Los regalos' - 17 Años

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El sol invernal me molestaba, habían corrido las cortinas de mi habitación y eso logró despertarme. Estaba tan frío que ni la luz me convenció para salir de mi cama, estaba cómoda entre las tibias sábanas y la esponjosa almohada que mamá me había comprado la semana pasada. Era una paz, una tranquilidad amortiguadora. Hasta que Holly entró corriendo y se puso a saltar sobre mi cama. - ¡Es el día, es el día! -gritaba. Se tiró encima de mí y me destapó. Busqué las mantas con mi mano, pero las había apartado hasta dejarlas al borde de la cama. Genial, ahora debía levantarme. - ¿De qué estás hablando, enana? -le pregunté irritada. Los ojos de Holly brillaban de excitación, algo la tenía muy emocionada. Algo que yo no podía recordar. - ¡Es el día! -repitió. Le tiré el cabello y la boté al suelo. Se quejó un buen rato hasta que al fin se quedó callada. -Ahora que estás calmada y no estás aplastándome, me dirás de qué bendito día estás hablando. - ¡Es el cumpleaños de Jorge! -exclamó. Claro, era el cumpleaños de ojos de verdes. Lo había olvidado por completo. O al menos eso intenté. - ¿Y por eso me despiertas? -le gruñí. Holly ya tenía catorce años y aún seguía siendo bastante infantil. Cecilia cuidaba de ella como si fuera su hija, como Gemma se había marchado hace ya algunos años a Londres para estudiar, consolaba su tristeza en velar por la felicidad de Holly. De cierta manera eso me gustaba, ni Cecilia ni Holly sufrían, se tenían la una a la otra cuando más se necesitaban. -Sí, es que ya es un adulto. ¡Ahora es un hombre! -gritó otra vez. Iba a dejarme sorda antes de que yo cumpliera los 18. - ¿Y qué se supone que era antes? -ambas miramos hacia la puerta, donde Jorge se apoyaba en el umbral con los brazos cruzados sobre su pecho. Iba en pijama al igual que Holly, tenía el cabello despeinado y se notaba de lejos que recién había despertado, sin embargo así parecía modelo de revista. Detestaba eso de él. -Eras un hada -le dediqué una sonrisa burlona y él me devolvió una mirada asesina. Tuve una larga discusión con él después de que me regalara a Nana, le expliqué que todos esos años creía que el hada de las galletas me las dejaba frente a mi puerta cada vez que me sentía mal. Le dije que era un acto muy dulce de su parte, pero que no lo hiciera más hasta que se me pasara el enojo por lo de Sparks, que si quería mi perdón unas simples galletas no bastarían. No rechistó y me hizo caso, como todas las cosas que le pedí después de ese día. -Lo importante es que ahora soy un hombre... -Y mi chofer -agregué rápidamente y le guiñe el ojo. Holly estalló en carcajadas. Cuando Jorge fue a dar su examen para conducir, se puso tan nervioso que terminó por atropellar a las ancianas de maniquí que colocaban en la pista, pinchó un neumático y vivió su primer choque en el que destrozó toda la parte delantera del auto. Seguía siendo el mismo desastre como conductor que a los quince años. El auto que papá le regaló para sus 16 seguiría estacionado en el porche una temporada más. -Al menos tengo auto -me dijo. Entró a mi habitación y se sentó sobre la cama-. Y un pijama decente. Observé mi pijama, un pantalón y una camiseta con dibujos de mariposas. Por las noches hacía frío y en las tiendas no vendían nada más normal que esto. Era mejor que el pijama de Barbie. -Pero yo tengo licencia -duro golpe para Blanco. Pude ver como se le distorsionaba la sonrisa socarrona que se había formado en su rostro-. Ahora, Holly largo de mi cuarto...tú, ojos verdes, quédate. Holly se quejó mientras salía, todos los años le hacía lo mismo: ella me despertaba para el cumpleaños de Jorge, él llegaba y yo la echaba. - ¿Cuál es mi regalo este año? -me preguntó. Era la misma rutina año tras año, pero como a Jorge no parecía molestarle ni aburrirle, yo continuaba haciéndolo. -Como ahora eres un "hombre" -puse énfasis en la última palabra para que notara el sarcasmo-, mi regalo será algo que te dará más responsabilidades. -Y el hecho de que trabaje en una pastelería todas las tardes, que esté por graduarme y por conseguir una beca en una de las mejores universidades del mundo no tiene nada de importante -me replicó. Lo hice callar con un golpe en la cabeza, odiaba cuando se ponía así. Sólo tenía que recibir el regalo y ya. -Si no quieres mi regalo, está bien. Se lo puedo dar a Holly. -Es broma, quiero ver que me darás -me dijo con tono de disculpa. Me había tomado de la mano, acariciando mis dedos. Era una manía que tenía, cada vez que se sentía culpable o me hacía enojar, me agarraba la mano y me provocaba cosquillas con su suave roce. A veces fingía que era molesto que lo hiciera, pero la mayoría de éstas lo dejaba, era agradable. -Si me sueltas podré entregártelo -le dije. Él apartó su mano y me dejó ir hasta mi armario. Era cruel haberlo escondido allí, pero si lo sacaba, Jorge lo hubiera encontrado. Saqué una caja roja con puntos verdes y con enorme lazo dorado en la tapa. A los lados tenía algunos agujeros para que no se muriera asfixiado el regalo. - ¡Tarán! -exclamé, entregándole la caja. Jorge sonrió y la abrió. Su rostro se iluminó como las luces de navidad. -Es hermoso...-susurró. Lo sacó de la caja y lo sostuvo con una mano, era tan pequeño y adorable que nadie se resistía a su encanto-. ¿Cómo se llama? -Es tu gato, tú decides -Jorge miró al pequeño gato y le acarició con el pulgar la cabeza. Era diminuto e indefenso, de un gris peculiar con líneas atigradas. -Podría llamarlo "Tini"... -Pelusa -casi grité. Jorge me miró divertido y acarició detrás de las orejas del gato. -Gracias, es hermoso -me dijo. Me besó la mejilla y me pasó el brazo libre sobre los hombros. -Bueno, aprovecha que hoy es tregua porque ya verás mañana si te pones así de sentimental conmigo -él rio más fuerte y asustó un poco al gatito. Era una tradición entre los dos que cada año, en nuestros cumpleaños, habría una tregua. No podríamos discutir, ni pelearnos, ni siquiera insultarnos. Si estaba permitido bromear, pero no enojarnos. Jorge aprovechaba esta oportunidad al máximo, se ponía muy cariñoso y empalagoso. Casi romántico. No era que estuviera mal lo que hacía, pero prefería que los demás no lo viesen cuando se ponía en ese plan. Jorge se acostó en mi cama y comenzó a jugar con Pelusa, apenas se movía el gato, pero a Jorge no le importaba. Lo trataba como a un bebé. Busqué algo de ropa para cambiarme este horrible pijama. Jorge me siguió con la mirada hasta que me encerré en el baño para darme una ducha y vestirme. Desde la borrachera que tuvimos en la escuela de verano, Jorge empezó a tomarse algunas confianzas. Fue de a poco, sin darme cuenta hasta que terminé por acostumbrarme. Como por ejemplo, el hecho de que entrase a mi habitación como si fuera la suya y se quedara todo el tiempo que quisiera haciendo cualquier cosa. Al principio me pareció impertinente, inaceptable. Después me chantajeó con que podía ayudarme con las tareas atrasadas y así mi cuarto se convirtió en su cuarto. Salí de la tina con el cabello estilando, me puse la bata y abrí un poco la puerta para ver si Jorge seguía allí. -Psst, pon la calefacción, que me muero congelada acá adentro -le dije. -No tenías que ser tan explícita. -Menos bla bla y más acción, muévete -dejó al gato recostado sobre mi almohada y fue hasta el pasillo donde estaba el control de la calefacción. Se activaba a las ocho de la mañana, pero desde hace una semana que se había averiado y había que encenderlo manualmente. A los cinco segundos sentí como la temperatura del ambiente cambiaba a una más cálida, me relajé y cerré la puerta para poder vestirme. Este año no harían nada espectacular para el cumpleaños de Jorge, una pequeña cena y listo. Por lo tanto, me vestí con la misma ropa de todos los días: unos jeans, botas, bufanda, gorro y un abrigo. Lo importante era no conseguir un resfriado. -Al fin sales, Asesino se estaba aburriendo -me dijo Jorge cuando salí del baño. - ¿Asesino? -inquirí. -Sí, creí que Asesino era más apropiado que Pelusa -le lancé la bata mojada sobre la cabeza y me tiré arriba de él con un salto. -Será mejor que lo cambies o sufrirás las consecuencias -le amenacé. - ¡TREGUA! -gritó y me calmé. Odiaba que sacara la tregua entre medio. Me senté a su lado y jugamos toda la mañana con Pelusa hasta que nos llamaron para desayunar. Jorge no se había vestido, así que cuando bajó en pijama y se encontró con que su clase estaba allí, casi se desmayó. Tenían globos y serpentinas en la entrada del comedor, con una torre de regalos en un rincón. Atrás de los amigos de Jorge, vi a Mechi, Alba, Lodo junto a Facu. Corrí a abrazarlos antes de que Jorge se llevara su atención. -Esto de que el cumpleaños de Jorge haya caído día sábado resultó divertido -me dijo Mechi. Su cabello ondulado le caía por los hombros y con cada movimiento que hacía éstos se desplegaban como los rayos del sol. -No está mal, al menos no tengo que cargar con los regalos que le dan las chicas en la escuela -le dije. El año pasado, un total de 47 chicas le regalaron algo a Jorge - ÉL era el chico más popular del colegio - Eran de distintas edades, desde niñas de diez años hasta chicas de dieciocho, y la pobre persona que tuvo que cargar con la mitad de esos regalos fui yo. Algunos eran ridículos, como un peine, otros más prácticos, calcetines, camisas, etc. Pero otros eran simplemente encantadores, como un retrato de Jorge hecho con lapicera negra o una colección de pulseras. Sin embargo, hubo uno que a pesar de negarme, Jorge me lo dio. Le dije que estaba mal regalar algo que otra persona te daba, pero dijo que nadie lo sabría. Eran dos libros viejos, desgastados pero aun así perfectos. Uno era Alicia en el País de las maravillas y el otro Peter Pan. Salté, grité y lo abracé de la emoción cuando me lo dio, después de que mis padres botaran a la basura todas mis cosas, no me había comprado nada más con respecto a Peter Pan por el miedo a que sucediera de nuevo. - ¿Qué le regalaste? Tal vez un beso... -y ahí estaba Facundo con sus insinuaciones. Mechi y Alba al menos ya sabían que entre Jorge y yo no pasaba nada -nada más de lo que ya haya pasado-, y comprendieron que no era divertido molestarme cuando comencé a emparejarlas con Nico y Ruggerouna vez que me vinieron a visitar. Quedaron enganchadas con ellos, los miraban y conversaban sin acordarse de mí. A Jorge no le agradó mucho esa visita, aún se sentía amenazado por Ruggero y Nicolas no dejaba de tratarlo como si fuera su novio. - ¡Los regalos! -exclamó alguien. Nos volteamos a mirar a los demás, quienes le entregaban cajas de todos los colores a Jorge. Entre la multitud pude ver a Kate, la muy víbora convenció a Jorge y se hicieron amigos. No dije nada al respecto, si él quería tener esa clase de amistades yo no era quien para detenerlo. Aunque seguía sin gustarme la idea de que esa tonta pisara el suelo de mi casa. Mientras antes se fuera, mejor. - ¡Es un...gorro! -gritaron a coro cuando Jorge rasgó una envoltura. Se lo colocó en seguida y continuó abriendo regalos. - ¡Ahora el mío! -dijo Kate de repente. Me molestaba tan sólo escucharla. Kate le entregó una pequeña caja plateada, Jorge la destapó y como si nada los colores comenzaron a concentrarse en sus mejillas. De pronto, toda su cara estaba roja, incluso su cuello. -Gra...gracias, Kate-le dijo con dificultad. A todos no entró la curiosidad. Nos acercamos hasta rodearlos, impacientes por saber que le habían dado. - ¿Qué es, Jorge? -preguntó Xabiani, no me había dado cuenta de que estaba aquí. Aunque era obvio que vendría al cumpleaños de su mejor amigo. -Algo, pero no puedo mostrárselos -nos dijo, aún con las cara encendida. -No seas así, ojos verdes -le dije, y haciendo uso de nuestra confianza y de la tregua. Le quité de las manos la caja y vi lo que había dentro. Hubiese preferido no hacerlo, pero ya era demasiado tarde cuando me arrepentí. - ¿Cómo se te ocurre, Kate? -le grité cuando salí de la impresión. Ella rio y se encogió de hombros, no le importaba la vergüenza que sentía Jorge en esos momentos. -Ya está grande, ¿no? En algún momento tendrá que ocurrir, si es que ya no sucedió. Y estar seguros nunca está de más -dijo con un deje divertido en la voz. Eran condones, una caja llena de condones. Esa chica estaba loca. Me adelanté un paso para golpearla, pero Xabiani me sujetó del brazo y me detuvo. -No vale la pena, Tini-me susurró al oído. Me tranquilicé mientras abrían el resto de los regalos, sin quitarle la vista de encima a Kate. Cuando al fin se marcharon, mis amigos me prometieron volver mañana para ir al parque de diversiones, llegarían Nico y Rugge para celebrar el cumpleaños de Jorge y así tendríamos un día de diversión. -Si yo fuera tú, no hablaría nunca más en mi vida con Kate -regañé a Jorge mientras nos sentábamos en el comedor. La mesa ya estaba servida, había café, chocolate caliente, galletas, pasteles y tostadas. Comimos en silencio hasta que Jorge, habló. -En realidad, yo le pedí eso... -escupí todo el chocolate que estaba bebiendo sobre la mesa. ¿Que él había hecho qué? ¿Cómo le pudo pedir eso? - ¿ah? -Bueno, los necesitaré ¿no? -me dijo como si nada. Yo estaba ahogándome con el propio aire que respiraba. -Así que el pequeño ojos verdes es un pervertido -le dije más como un reproche que como una broma. Me acarició otra vez la mano, pero la aparté antes de que surgiera su efecto. Me miró sorprendido, estaba quebrando la tregua y no me importaba, no podía hablar de esas cosas como si fuera lo más normal del mundo -en realidad, lo era, pero tampoco quería darle la razón-. -No sé por qué te pones así, sólo son condones, nada del otro mundo -me respondió. Controlé las ganas que tenía de zarandearlo, no me incomodaba que me hablara de esas cosas, ya estábamos grandes. Lo que en realidad me enojaba era el hecho de que se los había pedido a Kate ¿Por qué justo a ella? Por qué a mí enemiga. -De todas formas, no has estado con una chica desde los quince, y eso que fue tu primera novia, ¿para qué los necesitas ahora, pequeño pervertido? -Los guardo para una chica especial -dijo Jorge con las mejillas rosadas- -Pronto estaremos juntos y quiero estar preparado -y ahí fue cuando los celos aparecieron. Odiaba admitir que aún sentía cosas por Jorge. Era estúpido porque el único trato que teníamos era el de hermanos, eso parecíamos. Sin embargo, esa oleada de rabia que se acumulaba en mi pecho no era casualidad, el sólo imaginar que Jorge pensaba en acostarse con otra persona me revolvía el estómago y me quitaba el apetito. -Eres repugnante -le bramé y me levanté furiosa. Dejé la comida a medio comer, pero no me importaba, Jorge había hecho que todo me supiera asqueroso. - ¿Qué dije ahora? -escuché que decía.

¨Marry Me¨CANCELADAWhere stories live. Discover now