👌D O S✌

24.1K 2.2K 508
                                    

-No te quiero en mí casa.

Papá dijo sin tapujos lo que pensaba. O mucho más que eso: lo que tenía que hacer. En su casa. Fue más que claro. Esa casa donde crecí y viví, nunca fue mí casa. Jamás. Por lo tanto las personas con las que crecí y viví, nunca fueron mi familia.

Y no es fácil para un niño crecer sin una familia.

No es fácil para nadie.

-Entonces, ¿dónde quieres que vaya?-le pregunté a papá.

Él pareció ignorarme y salió de la sala llamando a mi madre:

-¡¡Celineeee!!

Y se encuentra con ella en un santiamén como quien ha estado escuchando detrás de una puerta.

Eso es Celine, ven, dile lo que él quiera escuchar, haz lo que él quiera hacer. Porque eso es lo que vales en tu fantasía: nada. Nada vales, Celine. Nada vales y me dueles, me desgarra que así sea.

-Sólo una cosa te pido-decretó-: Encárgate de que este... chico, no esté en mi casa por la noche. Encárgate de que desaparezca y no lo vuelva a ver hasta que se enderece. Hasta que sea un hombre. No quiero un loquito de mierda en mi casa.

Ni siquiera es la casa de ellos dos. Es la de él. Porque es quien trae el dinero a su casa, quien paga el alquiler, quien compra la comida, quien hace algo que realmente vale la pena. Lo que él hace es lo que único que tiene validez, lo que tiene importancia.

Al ser su casa, también son sus reglas.

Y en sus leyes figura que ningún "loquito de mierda" puede vivir bajo su techo.

Que use esa expresión para referirme a mí surca una herida vieja, antigua dentro de mí. No hace nada nuevo. Sólo sigue cavando con profundidad donde lleva tiempo sangrando.

-¡¿Estamos?!-grita.

Mamá está al borde de hacerse respetar o decirle "Estoy harta de ti", de modo que no puede salir de su cómodo margen por lo tanto opta por escapar de la habitación.

Papá queda hablando solo hasta que se da cuenta de esto.

Me mira exasperado y no encuentra en mí un colega con quien seguir su diálogo escabroso. No encuentra un hijo, ni siquiera una persona cualquiera a quien respetar.

Mi mirada es desafiante, ya no le tengo miedo, no queda mucho por perder, tampoco quiero seguir en su casa. Más de una vez he imaginado que estar en cualquier sitio diferente a este será mejor pero no puedo evitar imaginar qué tan terrible sería el mundo de afuera. Basta con conocer al montón de idiotas de mis compañeros de instituto: ellos me torturaron desde el primer día y nadie se compadeció. Nadie. Los adultos sólo resultaron un puñado de entes dedicados a un trabajo que odian y a un salario indecente. Después de todo me expulsaron de mi casa porque fui expulsado de mi instituto. De esta manera siempre resolvieron los problemas en el mundo donde vivo (oh, aguarda un momento, ¡es el mundo en que todos nosotros existimos!): desechando lo que molesta, lo que trastorna, lo que resulta demasiado extraño como para que merezca ser atendido. Mejor eliminar el síntoma antes que ocuparse de él.

Mejor eliminemos a Jimmy antes de escuchar sus demonios.



La abuela me recibe con un entusiasta abrazo puesto que hace dos veranos o más que no nos vemos, mientras que el abuelo despega la mirada de la televisión para saludarme. Luego vuelve sus miopes ojos a la carrera de caballos purasangre.

Los Colores de JimmyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora