Capítulo 4

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Los orbes azules de Jade inspeccionaban aquellos verdes del ser que la miraba desde el otro lado del río. Su pelo rubio, sujeto por una trenza larga descansaba sobre su hombro izquierdo, algo deshecho por la carrera. 


Su Mlezi rugió nuevamente, alertando al cuerpo de Jade; el cual se tensó de pies a cabeza. Aquel hombre debía ser uno de los Maharamia* que habían desembarcado. De los cuales había advertido Baba en su regreso. Soltó lentamente el aire, retrocediendo un paso por puro instinto. Aquellos ojos parecían rebuscar en su alma sus mayores secretos; no le gustaba, se sentía desprotegida bajo esos ojos.


Este hizo el intento de acercarse, recibiendo en respuesta su movimiento exaltado; repitiendo sus pasos en dirección contraria. 


-Kukaa mbali* -Exhaló ella, con un toque de advertencia en su voz. Su Mlezi rugía nuevamente, amenazando al humano con mantener las distancias. Aquello no le estaba gustando y Jade sabía que su Guardián no dudaría en atacarle si hacía falta. Sin embargo, aquello era lo último que debían hacer. El Maharamia estaría pensando que se trataba de una salvaje, no del legendario tigre blanco. Todo estaría bien mientras no levantase sospechas.


El joven dio un nuevo paso; observando con curiosidad el idioma extraño de aquella mujer. Su cabello y mirada parecían destilar una energía desbordante; capaces de aplastarlo si lo quisiera. Negó con suavidad ante sus palabras, algo aturdido por ello.


-Lo siento; no..., no entiendo lo que estás diciendo.


Jade tampoco le entendía; de hecho, tuvo que inclinar la cabeza hacia un lado, confundida por la situación. Aquel hombre era evidente que hablaba en otra lengua y por su cara desconocía la de ella. Así que nada parecía avanzar a favor de ninguno.


Esto no nos llevará a ninguna parte, Mlezi. Debemos marcharnos, es posible que no venga solo por este bosque.


El tigre respondió, de acuerdo con las palabras de la joven. Nada más escucharlo e ignorando lo que el hombre quería decirle, dio media vuelta y echó a correr. Se internó en el bosque, buscando algún escondite, para despistarlo y llevarlo lejos de su tribu. Debía proteger a su familia a cualquier costo. 


Al poco tiempo encontró un pequeño escondite, entre unas enredaderas que caían por las rocas. Se refugió entre ellas, aguantando casi la respiración cuando vio la sombra del hombre desde su posición. Su corazón latía desenfrenado; haciendo que tuviera miedo de que hasta él pudiera escucharlo. Mlezi tampoco estaba tranquilo; su posición alerta la tensaba completamente. Cerró los ojos, calmándose todo lo posible, cuando escuchó las pisadas alejarse. Soltó el aire lentamente y salió de su escondite al no sentir ya su presencia. Estaban a salvo; menos mal.


O al menos eso se quiso creer.


Cuando ya se giraba para tomar el camino hacia su tribu, una sombra la obligó a recostar la espalda contra las rocas. Sus ojos estaban inmensamente abiertos, mientras Mlezi sacaba sus colmillos rabioso. Esos ojos verdes de antes volvieron a hacer acto de presencia. La miraban con intensidad, provocándole un escalofrío que la congeló en el lugar. 


El Maharamia sacó algo de su bolsillo; una libreta o libro que estudió con atención. Sus ojos estaban centrados, mirando hacia algo en concreto.


-Sitaki kukuumiza* -Pronunció con dificultad y de una forma muy pobre. Ese intento de hablar su idioma casi le arrancó una sonrisa. Sin embargo, no podía creer en él. Todos los humanos que embarcaban en sus tierras eran iguales. Buscando el mismo propósito. A ella; la leyenda de la que todo el pueblo vecino hablaba. Miles de rumores corrían; algunos ciertos, como la capacidad que tenía Mlezi. Sin embargo, otros tantos eran mentiras, exageraciones que ponían a su Guardián como un asesino, cuando los verdaderos monstruos eran los Maharamia que pisaban aquellas tierras.


De nuevo cerró los ojos, apretando las manos de tal forma que las palmas le dolieron. Se estaba clavando las uñas, conteniendo la rabia bien dentro de su alma. No podía dejar salir a Mlezi. No de aquella forma ni frente a un Maharamia.


-Hapana* -Fue su respuesta; dejando al hombre con una expresión consternada. Para que la entendiera, hizo un gesto de negación con la cabeza. 


Mlezi rugió y Jade se apresuró en apartarse. No quería causar que su Guardián despertase, si lo hacía aquello iba a empeorar radicalmente. Por no hablar de que ese hombre venía por ella. Estaba segura de ello. Nadie venía allí sin buscar la leyenda del tigre. Absolutamente nadie. Siempre que lo negaban, era una excusa para engañarlos y llevarla consigo.


Cuando Jade era pequeña, más de una vez habían intentado llevársela. Con poco tiempo de edad, Jade no sabía manejar a su tigre, con lo cual salía al exterior siempre que quería. No podía ocultarse, ni disimular que ella sólo era una humana más, que esa leyenda era sólo eso.


Sin embargo, según fue creciendo, sus habilidades lo hicieron con ella. Consiguió un poder mayor, protegiendo a su Guardián en el proceso. Ahora nadie podría hacerle daño, no mientras ella estuviera allí. Su Mlezi merecía ser libre; feliz. No encerrado en una jaula o asesinado por la codicia de unos monstruos.


Todo estará bien, Mlezi; yo te protegeré a cualquier costo.


La mirada de Jade era fría, completamente cerrada a mostrar sus secretos más ocultos a ese monstruo. Jack, por su parte, no tenía ningún muro en ellos, le dejaba ver sus pensamientos, la verdad destilando en aquellas pupilas dilatadas.


¿Qué era verdad en todo aquello? ¿Realmente ese humano no quería hacerles daño? ¿Cómo podía creer a monstruos que siempre aseguraban algo y luego apuñalaban por la espalda?


Le apartó con cierta fuerza, alzando la voz con una mirada escalofriante. Reluciendo de rabia.


-¡Ondoka!*


-No sé lo que intentas decirme..., pero por tu mirada deduzco que me estás ordenando que me vaya -Jack suspiró sin saber muy bien qué más hacer para convencerla. Realmente no quería hacer daño a humanos como él, sea cual fuese su procedencia.


Jack intentó acercarse, tocar su mano para que aquello pudiera solucionarse un poco. Sin embargo, Jade echó a correr, perdiéndose entre la espesura del bosque. En aquella ocasión, Jack no la siguió, dejó que aquella mujer deslumbrante se desvaneciese entre los árboles, mientras que, una parte de él esperaba volver a verla.


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*Maharamia: Piratas


  *Kukaa mbali: Quédate lejos.  


*Sitaki kukuumiza: No quiero hacerte daño.


*Hapana: No.    


*Ondoka: ¡Fuera!


La leyenda del tigre blancoOpowieści tętniące życiem. Odkryj je teraz