Blood's Heart capítulo 7

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Los humanos somos tan diferentes los unos a los otros... No, debo corregir esto. La frase correcta es: Todos somos iguales.
¿Acaso no me crees? Dime, a ver, alguien que conozcas, que no oculte sus pecados, o dime si tú afrontas los tuyos. No lo haces, ¿verdad? No hay nadie que no oculte sus deseos más oscuros, sus pasiones más viles, y sin embargo sonría pretendiendo no ser malvado. Absolutamente todos, somos la misma persona, escoria. Y esto es algo indiscutible.

BLOOD'S HEART

Ella no traía ropa interior, nada más que piel bajo la blusa. Tragué saliva con fuerza. Estaba inmóvil. ¿Ella lo hacía de a posta? No podía creer lo que veía. En ese momento olvidé las horas de espera, la molestia que sentía, incluso me olvidé de mi dignidad. Me sentía tan afortunado y la vez percibí un escalofrío en mi estomago que identifiqué como miedo. Miedo a lo desconocido, sí, desconocido. Eso era ella para mi. Un mundo nuevo lleno de peligros. Nunca me hubiera imaginado estar en una situación parecida, ni en mis más estúpidas fantasías.

-¿Qué sucede, Imbert? ¿No te gusta mi atuendo?

Dijo con su tierna sonrisa mientras pasaba una mano acomodando el cabello detrás de su oreja.

-Tu no traes...

Y ella volvió a hacerlo. Sonreír como el demonio.
Me silenció con su dedo índice  rozandolo en mi labio.

-¡Shhh! Nadie tiene que enterarse que no traigo nada.

Hasta ese punto creí que no podría abrir más los ojos. Estaba equivocado. Mi corazón latía a mil, mis mejillas se tornaban de un leve color rojo, incluso sentí mi piel erizarse al contacto con su mano.

-Muévete a un lado. Me sentaré allí.

Asentí y me deslicé por la banca hasta llegar al borde y hacer suficiente espacio para ambos. No podía pensar en nada más, y obedecía como un perro lo que me decía. Mantenía la cabeza baja y con vergüenza ajena. Mis puños cerrados sobre las rodillas. La misma postura que tenía en la cafetería.
Ella se sentó.
Ninguno decía nada, incluso olvidé la razón por la cual había venido aquí.
Luego de casi un minuto de silencio ella habló. No me miraba, mantenía sus ojos en unos niños que jugaban en el parque. Los pequeños correteaban, saltaban y caían. En realidad era agobiante verlos, se lastiamaban, de seguro, y ni una señal paterna cerca. "Cuidado", pensé, pero no son mi familia, no debe importarme.
Con este último pensamiento dejo de verlos y giro el rostro a ella, quien los miraba, fija, como se supone que un tigre observa desde la oscura y densa selva a cualquier desafortunado que se haya alejado lo suficiente de la manada. En ese momento un deseo nuevo surgió. "Mirame". Quedé estático mientras mi corazón me susurraba aquello. "Mírame a mí." ¿Ahora qué era esto? Me estaba volviendo loco, de seguro.
Perdido en mis pensamientos y la voz de mi deseo, luego me habló sin darme cuenta yo de que me quede como una estatua con mi vista en ella.

-Imbert.

Me espanté, quedé sobre exaltado.

-Dime, Imbert ¿Por qué decidiste venir?

La respuesta era algo compleja, por lo que decidí hacerla corta. Grave error.

-Pues yo, solo quiero...- Empecé a estar tenso, quería decirle: "Quiero saber quién eres en realidad." Lo lógico. Pero terminé diciendo lo que no debía. Lo que me metió en todo este embrollo, lo que en realidad quería.

-Vamos, Imbert dilo. -ella aún no me miraba, si no a los niños. Y eso me estaba desesperando. Yo estaba allí junto a ella, y a pesar de que me hablaba me sentía ignorado, distanciado, rechazado.

Hize algo tan osado que me desconocí. Su mano estaba reposando en la banca junto a mí, aun así un espacio nos separaba, y yo la tomé de una forma tan inesperada, ella me miró, resultado que tan desesperadamente yo quería. Su mirada reflejaba confusión, frunció el ceño de forma molesta. Hablé sin soltarla. Ella miró su mano y luego a mí. Y yo como un drogadicto solo quería sus ojos sobre mí. Para entonces me había dado cuenta de algo, estaba cumpliendo mi deseo oculto, es más, lo estaba aceptando.

- Quiero estar más tiempo contigo.

Allí, firme la destrucción de mi vida.


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