Prólogo

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—.... hasta aquí! ¡Tú te marchaste! —las palabras brotaron frías, vacías y con un tono amenazador—. Es lo que ocurre en este momento y lo único que sabes hacer.

Retrocedí de espaldas, y trastabillé con la esquina de la mesa adornada en la sala. Los diseños navideños colgaban de la orilla e igual el árbol de navidad al fondo, con las esferas y luces brillantes que alguna vez llegue a ver por videollamada. Tiré con más fuerza de la maleta torpemente, aferrándome a la idea de que esto era una broma.

—¡Tú que vas a saber de huir! —me giré sobre mi eje ardiendo en furia, estudiando su postura rígida—. ¡Confié en ti! Compré un maldito boleto para llegar hasta acá, pasaríamos las fiestas decembrinas juntos.

—Tú sabias que esto no iba a funcionar —bramó, con molestia mientras sujetaba su camisa con la etiqueta hacia el lado contrario—. Esto es lo que haces siempre. Huyes. ¡Claramente tenía que satisfacerme!

—¡Eres un imbécil! —los latidos de mi corazón golpeaban en mi caja torácica. Fuertes y devastadores—. ¿Qué te costaba decírmelo? ¡Saliste corriendo tras de ella en la primera oportunidad que tuviste!

—¿Qué querías que te dijera? —preguntó, el reproche le consumía la voz. 

Ambos éramos un lío de contradicciones. Esperando solo a tirar del hilo correcto para que todo explotara y nos perdiéramos. 

—Qué estabas con ella —hice una pausa, conteniendo las lágrimas—. Decirme si ya no tenías sentimientos por mí y que tenías encuentros amorosos con alguien más. Merecía saberlo. Eras mi novio.

—Alexis...

—Y también mi amigo.

En aquella burbuja se arremolino un silencio helado. Me detuve al borde de la puerta de entrada con mi maleta. Una ola de aire frío me heló los huesos. No podía ni verlo, sin embargo, un sentimiento tiró muy en el fondo; anhelaba que peleara por mí.

Deseaba que peleara. Que me quisiera y que me escogiera a mí. No a ella. Quería que me escogiera a mí. Y, podía jurar que yo lo gritaba. Mi expresión lo gritaba: gritaba un «elígeme a mí, por favor» «por favor, a mí», «quiéreme a mí».

Y él lo vio.

Notó cuanto deseaba eso y, aun así, se quedó quieto.

Por encima de nosotros se extendía un cielo sin estrellas, repleto de nubes grisáceas, desbordándose en lamentos. Las gotas de lluvia repiqueteaban en el porche, una tras otra cuando agregó:

—Estaba confundido y tú estabas lejos, solo sucedió —dejó escapar.

—Mis sentimientos permanecieron intactos, a pesar de la distancia que nos separaban, Michael.

El viento agitó mi cabello con la lluvia danzando sobre mí. Él no se apartó de la puerta, permaneció justo ahí. Arrastré la maleta hasta el patio. La lluvia no lo tocó y él tampoco hizo el intento de salir, por un instante me pareció que su mirada acaramelada se desvanecía y corría por mí. No obstante, el muro que lo acompañaba cuando lo vi al llegar volvió alzarse. 

No eligió pelear por mí. 

Entre estrellas de media nocheWhere stories live. Discover now