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STEVE

No miento, me quedé estático  del miedo cuando vi a ese extraño ente frente de mí. Su mirada penetrante me ponía los nervios de punta, y lo peor es que no podía pronunciar palabra alguna.

Funcionó...

Lucía como un hombre, sólo que usaba una vestimenta diferente y sombría.

—Soy Loki, de Asgard.—se presentó, sonriendo. Sus ojos esmeraldas recorrían con curiosidad la habitación.

—Lo sé...—las palabras se me quedaban amortiguadas en la garganta. Es increíble que esto esté pasando—busco tu ayuda.

—Todos quieren mi ayuda.—noté la soberbia en sus palabras, su sonrisa era en cierta parte macabra—Y dime... ¿en qué época estamos?—observaba a detalle cada rincón, como si buscara algo.

—Bueno, pues estamos en el siglo veintiuno...

—¡Vaya!, Sí que ha pasado el tiempo, Midgard debe de haber cambiado demasiado en mi larga ausencia.—dijo aparentemente sorprendido.

No podía pasar por desapercibido  ese tipo báculo que llevaba consigo en las manos. Su forma era un tanto  inusual, casi enroscada y filosa de la parte inicial, además de  poseer un color bañado en oro y con una peculiar y brillante piedra azúl en la parte superior.

—No tengo mucho tiempo, por favor necesito de tu ayuda.—no me importo verme desesperado, después de todo lo estaba.

—Y por supuesto que tendrás mi valiosa ayuda, pero, la cuestión aquí es...—se iba acercando más a mí—¿con qué piensas pagarme?—de nuevo esa sonrisa siniestra.

Por suerte yo ya tenía planeada mi estrategia. Y por todos los dioses existentes, esperaba que resultara.

—Voy a darte algo muy valioso, algo que ningún humano te ha ofrecido antes.—dije seguro.

Su risa irónica me hizo retroceder un poco de su cercanía.

—¿Y qué podrías darme tú? —me miró de cuerpo completo y rió con gracia. Me he sentido humillado en  múltiples escenarios de mi vida, pero este Dios tiene le capacidad de con tan sólo mirarte hacerte sentir insignificante.—He recibido los obsequios más magníficos que te puedas imaginar; tesoros, preciadas gemas, diamantes de parte de los antiguos monarcas y reyes, las mujeres más hermosas y bellas de toda Grecia, estatuas talladas en oro, plata, y todo tipo de metales preciosos, joyas, que con tan solo verlas, te dejan cegado de su resplandor.
Como puedes ver, siempre se me ha ofrecido lo mejor de lo mejor entre cada época vivida por tus antepasados. Y siendo  sincero, no veo que tu puedas pagarme con algo de tal magnitud.

Ya lo veremos.

—Yo te ofrezco, algo mucho mejor que todo lo que me has mencionado.—lo encaré sin temor.—Te ofrezco tu  libertad, nunca más tendrás que servir a los hombres y cumplir sus anhelos. Serás un Dios sin ataduras, libre.

Al parecer mi plan dio resultado, porque cambió su expresión por una más seria.

Ciertamente era un ser imponente, y a la vez tan bien agraciado. Sus facciones eran finas y delicadas, no tenía porte de un dios de guerra, sin embargo, había algo en él que denotaba superioridad. Sus cabellos eran negros y sedosos, su piel tan blanca lo hacía destacar y esos ojos verdes que con tan sólo posarse en ti te dejaban aturdido.

Indudablemente él no pertenecía a este mundo.

Sus ojos se fijaron en mí después de un tiempo.

—Hago esto por mandato y castigo de los dioses asgardianos, ha decir verdad, nunca antes nadie había deseado el fin de mi eterna esclavitud.—su voz se oía más serena, tal cambio hizo que me pareciera escuchar a otra persona.—No sabes lo que desatarías si me dejas en libertad. —esto último sonó más bien como una advertencia.

A Deal With GodWhere stories live. Discover now