La única razón por la que matar a tu compañero está prohibido, es porque estás reduciendo personal, y van a matarte a ti también para invertir en dos más.

El par de idiotas se ríe y el chico no entiende cuál es el chiste. Les sonríe más nervioso que nunca, y vuelve a mirarme; no se si me está suplicando ayuda o respuestas.

—¡Pero que crío más idiota!

—Acabas de romper la regla de oro.

—Aquí no tenemos nombres.

Y le da con la culata. ¿No lo dije? Aquí todo se arregla a culatazos. El segundo le golpea la barriga cuando cae y el chico se tuerce de dolor. Mi miedo infundado se vuelve totalmente real cuando lo veo en el suelo y parece que jamás podrá volver a pararse.

—Ya vale— interrumpo, cuando creo que van a darle de nuevo. —Va a desmayarse.

—¿Le damos también?— Me ignoran ambos, hablando de mi entre ellos.

Oh si, ya te gustaría.

Y no tengo idea porque soy tan idiota y esto me prende tanto, pero me lanzo a la batalla también y soy el primero en golpear. Aunque creo que yo soy más extremo, lo de los putos culatazos no va conmigo porque los cuchillos se mueven más fácil.

Le lanzó el primer corte al idiota de la derecha y una patada al de la izquierda. Ambos me miran con odio. Y entonces suena un disparo.

Quizá olvida que existe una regla que dice que no puedes matar a algún miembro de Edén sin órdenes previas de Caín; o es un perfecto tirador que con tan solo catorce años tuvo totalmente calculado que su bala solo rajara mi brazo. Así es como obtengo mi primera cicatriz. Todo por defender al crío.

Mi sangre hierve en su punto máximo, la siento recorrer todo mi cuerpo hasta llegar a mi cabeza, dominar mis pensamientos y dejarme llevar por la ira. Tomo su cabeza, aplicó una llave y posó la navaja contra su yugular. ¿Es tan valiente ahora?

Ruega, y lo digo de verdad, llora entre súplicas para que no lo maté. Su amigo ya está debajo de las tapas de su habitación, lo abandono al primer signo de peligro. No me gustaría estar en un equipo con ninguno de esos dos. Quizá ellos me matarían antes de que lo hiciera el enemigo. De pura lastima lo dejo ir.

Me vuelvo hasta el crío escupiendo sangre en el suelo. No sé si piensa instalar su tienda de campaña en aquel sector, o esa posición es ideal para ver las batallas, pero no se molesta en ponerse de pie.

—¿Te traigo las frazadas para que te eches la siesta?— lo tomo de un brazo y lo levanto de un solo tirón. —Espero que hayas entendido— corto un trozo de mi polera y le hago un torniquete a mi brazo. —No voy a salvar tu culo dos veces.

Veo a uno de los hombres entrar, tomo el fusil y apuntó para disimular el reciente espectáculo. Disparo, pero mi bala ni siquiera roza el puto muñeco. Se parece a la bala que me lanzo aquel idiota, pero incluso más vergonzosa. Esta se ríe de mi desde su posición en la pared, y estoy tentado a disparar la siguiente en mi cien. En tres años aún no logró dominar este puto fusil francotirador.

Miro al crío de vuelta, está buscándole el pie y la cabeza al arma en sus mano, aunque en realidad su manera de manipularla parece gritar que está tratando de pegarse un tiro en los ojos. No importa cuán novato seas, es lógica entender que la punta va lo más lejos posible de tu cuerpo.

Agarro el arma y se la doy vuelta, para que entienda como tomarla, primero que todo.

—¿Quién demonios eres?— le pregunto, medio en broma y medio probándolo.

Perfecto Mentiroso | Titanes II |Where stories live. Discover now