chorro, terminaré de limpiar tu rodilla, te rociaré un poco de violeta de genciana y te pondré una gasa limpia en la herida, y todo esto...

—¿Me va a doler mucho, mamá? —interrumpí sus palabras, cosa que, creo, le molestó.

—¡No sé si te va a doler! Pero esto lo hago por tu bien, para que no se te vaya a infectar la herida, ¿entiendes? —Nuevamente sorbí mocos y, mientras suspiraba entrecortado, asentí un par de veces—. Bien, pero sobretodo ¡ya no chilles!

Sergio, hoy y siempre ¿amigos?Where stories live. Discover now