III. Un fauno, dos gorgonas, una humana y el ancho mar

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—Te diré un par de cosas. Una: no es la primera ni será la última en la que el cuarto reino se enfrenta a los Nardos y los Skorps; dos: Calíope y yo tenemos que ir al séptimo reino sí o sí, de modo que no arriesgamos nuestras vidas por ti, simplemente compartimos tu camino; y tres: quizás eres o no el humano de la profecía, pero lo que sí está claro es que estás aquí y como humana e indefensa que eres, nos vemos obligados a protegerte hasta que vuelvas a tu hogar. Lo harían, aunque no quisieras, así que ¿por qué no le das el gusto de que te protejan si quieren?, total, tarde o temprano se sabrá quién eres en realidad. Créeme, tu puedes gritar a los cuatro vientos que no eres la elegida, pero ellos te protegerán igualmente.

—Nadie merece morir por mí, porque crean que soy lo que no soy.

—En ese caso, defiéndete tú misma.

Grace arqueó sus cejas sin poder evitar una carcajada.

—Me caes bien, pero creo que quieres matarme y que parezca un accidente.

Argos se carcajeó en esta ocasión.

—Lo digo en serio. El camino hasta el séptimo reino será largo, quizás pueda enseñarte un par de trucos para que te defiendas. Por si acaso, no digo que vayas a tener que utilizarlos.

Grace palideció momentáneamente, no tenía intención de matar nada ni a nadie, le entraban ganas de devolver solo con imaginárselo. Pero tampoco deseaba ser un estorbo haciendo que otros la defendieran llegado el momento.

—¿Lo harías? ¿Me enseñarías a luchar?

—Haré lo que pueda, hasta que lleguemos al reino de las siete lunas.

—¿Por qué haces esto por mí? Ni siquiera me conoces.

—También tú me caes bien, aunque parezca que intento matarte. Además, entrenarte será un bien común.

—Briego tenía razón cuando dijo que soy una cobarde. Si acepto, es solo porque no quiero ser un estorbo, al menos no más de lo que ya soy. Pero, aun así, estoy muerta de miedo.

—Tranquila, te enseñaré lo básico para un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, pero te especializaré en los ataques a distancia.

—Eso ya me gusta más.

—¿Qué tal andas de puntería?

—En el instituto era buena en baloncesto, se me daban bien los tiros libres.

—¿Eso qué es, algún tipo de lucha con cuchillos?

—Anda, déjalo. Tómatelo como un sí.

Grace sonrió mientras que Argos la observaba con curiosidad.

—De acuerdo, mañana empezaremos con tu entrenamiento, hasta que lleguemos al séptimo reino.

—Hablando de eso, ¿cómo es ese lugar?

—Normal, como cualquier otro.

Grace arqueó las cejas. Si por normal se refería a un palacio con laberintos de cristales y espejos, otro con paredes de coral y sirenas flotantes, no tenía ni idea de qué podría considerar Argos como anormal.

—Háblame un poco de él. ¿Qué clase de seres viven allí? ¿Cómo es el palacio?

—Bueno, el castillo está incrustado en las rocas de la montaña, como si la propia tierra la hubiese creado. Y en cuanto a seres, hay de todo debido a las alianzas, pero abundan seres de montaña y de tierra, como los troles, enanos, algún gigante... y esas criaturas.

Grace asentía con la boca abierta. No entendía cómo era que seguía sorprendiéndose después de haber visto a un pez como reina y a un tipo con serpientes vivas a modo de cabellera. Las palabras «troles» o «gigantes», no debían de impresionarle tanto.

Los espejos de Whitney RoseWhere stories live. Discover now