Capítulo XXVII

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— Oh… Bert, jamás me lo habían hecho, eres el mejor, eres el mejor…

La voz de Gerard sonaba contraída, como si tuviera una mano o una almohada sobre su boca, Frank pegó su cabeza a la pared con sus ojos fijos en la puerta de madera, si se concentraba lo suficiente podía ver en las estrías de la madera el rostro orgásmico de su Gerard. ¿Su Gerard? Qué estúpido sonaba eso cuando era otro el que lo hacía gemir como él jamás podría.

No era su Gerard.

Era Gerard.

Y por los recientes sucesos era más Gerard de Bert que de Frank.

— Dilo más fuerte, puta.

— ¡Jamás me lo habían hecho así!

— ¿Qué más?

— Quiero más, quiero más, quiero que me rellenes como a un pavo en acción de gracias.

Frank cubrió su cabeza con sus manos, haciéndose un ovillo de tristeza y desolación en una de las esquinas del baño. Ya no era todo lindo, ahora era todo horrible. Más de media hora había pasado desde que el preciado líquido había entrado a su sistema y ya no se sentía maravillosamente bien. Ahora se sentía como la mierda.

— ¡Más, más, sí! ¡Ahí, oh sí...!

Se removió en su lugar y miró sus manos, sus dedos se veían graciosamente largos en comparación a sus manos, era, era raro parpadear y que todo se moviera cuando lo hacía, también lo era el girar la cabeza y sentir como todo el baño se movía con él. Pero cuando intentó ponerse de pie vino un dolor terrible a su abdomen y tuvo que doblarse en dos para contenerlo, sus manos presionaban fuerte y gritos ahogados salían de sus labios, no sabía que era pero dolía como mil puñaladas, aunque jamás había sentido siquiera una sabía que debía sentirse así.

Era un dolor agudo y le hacía lagrimear los ojos.

De algún modo llegó desde su lugar hacia el inodoro, subió la tapa y apoyó su barbilla en el borde, la turbia agua del interior no ayudaba a asentar su estómago, pero necesitaba una fuente inmediata de oxígeno o moriría. Así de crítico era su estado, o eso creía. Todo seguía dando vueltas.

La primera oleada de vómitos se abrió paso por su garganta, sus ojos seguían llorando y el estómago no dejaba de doler. El viaje había sido eufórico, jamás había experimentado nada tan profundo, pero la caía era inminente. Y no le habían advertido acerca de eso. Los cólicos estomacales fueron la peor parte, vomitó hasta que sólo salió bilis y entonces como pudo enjuagó su rostro, luego salió del baño. Su mente estaba en otro lugar, no veía ni escuchaba nada. Avanzó hacia el sofá con el plano registrado en  su cabeza y se dejó caer.

Durmió toda la tarde y toda la noche, despertó al medio día del día siguiente. Por la música Jazz que Gerard había decidido poner en la pequeña radio de la casa. Frank parpadeó con pesar, la tuba en la pista actual hacía estremecer todo a su interior.

Tenía sed.

— ¿Y a ti que mierda te pasó? —Gerard preguntó arrimando su cuerpo contra la cocina, Frank terminó de pasar el vaso con agua por su garganta y luego se giró. Podía ver su reflejo en la cacerola detrás de Gerard, jamás había lucido tan horrible.

— Uh…

— Vomitaste todo el baño —continuó sin darle tiempo para hablar— tendrás que limpiar esa mierda. Pero más curiosidad me da la jeringa y las cositas que encontré en el baño. ¿Heroína, pequeño Frankie? ¿Tú?

Expediente 512: Los Asesinos de Monroeville • frerardDonde viven las historias. Descúbrelo ahora