Capítulo 5: Regreso a casa

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La noche arribó sobre la aldea, y Madelín dormía sobre la misma silla en que la dejaran tras el ataque. Debido al frío, había subido sus piernecitas amoratadas a la silla, plegándolas contra su pecho, intentando cubrirse con la capa de Brenar, a la cual se aferraba con ahínco. Su carita aún estaba embarrada, por aquella mezcla de tierra y lágrimas. Dorteb había recibido los cuidados y curaciones de los aldeanos, tras lo cual había quedado dormido un rato debido al cansancio y conmoción. Pero ahora estaba despierto, aunque seguía tendido. Con una mezcla de extrañeza y ternura, miraba a la niña dormida. ¿Quién era ella? ¿Quiénes serían sus padres? Si bien tenía claro que se trataba de personas acaudaladas, tanto por las maneras finas de la muchachita como por su nula capacidad de trabajo, también lograba entender que el extravío de la niña no era algo común: nadie la había reclamado, nadie la buscaba, y lo más curioso, ella parecía no tener intención de ser encontrada. Por lo demás, los sucesos recién acaecidos habrían quebrado el espíritu de cualquier doncella elegante como ella, pero la jovencita parecía demostrar una particular fortaleza, aunque mezclada con una profunda tristeza. Dorteb se mostraba intrigado por este misterio.

Por su parte, y entre sus sueños, Madelín repetía los terribles acontecimientos pasados. Aunque eran todavía peor: pues la imagen de Brenar se fusionaba con la de Daregdul. En el sueño, el príncipe era su padre, quien la reprendía por haber salido del palacio y por haberlo seguido, hecho por el cual los bestias había sido atraídos a la aldea. Madelín se deshacía en disculpas y explicaciones, ella no tenía conocimiento de aquellos atacantes, ¿cómo podría haberlos llevado al pueblo?... pero nada podía convencer a la máxima autoridad del reino. El corazón de la niña estaba destrozado. Pues amaba a quien la estaba enjuiciando, a quien la castigaba y la condenaba. Madelín lloraba con dolor en sus sueños, y en el mundo real, sus manitas apretaban con más fuerza la verde manta.

Cuando la mañana llegó, Dorteb despertó a la niña con inusitada delicadeza. Madelín abrió los ojos, y la luz del día quemó un instante sus pupilas. Al regresar al mundo real, no pudo pensar qué era peor: si sus delirantes pesadillas, o la fatídica realidad.

Junto a Dorteb, salieron del improvisado hospital hacia la calle. El movimiento era incesante, y los aldeanos parecían tener un poder de recuperación notable, pues aparte de aquellos que se afanaban en las tareas de limpieza y reconstrucción, los demás procedían a retomar sus trajines habituales: comercio, encargos, conversación.

Madelín se sorprendió de ello, pero todavía seguía aturdida por todo lo acaecido como para emitir comentario, siquiera un gesto.

De este modo fue que arribaron al lugar en donde dejaran la carreta la jornada anterior. Al llegar al transporte, Madelín ya iba subiendo sola, cuando notó que Dorteb permanecía parado abajo, sin subir. Miraba hacia la nada, como decidiendo qué hacer. La princesita lo miró con su agotada carita, como preguntando qué sucedía. Había olvidado que el objetivo de todo aquel viaje había sido dejarla a ella en manos de su familia.

La niña ignoraba, de todos modos, que Dorteb había pensado en dejarla con los Guardias, si los familiares de la muchacha no daban señales de vida cerca. "Entre gente rica se ayudarán", había pensado. Pero tras lo ocurrido, sin Guardias a quien acudir, sopesaba la situación. Su hogar era humilde, y no podía seguir manteniendo una boca extra para alimentar. Y mucho menos cuando aquella huésped era más una carga que un aporte. Sin embargo, seguía siendo una niña.

Dando un prolongado respiro, tomó su decisión.

Madelín no se dio por aludida, y tomándolo como lo más natural, vio a Dorteb subir finalmente al carro, tomar las riendas, e iniciar el viaje de regreso a casa, junto con ella.

Ningún incidente lamentable ocurrió durante su camino. Y la verdad, ambos estaban tan cansados, que poco habrían podido hacer para defenderse, de haber sucedido algún ataque o emboscada de los bestias. Entregados iban.

MadelínDonde viven las historias. Descúbrelo ahora