Capítulo 35: Definitivamente nunca la recuperaría.

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Me impulsé para saltar a su espalda, como si fuera una niña pequeña deseosa de "montar a caballo" en la espalda de su padre. Le rodeé las caderas con mis largas piernas y me pegué a su espalda lo más posible, hundiendo mi rostro entre su hombro y cuello y entrelazando mis manos en su pecho. —Detente ahí, vaquero—le susurré al oído—. Si no vas, te lo recompensaré, lo prometo—finalicé con un tono coqueto que provocó una risa ronca de su parte.

—¿Qué haré contigo, chica sandía? —contestó y pude percibir como suspiró. Agarró mis piernas para ajustarlas mejor a su cuerpo cuando decidió tomar el camino contrario a la cafetería sin mostrar interés por los rostros sorprendidos u confundidos de las porristas que presenciaron todo el acto de llevarme en su espalda y hacer sonidos de ¿Avioncito?

Parecíamos unos locos infantiles, y me divertí mucho... Eso era lo único que debía importar, ¿verdad? Así qué, si quieres hacer algo que te hará bien, te divertirás, pero no lo haces porque tienes miedo a lo que la gente opinará porque para ellos parece muy "loco", muy "extraño", ¡ya no le tomes importancia! ¡Se tú mismo sin restringirte! Créeme, será lo mejor que puedes hacer por ti, es tu vida, tú decides como llevarla, tú decides cómo actuar ante diferentes situaciones, saca esas palabras que se atoran en tu garganta negándose a salir, haz lo que quieras, no importa si te equivocas porque aprenderás después, no importa si parecerás inmaduro, no importa lo que la gente diga.

La gente hablará mal de ti, pero, ¿Qué ganas de bien escuchándolos? Nada, absolutamente nada.

En ese momento que yo hice el "ridículo" según ellas, pero no le di relevancia a sus comentarios.

Y se sentía tan bien. Siempre que no les daba importancia a su "qué dirán" se sentía muy bien.

—¿A dónde vamos? —cuestioné riendo mientras Chad corría a la vez que me iba cargando, en un principio me hizo creer que se dirigía al auditorio, pero terminó desviándose por un pasillo desierto, se detuvo al tope de este, me bajé de su espalda, se dio la vuelta enfrentándome y atrayéndome hacia él.

Le rodeé el cuello con mis brazos y me puse de puntillas para besarlo, gesto que lo tomó por sorpresa, pero correspondió con todo el gusto del mundo según dejó claro en ese amoroso beso.

Me rodeó las caderas con sus manos y pegó nuestros cuerpos lo más posible mientras ponía en práctica todo lo que yo le había enseñado sobre besar hace días.

Nuestras lenguas se entrelazaron al estilo francés y saborearon la boca del otro, me atreví a morderle el labio inferior coquetamente y él me devolvió el gesto con un deje torpe, me reí y nos separamos necesitados del aire vital, nos vimos, sonreímos tontamente y me abrazó. —Mad, por favor, déjame darle su buen merecido a ese, ¿Sí? Por favor... Te hicieron daño, joder, y el que te hagan daño a ti, significa que me lo hacen a mí también, y es que yo tengo culpa, por mí culpa te chantajearon con esa foto, por estar conmigo... Se supone que debo protegerte y solo te causo problemas con ellos, por supuesto que no te dejaré por eso, ni loco, once años perdidos sí que dolieron, por lo que lo único que me queda hacer es defenderte, hacerle entender—aunque sea a golpes—a ese idiota de tu ex que te respete de una vez y no se vuelva a meter contigo....

Le volví a besar para que se callara y al separarme le dije: —Tú no tienes ninguna culpa, ¿Entendido? Demás, yo ya me encargué, lo haremos a mi manera, ¿te parece? Mi manera es mejor, evita que te suspendan semanas por una pelea o que termines con tu linda carita de niño llena de sangre o un morado.

Sonrió de lado y después frunció el ceño. —¿Carita de niño? Ya tengo dieciocho años, cariño.

—Sí—repliqué con un dulce tono.

El chico de los audífonos. [Borrador].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora