11

99 12 3
                                    

Blair

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Blair

—Tranquilos muchachos... despacio.

Y como si se tratase de dos niños (peludos) de pre-escolar, ignoraron rotundamente mi indicación. Ambos van al lado del otro pero cada uno por su camino, olfateando cada detalle y levantando rápidamente sus cabezas ante un ruido extraño.

Se sabía perfectamente que accedería ante la imponente condición que ofrecía mi madre; pero vamos, al menos estoy haciendo ejercicio gratis, gracias a estos (no tan) pequeños seres peludos.

—Claro, como si pudieran entenderme —giro los ojos mientras me aferro cada vez más a las dos correas que poseen ambos canes—, Shay comentó que ustedes si lograban entender, así que... vamos amiguitos, tienen que hacer popó y pilita.

Hoy era la ansiada fiesta del —auto-nominado— rey de las fiestas. Shay se ofreció para ayudarme en todo lo que concierne la dichosa salida, y a mi sólo me correspondió aceptar los servicios gratis que me ofrecia mi prima como estilista.

Un gran bostezo hizo que mis ojos se nublen de lágrimas. Eran pasada las cuatro de la tarde y el sueño incompleto de la noche anterior se estaba haciendo presente con cada paso cansado que daba con los canes. Literalmente no se encontraban contentos arrastrando a una persona mitad zombie a lo largo de todo el parque.

—Todo por esa tonta fiesta que me muero por ir —gruñí pateando una piedrita que se encontraba en el camino.

Uno de los husky detuvo su caminata para posarse cerca de una banca donde dos viejitas se encontraban charlando, a los segundos y frente a las viejitas, el can se colocó en posición para hacer... ya saben.

Mi rostro era uno perfectamente asombrado, al igual que ambas señoras que no dudaron en ocultar su sorpresa cual programa de bromas callejeras. Todo en completa lentitud cada vez más desgarradora y vergonzosa.

Cuando el perro terminó y mi rostro estaba a punto de estallar cual tomate; comenzó a patear hacia atrás, tirando toda la tierra alrededor de su depósito, enterrando de arena mis sandalias color rosa.

Un lamento de mi parte se hizo presente, junto con las tímidas disculpas hacia las dos damas, quienes sólo me observaban de manera desaprobatoria cada vez que emitía una palabra incompleta.

No tardaron mucho en levantarse e irse. No sin antes susurrar una de ellas: "Estos niños de hoy en día, Ernesta, ni a sus propios perros pueden educar".

—Pero no son míos...

Nuevamente volví a ser jaloneada por los canes; pero, los retuve milagrosamente para sacar de mi bolsillo una bolsa para limpiar el pequeño adorno que depositó la hembra.

Al terminar y botar la bolsa con el excremento en un tacho de basura cercano, mi teléfono comenzó a vibrar provocando cosquillas dentro de mi chaqueta.

Sujétame muy fuerte [AG #1]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora