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La mañana siguiente, la primera plana de cada diario del país muestra una foto que me hace quedar mal con titulares en letras blancas: «¡Estaba solo!», «¡Se lo falló!», «¡Malazo!». Me ha costado asimilar lo que está ocurriendo. Como en toda desgracia, la gente busca un culpable. El culpable esta vez soy yo.

—No deberías salir —me aconseja mi novia tras espiar por la ventana.

La mitad del país me quiere matar. La otra mitad solo me quiere herir de gravedad. Mis intentos de entretenerme en internet se frustran cuando descubro que el vídeo de mi error se ha viralizado. Soy el hazmerreír de turno, el meme de la semana. No importa, lo puedo tolerar como profesional.

A escondidas, reproduzco el momento del fallo. ¿Cómo logré mandarla afuera? Quizá nunca lo sepa.

Llamo por la noche al directivo del club en el que juego para coordinar la fecha de retorno a los entrenamientos, pero desde que escucho su tono de voz al contestar sé que algo anda mal.

—Mira, antes eras el delantero de la selección, y tu camiseta vendía por motones —me explica—. La mercadería es una de las principales fuentes de ingreso del club, ¿entiendes? Y anoche el entrenador de la selección dijo que ya no te llamaba más. Eres visto como el responsable del fracaso de este ciclo. ¿Entiendes? No podemos tenerte como figura, nos producirías un decaimiento en popularidad tremendo. Mandaré a Luis para que converse contigo sobre los acuerdos del término del contrato. ¿Entiendes?

—Entiendo.

Cuelgo.

EuforiaWhere stories live. Discover now