thirty; strawberry jam

3.5K 253 29
                                    

thirty;

strawberry jam

—Seguramente estuvo mejor que los besos con William, ¿verdad?—bromeó Lía levantando y bajando sus cejas. Le sonreí y escondí con mi cabello mis orejas, ya que al sentirlas tan calientes sabía que estaban rojas.

—William no tiene nada que ver con esto...—susurré—Pero sí. Mil veces mejor.

Ella soltó una carcajada y se abrazó a su almohada. Después de retomar su posición seria, me observó con una mueca.

—Pero todavía no confío en Ian, no lo conozco del todo—murmuró—. Lo conociste por error, ¡me da muy mala espina!

Mis hombros cayeron ante sus palabras. Tenía razón en preocuparse, aunque, para ser honesta, yo no desconfiaba de él. Tal vez Lía sí porque él no habla con él tanto como yo, no lo ha visto manejar ni tampoco el brillo que hay en sus ojos cada vez que habla sobre lo que quiere hacer en un futuro. No lo ha visto observarme casi sin parpadear cuando quiero contarle algo aunque sea sin sentido. No siente lo que yo.

Suspiré.

Y así, la sonrisa de Lía volvió a aparecer y la vi inclinarse más a mí como si hubiese descubierto un gran secreto.

—Te encanta, ¿verdad?

Apreté mis ojos y no pude evitar sentirme como una niña de trece años que se había tomado de la mano por primera vez con el chico que le gustaba. Lía entendió mi emoción porque soltó una carcajada y me lanzó la almohada a la cara.

Habíamos decidido pasar todo el día juntas, al anochecer acompañaría a Ian a su última carrera, puesto que él quería dejarlo todo de nuevo y enfocarse en la entrada a su universidad. Habíamos estado hablando sobre lo que él quería hacer, y llegamos a la conclusión de que quería seguir estudiando. Había conseguido trabajo en un taller mecánico, así que con el dinero de las carreras y el que ganaría en su nuevo trabajo, se prometió ingresar pronto a su sueño. Así que esa noche sería la última vez que se subiría al auto con el fin de llegar a una meta de humo rojo. Y yo lo convencí de llevarme con él.

Me despedí de mi mejor amiga y salí de su casa, comenzando el trayecto a la mía. Pocos minutos después de caminar con la mente en blanco, llegué al frente de mi casa con la sorpresa de ver el auto de Ian estacionado. Me acerqué el vidrio y pude ver por los cristales polarizados que él no se encontraba dentro. Frunciendo el ceño, entré a la casa y me congelé cuando estuve frente a una escena que jamás creí ver. 

Ian estaba sentado en el sillón de la sala comiendo un emparedado mientras mi mamá estaba en el otro, contándole la historia sobre cuando mi tía decidió que era buena idea colgarse de una soga vieja y saltar al lago. Claramente, esa historia tiene un final gracioso aunque mi tía no se haya reído para nada; en el hospital no permiten reírse a carcajadas. El chico de camiseta negra estaba sonriendo y escuchaba a mi madre sin percatarse de que yo estaba tan confundida como para moverme. Fue mi madre quién me notó entrar.

Ambos me miraron cuando ella se levantó.

—¡Calí! Que bueno que hayas llegado. Invité a Ian a pasar y le preparé algo de comer, estaba muriendo de hambre.

Ian agachó su mirada apenado con una sonrisita. ¿Cómo se conocieron tan rápido? ¿Por qué diablos se apena? ¿Por qué mi madre lo apena? ¿Por qué se come un emparedado de mermelada cuando esa mermelada es exclusivamente para mí? ¿Por qué ella le preparó a él y no a mí? Me sentí traicionada. Por ambos.

—Está delicioso, muchas gracias—dijo él cuando terminó lo poco que le quedaba. Por supuesto que estaba delicioso, era mi mermelada. Y si el mundo quería que él siguiera viviendo, más le valía que todavía quedase un poco.

—Deberíamos irnos ya, Ian—comenté entrecerrando mis ojos, brindándole una mirada asesina. Él entendió y asintió, se despidió de mi madre y salió. Avisé que no tendría que esperarme tan tarde, que no se preocupara, le di un beso en la mejilla a mi progenitora y troté para subir al auto oscuro.

Cuando el motor arrancó, Ian preguntó:—¿Adónde planeas que vayamos? La carrera no empezará hasta en una hora.

—Al supermercado.

—¿Supermercado? ¿Qué necesitas?

—Mermelada de fresa.

   ◆

Nos encontrábamos ya en donde se llevaría a cabo la dichosa carrera. Aún faltaban unos pocos minutos, así que Ian dejó el auto cerca de la larga calle con dirección abajo donde la gente comenzaba a juntarse y ambos bajamos. Antes de abrir la puerta, claro, guardé la nueva mermelada en el asiento de atrás. 

Ir al supermercado no era un chiste. Ian lo entendió cuando peleé con la chica de la caja porque no me estaba atendiendo por teclear en su celular.

Con la mano de él en mi espalda, caminamos juntos para salir de las sofocantes personas en dirección al pequeño bar donde por primera vez visité con Will. Antes de entrar, divisé entre la gente una cabellera distinguible inclusive en un lugar tan oscuro como ese. Y cuando reconocí ese rostro, se me vino al a mente la fotografía que había visto hace meses. Detuve mi paso cuando la vi charlar con otros dos chicos, jugando con su cabello a la vez. 

  —Oye, ¿pasa algo? 

Era Caitlin. ¿Qué hacía en un lugar así? De todas las personas, nunca imaginé encontrarme con ella allí. Aunque debería de ser sorprendente de igual manera que yo terminara ahí también. La ignoré y seguí caminando con un preocupado Ian a mi lado, entramos al local y nos sentamos en una mesa cerca de las ventanas. Por ahí seguía teniéndola en mi campo de visión. Ella parecía no haberme visto, y lo agradecía en parte.

 —¿Acaso alguien rompió la ventana del auto para robar tu mermelada?—cuestionó el ladrón de emparedados recargando su mejilla en su mano, estirando su otro brazo encima de la mesa.

Mis sentidos se alertaron y busqué con la mirada donde se encontraba el auto, pensando ya en un plan sobre cómo torturar a la próxima persona que más odiaría.

Ian empezó a carcajear, y yo me volví a sentar con el rostro de alguien no muy amigable.

—Ya, en serio, ¿qué ocurre? Creo que viste algo... o alguien allá afuera—comentó.

Debía pensar en cómo preguntar, no podía dejar que volviera a ocurrir el "habla luego piensa" que es una costumbre para mí. Por primera vez, controlaría mi boca y...

  —¿Conoces a Caitlin? Tiene bonito cabello, voz chillona y zapatos altos.

O bien podría ignorar todo lo que había pensado antes y continuar con mi mal hábito de arrepentirme luego de hablar.

  —Sí, la conozco. 


Nudes boyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora