Capítulo 2

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Conociamos mucho la ciudad del centro hacia el sur pero nos confundíamos mucho cuando íbamos hacia el norte, Bogotá es una ciudad inmensa con ocho millones de historias y un pensamiento tan estrecho como el de sus calles. Tomamos la carrera séptima que es una de las avenidas principales que recorre esta metrópoli de sur a norte y viceversa, a medida que pasaban los minutos el paisaje va cambiando, se vuelve un degradé de clases sociales, entre más al norte vayas las condiciones mejoran. Casas más hermosas, carros más lujosos, mejores sitios, 'mejores familias'. Nuestro viaje iba acompañado por un silencio complice y sin un destino planeado, el frio y las luces de la ciudad enmarcaban nuestro escape mientras la indiferencia de la capital y sus sombras nocturnas pintaban nuestra historia.

Bajando de la séptima por la Calle ciento veintisiete cerca al centro comercial Unicentro que es un icono de Bogotá, un taxi nos cerró, algo muy común en esta tierra de nadie, pero que dadas nuestras circunstancias le daban un toque especial a un violento capitulo de nuestras vidas. Con el deseo de venganza en el corazón Santi de manera no muy inteligente decidió devolver un golpe con otro golpe, aceleró y empezó a esquivar carros. Mi hermano ha sido un hombre de pocas palabras y a pesar de venir de un hogar violento siempre ha sido muy calmado, pero esa noche su agresividad se podía oler y sentir, sus ojos replicaban a los de mi padre.

-este perro no sabe con quien se metió. Gritaba mientras sus brazos hacían que el timón girara de manera mortal hacia la derecha y después hacia la izquierda.

No pude decirle nada, me quedé petrificada mientras veía como todo pasaba muy rápido, fue entonces cuando lo vimos aparecer frente a nuestros ojos, un anciano cruzaba la calle con una dificultad pasmosa. A la derecha solo había carros estacionados recogiendo gente, el viejo se quedó petrificado en el centro esperando una muerte segura. Santi, en su poca experiencia como conductor decidió girar hacia la izquierda sin contar que a esa avenida la divide un desagüe, un río que solo se llena cuando los torrenciales aguaceros le regalan un poco de su agua, por lo demás es una canal de unos cinco metros de profundidad decorado con algo de pasto, árboles que lo rodean y mucho concreto. No gritamos, o por lo menos no lo recuerdo, solo cerré mis ojos y entonces todo sucedió en un segund. No había agua pero escuchaba el mismo sonido como cuando te sumerges en una piscina, mis movimientos eran pesados y el aturdimento no me dejaba saber lo que sucedía. Cuando reaccioné, todo parecía acelerado, los gritos, la bulla, el ruido del motor todavía encendido y entonces entre los hierros retorcidos busqué a Santi y no lo vi. Estaba atascada con el cinturón de seguridad pero unos brazoso me ayudaron a salir, no distinguía los rostros ni las voces pero parecían un coro, todos preguntaban lo mismo.

-¡Niña, está bien!

En mi mente solo existía espacio para preguntar por mi hermano, entonces lo vi, estaba tirado unos metros arriba del canal y abajo de la carretera. Corrí hacia él con el deseo de que estuviese bien, sin darme cuenta estaba aferrada a la esperanza de que me hablara, a su lado ya habían personas auxliandolo.

-No lo muevan, de pronto se rompió algo

- denle aire, déjenle espacio para respirar

-esperen que ya viene la ambulancia

Eran los gritos que se confundían con la ayuda angustiosa que yo pedía, todos esos deconocidos hacían algo por nosotros y sin saberlo prolongaban nuestra agonía.

Pensé entonces que este era el fin para Santi y con su vida se marchaba la mía. Me pregunté entonces si ese no era el escape que queríamos, durante el accidente ambos cerramos los ojos y no hicimos nada por escapar del siniestro. Mi hermano yacía casi innerte en el frio concreto y yo veía como se escapaba su vida, segundo que pasaba segundo que perdía y la ayuda medica no llegaba, fue ahí cuando me di cuenta que el único objeto que no había soltado desde que caimos era la biblia, la misma sobre la que por centímetros no penetró la bala disparada por mi padre para acabar con mi vida, y entonces hice lo que cualquier humano creyente o no, haría en estos casos. Pedir por un milagro, rogar por una oportunidad más.

De rodillas y aferrada a una fe que había perdido hace bastante me encontraba repitiendo las mismas plegarias que decía de niña y que de ninguna manera eran escuchadas. Los paramédicos estabilizaron a mi hermano y entonces lo vi recobrar el conocimiento, me llené de una emoción tan grande que mi pulso se aceleró, sentí como si cayera en un letargo, como cuando sueñas que caes al vacio y despiertas y todo es mentira, me desmayé.

Al despertar solo escuché los sonidos delirantes de las patrullas y las ambulancias. Vi a Santi con sangre por todo su cuerpo y en un estado lamentable. Jamás me había preguntado sobre la muerte o algo parecido pero cuando estás cerca de perder a alguien que amas o simplemente cuando ya no está, entonces te das cuenta que es casi imposible respirar, te sientes como si no fueras tú y no soportas la idea de que algo así te esté pasando. Te preguntas el por qué sin obtener una respuesta que te deje satisfecha. Lo único que pasaba por mi mente era pensar en que Santi se salvara y que mi madre y Vale etuvieran bien.

Sentada en la ambulancia no podía digerir mies pensamientos, los policías me hacían cientos de preguntas al igual que los paramédicos, todo era muy confuso. Ni mi padre ni mi madre se hicieron presentes esa noche, solo el doctor Bermudez, un vecino que era abogado y que le ayudaba a mi papá cuando tenía alguna consulta jurídica. No hubo abrazos, ni lágrimas de alegría por estar vivos, solo preguntas.

Me pusieron en una camilla supuestamente para observación. A todas las radiografías y exámenes que me hicieron durante la noche, la respuesta de lo que buscaba el personal médico era negativa. No tenía nada, ni un solo rasguño. Les faltó revisarme el alma, verían que estaba totalmente resquebrajada.

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⏰ Last updated: Mar 19, 2017 ⏰

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Un Silencio ProhibidoWhere stories live. Discover now