capítulo | 01

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naranjito | franca

EN EL MIL OCHOCIENTOS y tantos, y escribo ochocientos y tantos sin referirme concretamente a ningún año, porque en esos "tantos" hubo en Manzanillo muchos acontecimientos importantes que deben ser escritos y comentados. No tenía mucho tiempo Manzanillo de haber surgido, naciendo al mismo borde del Golfo de Guanacayabo, y habíase alargado frente al mar y, extendido al fondo, topeando por las lomas de Girona y de Santa Helena y, un poco a la izquierda, penetrando por la Entrada de San José o carretera que unía y une a Manzanillo con la culta y patriótica ciudad de Bayamo.

Al fondo también, y a la derecha, las colinas, bajitas, como temerosas y matizadas aquí y allá por los colorines de las lechadas y pinturas dadas a bohíos y casitas de tabla y tejas criollas, rodeadas estas por malvas, guaninas y platanillos que daban frescura y verdor al ambiente. En el patio de algunas de estas casas se empinaban cocoteros o algunas palmas reales como símbolo de cubania. Las pequeñas ondulaciones de las colinas, extendidas a todo su largo, topaban con el muro o tapia del cementerio.

Del otro lado, y vecina a él, estaba la finquita de don Juan, cuya casa empinaba en el alto de la lomita, se asomaba a la calle o Camino del Cementerio y en la que siempre vivió algún heredero de la pequeña finca rústica. En frente al cementerio estaba la tienda de víveres, El Algarrobo, que hacía esquina con la calle de La Salud. Esta casa comercial diariamente fue visitada por gente compradora que venía del campo bajando a pie o a caballo pisado sobre la tierra del camino. En el llano, comprendido desde donde se empinan las lomas y colinas hasta la ribera, muchas casas de tabla o de mampostería formaban cuadras en las calles bien trazadas.

Las brisas y terrales refrescaban un poco la población, así como también los torrenciales aguaceros de los calurosos veranos y de las venteadas primaveras. En cualquier estación del año, en cuanto se hacía de noche, todo el pueblo quedaba envuelto por una oscuridad impenetrable para la vista del ojo humano, porque no había entonces alumbrado público. Acaso sí en algunas cuadras salía de puertas y ventanas caseras un poco de claridad producida por velas o candiles encendidos.

Durante los años que abarcan esos "tantos" hubo en Manzanillo epidemias que diezmaron, y hasta se pasaron del diezmaron, a la población: tifo, paludismo, vómito negro, sarampión complicado con disentería y viruela brava o viruela negra que, al que no mataba vivía toda su vida con la cara marcada por las feas cicatrices.

Al referirme a los de personajes contrales de esta historia que habré de narrarte ahora, estimado lector, te diré que voy a comenzar en el tiempo en que José Naranjo, llamado cariñosamente por el diminutivo de Pepito, puesto por los miembros de su familia, sólo tenía doce años. Su nombre era José Naranjo Reyes, pero como dije, todos lo llamaban Pepito. Hijo de la señora Eduviges Reyes y de Manuel Naranjo, quien murió, junto con tres hermanos de Pepito, cuando la epidemia de viruela, que acabo con la octava parte de la población. A Pepito le quedaron dos hermanas: Fidelina y Aurora, y un hermano: Andrés. Todos mayores que él y le llevaban pocos años.

Franca, cuyo nombre completo era Francisca Milanés Arias, hija de doña Regla Arias, viuda de Milanés, quien también falleció, junto con dos hermanitos de Franca, cuando la terrible viruela brava, quedando Regla y Franca solas en este Mundo sin ningún otro miembro de la familia.

Al comenzar a referirme a esta historia, como te dije, Pepito tenía doce años, y Franca, diez. Desde que Pepito tuvo siete años, hasta ahora, que cumplió sus doce, siempre ha ido todas las tardes hasta las noches de los jueves y domingos a correr saltando al compás de los pasos dobles, las polcas y valses ejecutados por la Banda de Música Militar dentro de la Glorieta de madera que hicieron en el centro de la Plaza de Armas. Pepito, como algunos otros niños que podían estar vestidos y calzados, daban vueltas en torno a la Glorieta, a la dirección en que se mueven las agujas del reloj lo hacían todos los varones; y las niñas en sentido contrario de modo que hembras y varones en cada vuelta se veían dos veces.

Naranjito y Franca | ✓Where stories live. Discover now