Capítulo 17 Vídeo manía

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Samara caminó por el pasillo, llegó a la ventana que daba a la calle principal y observó el vecindario. Estaba tranquilo, todos habían ido a dormir temprano pero notó como un niño andaba rondando cerca de su casa en una bicicleta. Lo miró extrañada, ese niño era nuevo en el vecindario y siempre rondaba por su calle sin importaba la hora ni el clima; ese pequeño niño se mantenía andando con su bicicleta. Samara sacudió su cabeza, a veces pensaba que su paranoia había llegado al límite. ¿Cómo era posible dudar de un niño? Él era un niño feliz en su bicicleta.

Samara comenzó a reír por la ironía y su momento de locura, tantos años moviéndose de un lado a otro por Inglaterra, huyendo, la habían convertido en un manojo de nervios. Durante su risa a su mente vino Sherlock Holmes.

El detective se encontraba grave en el hospital, los periódicos y los canales de televisión indicaban que era poco probable que sobreviviera, pero ella rezaba porque lograra vivir. Él sería su ayuda, él sería su última esperanza; así que, dejando de lado a ese niño en su bicicleta, Samara cerró las persianas y se dispuso a preparar un mensaje para el detective consultor.

 Él sería su ayuda, él sería su última esperanza; así que, dejando de lado a ese niño en su bicicleta, Samara cerró las persianas y se dispuso a preparar un mensaje para el detective consultor

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Devuelta al presente:

—¿Qué pasó en tu pesadilla? —inquirió Sherlock. Curiosa por esa cuestión Isabelle alzó sus ojos llorosos para mirar al detective, más no contestó—. ¿Qué? ¿Acaso ya lo olvidaste? —de nuevo preguntó esta vez extrañado. Bell se aferraba a él, aún no quería desprenderse.

—¿Mi pesadilla?

Sherlock rodó sus ojos y suspiró cansado.

—¿Acaso la manía de repetir lo que uno dice te la contagió John? —ella parpadeó sorprendida y sin entender. Otro suspiro se hizo presente— Si Isabelle, ¿qué pasó en tu pesadilla? —La niña parpadeó rápidamente, trataba de recordar lo que hace unos momentos había soñado pero le resultaba imposible, solo se sentía muy asustada—. No lo recuerdas —dijo después de un largo minuto de ver a la niña parpadear.

—Perdón Sherlock —respondió apenada. Él no evitó suspirar y pensar que hoy los suspiros eran más frecuentes de lo normal.

—De acuerdo. Puede que cuando practiquemos el palacio mental recuerdes qué soñaste, ya que sería útil —la niña cabeceó—. Ahora... ¿Recuerdas lo del espacio vital? —De nuevo la nena afirmó—. Perfecto.

Sherlock deshizo el abrazo donde la niña se sentía segura, dejo sus brazos al aire y observó a la niña que para nada tenía intenciones de dejar de abrazarle. Desesperado Sherlock alzó ambas cejas, y con una expresión, le dio a entender a Bell que hiciera lo mismo. Desanimada la niña obedeció.

—Gracias —soltó aliviado el detective. Bell no dijo nada, abrazó a su señor conejo y mantuvo sus ojos entristecidos en él. El detective notó la carita de la niña, no podía soportar la mirada, era demasiado potente para él, así que lo mejor era evitar el llanto—. ¿Tienes hambre? —preguntó. Bell cabeceó con rapidez—. Bien. Vamos a la cocina a ver que encontramos.

La Niña que llegó al 221B de Baker Street. 【E D I T A N D O】Where stories live. Discover now