U N O

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Megan Carey se dijo que no había ningún motivo para sentirse culpable. Por primera vez en veintisiete años, iba a hacer algo irresponsable, romántico y maravilloso, Se iría a Europa con sus maletas, sus cheques de viaje y una tarjeta de crédito lo bastante abastecida como para permitirle vivir hasta que ella, y solo ella, decidiera que había llegado el momento de volver.

Sus compañeros de trabajo de Construcciones Carey le habían preparado una magnifica fiesta de despedida. Algo desproporcionada, quizá, si se tenían en cuenta los pocos años que llevaba en la empresa, pero en perfecta concordancia con las buenas relaciones que mantenía con todos. El hecho de que fuera la única hija del dueño había sido más un hándicap que un incentivo, pero sus compañeros se habían esmerado por darle una fiesta digna de alguien que hubiera pasado cincuenta años en la compañía. Meg la aceptaba con alegría y gratitud, desando poder librarse de aquel terrible sentimiento de culpabilidad.

Después de todo, no iba a dejar a su padre en la estacada. Había trabajado para aquella empresa, fundada por su abuelo, desde que entrara en la universidad. Durante las vacaciones había desempeñado todos los puestos imaginables hasta llegar a aprender el negocio de la construcción desde abajo. Construcciones Carey no era una compañía de construcción cualquiera. Reese Carey la había convertido en un negocio multinacional. Construía mansiones para millonarios, enormes rascacielos de oficinas e impresionantes edificios oficiales. La empresa tenía muy buena reputación, y Megan se sentía orgullosa.

Pero estaba cansada de aquello. Cansada de trabajar a todas horas, cansada de estar tan unida a su padre que parecía carecer de vida propia. Cansada de ocultar sus deseos de vivir una vida de aventuras. Y ahora, por fin, iba a dejarse llevar por aquellos deseos. Dejaría a un lado el sentido común que siempre había regido su vida y se marcharía a la a ventura.

Su padre no había aceptado bien aquella decisión. Pero ella no había cedido. El momento era bueno para marcharse. Su progenitor iba a volver a casarse después de cinco años de viudedad y su prometida era una mujer sensata y atractiva, que conocía el negocio tan bien como la propia Megan. Reese estaría tan ocupado con su nueva esposa que no tendría tiempo de echarla de menos.

Pero, en las últimas semanas, su padre se había mostrado muy preocupado, casi desesperado. Siempre que le preguntaba que le ocurría, insistía en que iba a echarla de menos, pero, a pesar de su sentimiento de culpabilidad, la joven no creía que fuera solo eso.

Había revisado el estado financiero de la compañía, así como las cuentas privadas de su padre, temiendo que estuviera al borde de la bancarrota y no le hubiera dicho nada. Pero, tanto la constructora como Reese Carey parecían estar muy boyantes.

Acepto un vaso de champan francés que le ofreció un compañero del departamento de contabilidad, saludo a una de las secretarias de su padre y avanzo entre la multitud. Cuatro días después, cogería el avión desde Nueva York. Se había concedido dos días para ir en coche desde su casa en Chicago hasta la Costa Este y luego empezaría su aventura. Pero antes haría un último esfuerzo por averiguar qué era lo que atormentaba a su padre.

Su progenitor no estaba a la vista. Había circulado un rato por entre los invitados, saludando a unos y otros con su habitual cordialidad y luego había desaparecido. Podía estar en cualquier lugar del elegante edificio de oficinas construido siete años atrás según los pianos del famoso Do Kyung Soo, pero creía saber dónde podría encontrarlo.

La puerta de su despacho en el piso veinte estaba entreabierta. Vio que salía luz por ella y vacilo un momento, preguntándose si no iría a interrumpir alguna escena romántica entre Reese y Madeleine. Pero no. Había visto a la mujer conversando abajo. Su padre estaría solo. Era el momento ideal para una última conversación cara a cara.

El Fantasma de la Noche ( con Do Kyung Soo)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora