Cap. 2 Mi amor

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  Querido Mío
- ¿Qué? -El doctor levanto la mirada, regalándome una alegre sonrisa. Me sostuve gracias al respaldo de la silla ante el impacto de su noticia. Me lleve ambas manos al rostro, frotándolo con frustración. ¿Yo?, ¿Embarazada? -Debe haber un error doctor. Es imposible el estar embarazada. He tomado la píldora tras el nacimiento de mi hijo. Es imposible el estarlo.
-No señora Kaulitz, su única enfermedad es un feto de 14 semanas. -Negué con la cabeza, aun incapaz de creer aquello. Esos exámenes tenían que estar mal, ser un evidente error. Yo no podía estar embarazada de Tom, no si desde hace años me estaba protegiendo, con la finalidad de no tener más hijos. -En cuanto a las píldoras, estas no siempre son del todo seguras.
-Es imposible doctor. -Me levante de la silla, llevando una mano a mi cadera y conservando la otra en mi rostro. - ¿14 semanas? -solté una risa, que pareció más un gruñido. -Esto debe estar muy jodido. -La profunda tristeza nuevamente me invadió. No bastaba con la ruptura de mi matrimonio, si no que ahora resultaba el que estaba embarazada del hombre que me era infiel. ¡Grandioso!
Necesitaba pensar un poco, por lo que opte por caminar en lugar de conducir. Le envié un mensaje a Tom, sin esperanza alguna de que este me respondiera. Teníamos que hablar, y ahora las cosas se complicarían en nuestro matrimonio. Era lo más inoportuno que pudo llegar a suceder. Sin embargo, una parte de mí se encontraba eufórico ante la noticia. Lagrimas silenciosas, de alegría y tristeza, recorrían mis pómulos, mientras acariciaba mi vientre con la palma de mi mano. Con una mano me cubrí la boca, tratando de ocultar la sonrisa que se comenzaba a formar en mis labios.
Mi celular comenzó a sonar dentro de mi bolsillo, con aquel tono genuino que tanto me encantaba. Era la misma canción que había bailado con Tom en nuestra boda... nuestro primer baile como marido y mujer. Mire el identificador, y mi rostro se descompuso en cuanto me percate de quien se trataba.
-Bueno. -Respondí, cortante y fría. No era momento de encararlo para decirle la verdad. - ¿Estas ocupado?
-No Lana; acabo de salir de una importante junta, por lo que no pude ver tu mensaje hasta ahora. ¿Sucede algo malo?
-Hoy fui al médico. Tenemos que hablar Tom.
-Tengo compromisos. Hablemos en cuanto llegue a casa. -Su tono de voz era gélido, y aquello basto para que las pocas ilusiones se derrumbaran por completo. Mi perspectiva era diferente, pero nada resulta como lo esperamos. Así no funcionan las cosas.
-Lo lamento Tom, pero esto es urgente...
-En casa lo hablamos, ahora estoy un poco ocupado. Adiós. -Y sin que yo lograra protestar, o decir una sola palabra, Tom me corto la llamada.
Termine guardando el celular en mi bolsillo, tratando de sonreír, muy a pesar de aquella estúpida tristeza. ¡Volveré a ser madre!
Probablemente no era el momento adecuado para su llegada, pero me sentía la mujer más dichosa del mundo entero. Sin lograr evitarlo, comencé a llorar, acariciando mi vientre con ternura. Podría ser estúpido para muchos, pero me fue inevitable el comenzar a susurrarle palabras repletas de amor.
Me senté en el banco de un parque, riendo mientras me miraba aquel pequeño bulto, donde un pequeño renacuajo me daba batalla. Cientos de emociones me invadían en aquel momento, por lo que fui víctima del dramático llanto, sin borrar aquella sonrisa de mis labios.
Me desvié del camino, pasando a una cafetería cercana al hospital, donde había dejado aparcado mi automóvil. Había ordenado un té de frutas, pues era lo único que me apetecía del menú. Me senté en la mesa más apartada, sin borrar aquella sonrisa de mis labios. La mesera llego con una taza humeante de té, despendiendo un delicioso aroma de frutas tropicales. Lleve ambas manos a la taza, con la intención de sentir el calor que esta desprendía debido al contenido.
Me encontraba tan inmersa en mis pensamientos que no me percate del sujeto que se encontraba frente a mí, mirándome de una extraña forma, similar al Tom de la universidad. El chico de ojos verdes me dedico una sonrisa, levantando sus cejas de forma divertida. Mis mejillas se tornaron de color rojo, tras percatarme a lo que se refería cuando volvió a pronunciar "¿Puedo tomar este asiento, señorita?"
-Oh, claro. Lo lamento, por un momento me distraje, que no pude escucharlo. -El joven castaño me sonrió, sentándose en la silla frente a mí, con una taza de café en una mano, y en la otra un libro.
-Lamento interrumpir sus pensamientos, señorita. Sin embargo, las mesas del local están repletas, y yo no he encontrado otro lugar donde sentarme. -Mi mirada paseo por todo el lugar, sonriendo tras notar que la mayoría de las mesas se encontraban desocupadas. Levante la ceja, y con una sonrisa negué con la cabeza. El chico sonrió ante mi gesto, sin dejar de mirarme de aquella manera... tan similar a la forma en que Tom lo hacía en aquel tiempo. -Oh, por cierto, soy David. -Me inclino su mano, y sin demorar la tome, estrujándola suavemente.
-Lana. -El chico sonrió con jovialidad, dejando su libro al costado de su humeante taza. Lentamente apartamos nuestras manos, sin romper la conexión formada. - ¿Qué libro es el que llevas? -Interrogue, sintiendo la enorme necesidad de comenzar a hablar, pues el ambiente se comenzaba a tornar un tanto extraño.
-No soy hombre de novelas dramáticas, pero en mi mano llevo un ejemplar de Percy, mi escritor favorito. -Mis ojos se abrieron desmesuradamente, mirando el titulo con mayor entusiasmo que antes.
- ¿De verdad?, Yo adoro a Percy, es uno de mis novelistas favoritos. Amargo amanecer es mi ejemplar favorito de su saga.
-Es...
-Espectacular. -Ambos dijimos al unisón, provocando el que ambos riéramos ante la extraña sincronía.
-Santo Dios. -Me recargue en el respaldo de la silla, sonriendo con plenitud. A lo largo de mi vida, jamás había encontrado a alguien que compartiera el mismo gusto por las novelas de Percy, pues a la mayoría le resultaban sosas y predecibles. Sin embargo, a mí me encantaban, y compraba los libros que él publicaba. Durante años Tom critico mi gusto por un novelista tan cliché, pero prefería ignorarlo y disfrutar de mi lectura.
Charlar con David me quito un enorme peso de encima, y por unas horas me olvide por completo de mi situación con respecto a Tom y al bebé que estaba esperando de él. David no hacia ningún tipo de pregunta referente a mi esposo, aun después de haber notado la sortija en mi dedo anular. Se mantuvo al margen de preguntas incomodas, haciéndome reír ante algún fragmento del libro. No fue sino hasta que mi celular sonó cuando me percate de la hora que era, y lo atrasada que me encontraba para ir por mi hijo a su clase de guitarra.
David y yo nos despedimos como dos viejos amigos saben hacer. Era extraña la confianza que había surgido, solo con una agradable charla respecto a nuestro escritor favorito. Como si no fuera bastante el haber pagado mi té, me acompaño hasta mi automóvil, el cual había dejado aparcado en el estacionamiento del hospital. Una vez más nos despedimos, quedando para otro encuentro.
Me apresure para llegar a tiempo a la academia de mi hijo, encendiendo la radio después de varias semanas, cuando me encontraba abatida por Tom. Mi estado de ánimo volvió a la normalidad el solo recordar a Tom, y lo indiferente que se había comportado cuando le pedí el quedar para hablar con respecto al bebé que llevaba en mi vientre.
Llegue justo a tiempo a la academia de música, encontrando a un Steve eufórico, pues ya había logrado tocar sin falla alguna la canción que el profesor les estaba enseñando para la gran presentación del Día del padre.
Todo el trayecto parloteo Steve, lo que resultaba extraño, ya que no era un niño parlanchín. Su euforia era notoria, y su ansiedad por llegar a casa era contagiosa... solo que yo no le daría una agradable noticia a su padre, y temía por la reacción que Tom podría llegar a tener en cuanto se enterara de mi embarazo.
Cuando llegue a casa mi desconcierto aumento, pues el automóvil de mi esposo se encontraba aparcado frente a la acera. Estacione mi automóvil tras este, mirando en dirección a mi hogar. La luz estaba encendida, pero no parecía haber movimiento en su interior. Seguramente Tom se encontraba encerrado en su habitación o en su despacho.
Steve se adentró a la casa, llamando a su padre a gritos. Yo me dedique a retirarme el abrigo, sintiendo el nerviosismo en mi cuerpo. Era el momento de encarar a Tom y decirle la verdad, con respecto a la noticia. Tras guardar el abrigo en el closet, un par de brazos se ciñeron alrededor de mi cintura. Mi corazón se aceleró, notando los brazos de mi esposo alrededor de mi cintura.
Y, nuevamente, la estúpida cedió a los encantos de su esposo.
Con todo el dolor del mundo aparte sus manos, tratando de contener las lágrimas. Tom me miraba devastado, con los ojos rojos e hinchados. Algo no andaba bien, y eso pude notarlo en su abatida expresión.
-Tom, ¿Qué sucede?
-Bill... Bill tuvo un accidente esta mañana. -Me lleve ambas manos a la boca, sintiendo un escalofrió en todo mi cuerpo tras escuchar a mi esposo decir aquello. ¿Bill?, no. Esto debe ser una jodida broma. -Está gravemente herido.
Tarde un par de minutos en procesar las palabras de Tom, pero en cuanto logre salir del trance, una desesperación por saber más me agobio. Oh Bill.
-Vamos Tom. Dejare a Steve en casa de Megan, y vamos ahora al hospital. -Tom asintió con la cabeza, sin ocultar sus sentimientos, comenzando a llorar nuevamente. Sin que yo llegara esperarlo, protestar o apartarlo, volvió a envolverme en sus brazos, clavando su rostro en mi cabello... provocando el aceleramiento de mi ritmo cardiaco, y, el que mis esperanzas y expectativas volvieran a renacer, como un majestuoso fénix que emerge de las cenizas  

Querido Mío- Tokio hotel -Primera parteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora