título de su historia o capítulo

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Algunos personajes:

La modista

La señora Fernández, de años cuarenta y tres, un metro cincuenta y cuatro de estatura, más bien insignificante e insatisfecha de la vida, se había levantado, como todas las mañanas, a las seis menos cuarto.

… Hoy tenía que apurarse. Después de almorzar vendría la carnicera (era maestra pero todos la llamaban la carnicera) con el bicho de su hija a probarse el tapado. Era la tercera prueba.

… entre una prueba y otra, el elefante de su hija seguía engordando.

… La carnicera se las daba de gran señora porque era la directora de la escuela. Directora, secretaria y maestra. Lógico, era la única. ¿Quién venía a semejante desierto?

… La vida no era justa. No era justo que esa víbora tuviera un flor de marido; lindo, bueno, cariñoso, y quizás qué tipo en la cama. Además trabajador, no como ese inútil que se había encontrado ella

… La carnicera quería estilizar la figura de su hija con esas dos tetas de vaca con cría que tiene si la quiere estilizar que la tire en el piso y le haga pasar un tanque de guerra por encima así la estiliza para siempre...

La hermanas Paganini: Solimana y Marcantonia (una hermosa, la otra fea y con fuerte retraso mental)

… a las siete de la mañana… se había despertado la señorita Solimana, de años cuarenta y cinco (demostraba diez menos), belleza fuera de lo común, peso, altura y medidas ideales.

“Dale Marcantonia, despertate que son las siete” le dijo a su hermana, que estaba durmiendo en una camita al lado de su enorme cama matrimonial.

“Tengo sueño...”.

“¡Dale! ¡Levantate!”.

“Hace frío...”.

“Si no hiciera frío no te llamaría para prender la cocina. ¡Dale, movete!”.

… Marcantonia, de años treinta y ocho, solterona como su hermana, cuerpo amorfo, mirada bovina y cabellos ralos, se levantó de mala gana y se quedó sentada en el borde de la cama.

“¿Te querés mover de una vez por todas?”.

Marcantonia se puso la pantufla derecha en el pie izquierdo, la pantufla izquierda en el pie derecho. Después trató de levantase, pero se cayó al piso.

“¡Qué desgracia! Esto no es vida”, se lamentó Solimana.

Marcantonia era su castigo. No es fácil vivir con una retardada mental.

Contrariada por tener que abandonar las sábanas calentitas, se levantó de mal humor y ayudó a su hermana a alzarse del piso.

“Prendé la cocina y poné a calentar el agua que tengo que bañarme”.

Gordi (la hija angurrienta de la carnicera)

La señora Andreani dio un profundo suspiro. Después miró a su hija (llamada afectuosamente Gordi del padre), de años diecinueve, quilos ochenta (pero podían aumentar), altura un metro sesenta y cuatro, con seis granos en la cara (dos de los cuales recién brotados), que estaba despatarrada en el sofá comiendo una enorme porción de torta rellena de crema.

… “Seguí comiendo que a este paso no encontrarás marido ni siquiera en Martes”.

“Si quiero, el marido ya lo tengo”.

El señor Andreani quedó paralizado con el plato en la mano: “¿Y quién sería este futuro marido?”, le preguntó pensando en el peón.

“Secreto”.

“Querida, ¿podés preguntárselo vos, ya que en esta casa soy un cero a la izquierda?”.

“¡Pero que querés que tenga! Y si fuera así... cualquiera es mejor que nada”.

La viuda Manchú (telefonista excéntrica que no se hace ver de nadie)

… la viuda Manchú, de años cincuenta y cuatro, quilos cuarenta y ocho, y muy satisfecha con su trabajo de telefonista, estaba preparando el desayuno, ataviada con su desabillé azul eléctrico que adoraba.

… La viuda Manchú tenía una salud de fierro, un apetito envidiable, comía como lima nueva, jamás había ido al médico ni pensaba ir.

… De su vida no habría cambiado nada. Quería seguir trabajando sin moverse de su casa.

… La única cosa que le interesaba de la gente, era escuchar sus conversaciones.

El señor Fernández (marido de la modista)

El señor Fernández, de años cincuenta, más bien retobado y cazador de liebres por falta de otra cosa, se había encerrado con llave en el baño para que nadie le rompiera las pelotas. En su casa había dos rompepelotas: su mujer y su hijo. Al hijo lo arreglaba con un sopapo, en vez con su mujer tenía que tener cuidado porque apenas abría la boca, ésa le echaba en cara la historia de la costura.

... Abrió el botiquín.

…¿Qué hacía su mujer con todos esos frascos?

… Empezó a mirar las etiquetas: crema para las manos, crema para la cara, aceite para el cabello... ¿Qué hacía el bagayo con todas esas porquerías? Tiraba la plata.

… Se desabotonó la camisa y se olió las axilas. Apestaban. 

… Abrió la canilla de la pileta y empezó a enjabonarse.

… Los pies no se los lavaba. ¿Quién le iba a mirar los pies?

Era la primera vez en su vida que usaba ese coso con nombre francés que el padre del bagayo había hecho traer de Buenos Aires.

… ¿Se ponía a caballo mirando a la pared o sentado como en el inodoro? Mejor a caballo, así controlaba ese chorro de mierda.

… Se dio una última ojeada en el espejo: estaba de sobra a lo mejor la loca esa ni siquiera se asoma

Pepincito (el hijo de la modista, que vive aterrorizado de la hermosa Solimana)

Cuatro de la tarde.

Pepincito, de años casi once, contextura pequeña y mirada perdida, estaba yendo, como todas las tardes a esa hora, de la viuda Manchú a hacerle los mandados.

… papi es malo no me quiso llevar a cazar todos son malos conmigo sacando la viuda Manchú

… la maestra otra que no me quiere

… tiene razón en quejarse porque odio la escuela y apenas veo el pizarrón me dan ganas de vomitar y los cuadernos me gustan sólo para copiar los dibujos de las historietas y después pintarlos mami dice que los cuadernos no se deben derrochar para dibujar que son para escribir y hacer las cuentas

El tapado de la carniceraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora