Dos niños, dos vidas

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Ese domingo soleado, decenas de personas disfrutaban de las frescas aguas del lago.

Entre la sombra de una hilera de árboles, estaba un niño jugando con el celular de los padres, sin importarle el transcurso del tiempo, le era indiferente el ruido de la playa.

Con la puesta del sol, muchos volvían a sus residencias; también los padres del niño; papá y mamá pusieron un mantel a la mesa y, a medida que iban sacando la comida la ponían sobre la mesa; la madre dijo: «¡Nene, vamos a comer!», como por arte mágico, el niño dejó su silla para ocupar otra que estaba enfrente de una bolsa de papas fritas, el padre fue a donde estaba su hijo, tomó la silla y la llevó próxima a la mesa donde ocupó su lugar. La noche se había hecho presente imponiendo la oscuridad con prontitud. Luego de la cena todos buscaron sus cobijas y se fueron a dormir a su carpa.

Otra familia había llegado por la mañana y estaban armando las carpas, tomando los objetos que dejarían en el baúl del coche. Se ubicaron a poca distancia de la carpa de Nene, quizá a seis o siete metros. Eran cuatro personas: mamá, papá, Lynda y Muchacho.

Como ya tenía por costumbre, Nene se instaló al reparo de los árboles y pasó la mañana jugando con el celular, mientras los padres fueron a comprar los alimentos del día al pueblo.

Los nuevos vecinos fueron a caminar por los senderos que recorrían los cerros que rodeaban el lago, todos juntos; tenían todo como para pasar el día fuera: agua, comida, protección para el sol y una enorme sonrisa de recién llegados.

Casi a la puesta del sol, aparecieron por el campamento, se les veía agotados, con los cachetes colorados, pero permanecían con la misma sonrisa; Muchacho tomó del baúl del coche una mesa plegable y puso sillas para todos; papá y mamá prepararon unos sándwiches y Lynda hizo el jugo; cuando todo estuvo listo se sentaron a comer; la madre notó que el niño del celular permanecía en su silla solo; entonces preguntó a todos: «¿Quien irá a invitar a ese niño a comer un sándwich?» La niña dijo: «Yo voy», antes que confirmaran su ofrecimiento, ella ya estaba a mitad de camino.

—¡Hola! Mi familia puso atención en ti y nos gustaría que nos acompañes a cenar.
—Ah, bueno. —Tenía cara de sorprendido y balbuceó su respuesta.
—¿Te parece si te ayudo a llevar tu silla?

Y se dirigieron hacia la mesa; Muchacho le cedió su vaso y corrió un poco su silla para hacer lugar al invitado.

Casi terminaban de comer cuando llegaron los padres de Nene; papá se puso de pie y fue a invitar a sus vecinos, quienes accedieron al ofrecimiento y llevaron sus alimentos para compartir; cuando se aproximaron a la mesa Lynda y Muchacho cedieron a los vecinos sus asientos; los papis conversaron por un largo rato, hasta que decidieron que era hora de dormir.

Al siguiente día las excursiones se repitieron por otras zonas de las montañas que rodeaban el lago, al atardecer volvieron al campamento para recuperar fuerzas comiendo deliciosos emparedados y coloridos jugos; en esa ocasión fue Muchacho quien se encargó de invitar a Nene, que a su vez llevó la silla de su invitado.

Nene no dejaba de mirar con admiración a Muchacho; la atención que ponía en las cosas que hacía y el desinterés que mostraba cautivaron la atención de Nene, que escuchaba con atención sus conversaciones en la mesa.

Por la mañana, la familia de Nene partiría de regreso a su ciudad, mientras que los otros seguirían a otra zona más al sur en busca de nuevos senderos que transitar.

Una tarde Nene acompañó a su madre al centro de la ciudad, recorrieron la zona bursátil y, a la hora de regresar, tomaron el tren, era el horario pico, como estaban en primera fila para subir al tren, tuvieron asientos libres, a medida que se sucedían las estaciones, el vagón se fue desbordando de tal forma que no cabía un pasajero más, pero aun así, la gente seguía subiendo y forcejeando; entonces Nene se acordó de Muchacho, él cedería su asiento a un necesitado; miró a una mujer canosa con unos bolsos en el brazo que, con mucho esfuerzo, se sostenía de un pasomano, mientras con la otra mano mantenía sujetas sus pertenencias; agitando su mano, Nene llamó a la señora canosa y le dijo que tenía un asiento para ella, a los empujones la mujer llegó hasta el asiento, le dio gracias al niño y este esbozó una enorme sonrisa, ya que ni él se imaginó la enorme satisfacción que le produjo esa pequeña acción.


Las pequeñas acciones llenan la vida de alegría.

Cuentos - Con moralejaWhere stories live. Discover now