Caprichos de los Dioses - Capítulo 7 - Latidos de Despertares

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Caprichos de los Dioses - Latidos de despertares  7

Una vez culminaron, el estallido fue como una tremenda sacudida que los embistió a ambos al igual que el mar hacía enfurecido al engullir un navió por completo. Y con ello se expandió una inmensa fuente de energía que salió directa de Adalia y que asoló el mundo entero. Fue como un tremendo movimiento que levanto el polvo de la tierra he hizo temblar montes y bosques.

Aquella honda expansiva, devastadora y única debía haberse sentido hasta en los mismos hogares de los dioses a menos que las peculiaridades de sus dominios hubiesen impedido que aquello sólo se huviese transformado en un lijero temblor de tierra.

Miró una vez más a la mujer que tenía entre los brazos aplastando su rubio cabello con su mano y volvió a avalanzarse insaciable sobre sus labios hasta hacerla gemir. 

Clavó uno de sus afilados colmillos en el labio inferior de ella y con las pupilas dilatas se deleito con la gota de sangre que mancho ese voluptuoso apéndice femenino, lo lamió con perversa lentitud haciéndola estremecer de placer y de nuevo se apoderó de su boca succionando aquel elexir indescriptible.

Envolvió su cara tras saciarse y haber echado la cabeza atras con los labios entre abiertos y los colmillos aún desarollados y miró aquellos ojos ambarinos que reflejaban sus labios aún enrojecidos por la sangre que había tomado de ella. Su pecho aún se agitaba y su sexo se contraía agitado entorno a su polla. De nuevo, la misma sensación de vertigo y desconcierto lo atenazó. Seguía sorprendiéndole que ella no saliese gritando ni corriendo lejos de él... 

Además, cuanto más tomaba de ella, más calor sentía en su pecho ¿tendría razón y sería él el que acabaría postrado ante ella? ¿Sería capaz de sentir de verdad? ¿de llorar por alguien?

¿Pero que era sino lo que sentía cuanto más se hundía en sus entrañas sintiéndose en el más infinito y poderosos de los paraísos? Sí, estaba hambriento, hambriento de lujuria y deseo, ambriento de ella...

Mientras...

En lo más profundo de la tierra, allí donde moran las sombras y las pesadillas como macabras alucinaciones con garras capaces de conducir a la locura algo empezaba a fraguarse mientras el caldero burbujeaba ardiente de lava.

__Sibila, espero por tu bien que ya tengas algo que decirme__tronó una voz autoritaria y oscura.

Esta, aún con sus afiladas uñas rojas seguía examinando las entrañas y huesos que tenía esparcidos sobre el ensangrentado suelo con la vista blanquecina perdido en el mundo de la visión.

__Tengo mis hombres impacienes, las lejiones dispuestas y los demonios ocn ganas de acción, que diantres yo mismo morire de tedió si no obtengo algo de satisfacción.

Dominen, no era un hombre precisamente paciente, sino más bien alguien brutal, sangriento. Uno que disfrutaba de las más atroces perversidades regocijándose en las bajas pasiones, víviva por y para la sangre, la guerra era su campo de satisfacción particular mientras extendía la locura, el dolor y el ansía de matar. Era como un veneno silencioso y corrosivo, odio y furia...

Sus dos metros de altura imponían, sus pelo negro y algo rizado como el abismo de sus dominios recordaba lo afilado y peligroso de estas. Tenía las facciones duras de un curtido guerrero, pero como titan que era  y con esa media perilla y ese bello que le cubría el rostro, no se podía negar que era un tipo de los más apetitoso. Su atractivo era enfermizo y pecaminoso, no había quien no sintiese la lujuría y la provocación de su estampa. Pero sus ojos seguían siendo crueles, calculadores y dolorosos, oscuros como pozos... Abismos en los que de vez en cuando se retorcía un torbellino sangriento y peligroso. El pánico se extendía cuando su furia estallaba y más valía no contradecir ni provocar a Dominen en ningún sentido a menos que deseases la muerte más atraoz y cruel que pudiera existir. Para él, la clemencia no existía, era sólo una debilidad más. Para él la tortura era todo un arte de debía ser venerado. Apartó atras su capa negra y roja dejando al descubierto su impecable y reluciente armadura y se desprendió del yelmo que lo cubría con la terrorifica insignía de su casa que sobresalía en plata y hacía estremecer a cualquiera que lo mirase. Ese agresivo emblema podía además cobrar vida, convirtiendose en un peligroso sicario que rastreaba a todo aquel se señalase su amo y señor.

Caprichos de los DiosesWhere stories live. Discover now