La confeción

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Tenía nueve años cuando conoció a su abuelo, él vivía en medio de la montaña como un ermitaño.

Su pequeña vida rodaba de un hogar a otro, hasta que ubicaron al único pariente vivo, el abuelo. El niño había perdido a sus padres, fue un accidente en la carretera; esa desgracia había terminado con su hogar. Los años que siguieron no fueron buenos; recorrió por seis hogares postizos, en ninguno hallaba lugar, en su angustia se había encerrado en el silencio para con el mundo exterior.

Los médicos decían que era una reacción al duelo, los asistentes lo tildaban de rebelde, en los hogares, decían que era un niño caprichoso y engreído. En su corazón sabía que todos estaban equivocados.

El abuelo hablaba poco, mantenía su día ocupado en su carpintería; hacia trabajos por encargo, nada que pudiera demandar urgencia. Para mantener ocupado al niño permitía que ingresara a su taller.

El abuelo era reacio a la compañía de la gente; contra su voluntad permitió que dejaran al niño bajo su custodia.

El muchacho aprendió pronto a realizar pequeñas tareas, según iban pasando las semanas y los meses aprendieron a tolerarse uno al otro. La conversación se hizo más fluida, aunque solo hablaban de las cosas de la carpintería.

Cuando necesitaban algún material iban juntos al pueblo; el almacén tenía desde caramelos a herramientas de trabajo; todo en un solo lugar; era agradable estar allí, en especial en el invierno.

En la montaña los días se hicieron más agradables, una alfombra verde cubrió extensas laderas, los pájaros cantaban en los árboles, pequeñas vertientes saltaban las rocas hacia el valle.

El abuelo salía por la noche y permanecía recostado mirando las estrellas. Tenía el infinito universo en su patio; cada tanto atravesaba una estrella fugaz, eran agradables a la vista las líneas que trazaban, como si fuera un cuadro gigantesco animado, era un conglomerado de lucecitas brillantes.****

Una noche el niño preguntó si podía acompañarlo, juntos contaban cada estrella fugaz. El niño estaba extasiado del inmenso cielo; en la ciudad jamás había visto el cielo, en una ocasión, en una avenida ancha, vio la luna a través de un telescopio. La conversación fue espontánea:

—¿Cómo se llama eso? —Apunto hacia las estrellas el niño.

—Es una galaxia, se llama Vía Láctea. Es enorme. —respondió sosegado.

—¿Siempre viviste en este lugar? —dijo el niño con timidez.

—...No. —La pausa pareció llegar del infinito cielo.

—Es muy lindo el lugar, ¿cómo lo encontraste?

—Nací en este lugar... —Un profundo suspiro llenó el espacio.

—¿Y por qué te fuiste?

—Conocí una bella chica y me fui tras ella.

—¿Qué pasó?

—Me casé con ella... —Una sonrisa se dibujó en su gruesa piel.

—¡Y dónde vive! —Emocionado preguntó.

—...En mi corazón... —Una gota de cristal corrió por la agrietada piel hasta perderse en la blanca barba.

—Cuánto lo siento —Apoyo su pequeña mano sobre la de su abuelo.

Una explosión había derribado el edificio; cuando salía para el trabajo había notado una pérdida de gas, fue a advertir a la administración, pero allí le dijeron que el olor venía de otro lugar; el desastre fue a media mañana; él estaba en el trabajo y el papá del niño estaba en la escuela; un vecino de la cuadra lo alertó del hecho por teléfono; cuando llegó al vecindario la calle estaba vallada, no permitían pasar a nadie.

El acarreo de los escombros fue lento, pasó un día angustioso en un hotel provisto por los rescatistas, al siguiente día le permitieron hacer el reconocimiento de su esposa; había quedado atrapada en el departamento; habían colapsado dos columnas y aplastado a sus habitantes. Del administrador hallaron el gorro que cubría su calvicie, nunca más se supo del malvado hombre.

Años después el papá del niño formó su hogar y el abuelo había vuelto a la casa de su infancia. Por alguna razón el niño no paraba de gemir, por mucho que hacía el abuelo para consolar al pequeño, nada detenía su llanto.

—Ya, todo pasó, tranquilízate —Consolaba con su pesada mano.

—Papá y mamá murieron por mi culpa —Sollozaba sin alivio.

—Hasta donde sé, fue un camionero alcoholizado el que embistió el vehículo de tus padres.

—Ese día ellos no deseaban salir, inventé una invitación al cumpleaños de un compañero de la escuela; en realidad no estaba convidado; si me hubiera quedado mirando la película en casa, ellos estarían vivos. —Un mar de lágrimas bañaba al desconsolado niño.

Abuelo y nieto estrecharon sus brazos. El inmenso cielo permanecía impávido al dolor de ellos.


Si de mentira se habla no hay una buena.

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⏰ Last updated: Apr 13, 2017 ⏰

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