La siembra de libros

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21 de diciembre día de: «La siembra de libros». Rezaba un afiche con letras que cubría toda la página, un niño miraba incrédulo el colorido porta libro, abajo del afiche.

En letras muy pequeñas explicaba de qué se trataba el afiche y el librero, con esfuerzo intentaba leerlo, pero estaba muy alto para el pequeño; un hombre se acercó tomó un libro y dejó otro, así como apareció, desapareció entre la multitud de la calle.

El pequeño estaba confundido, el pueblo donde vivía todo tenía que ser pago, pero en Aciss era muy distinto, habían llegado a esta ciudad atraídos por un trabajo para su padre, él ni bien llegó consiguió un buen empleo, su madre se dedicaba a cuidar de él y sus tres hermanitos pequeños; en una ocasión el bebé se enfermó, sus padres estaban angustiados porque no tenían suficiente dinero para ir a un médico, un compañero de trabajo le dijo a su padre que fuera al hospital que allí no tendría que pagar nada, ni los medicamentos; grande fue la sorpresa al probar por sí mismo que lo que su compañero le había informado era cierto, la bebé se recuperó con prontitud y todos estaban muy felices.

Miró el lomo del libro y decía: «Cuentos para la infancia y el hogar». La curiosidad fue mayor a su temor, tomó el libro: tenía la tapa dura, brillantes imágenes ilustraban el frente, la tapa posterior era aterciopelado, color marrón oscuro; arrimó el libro a su rostro y sintió el suave aroma a piel.

Cuando abrió el libro por la mitad leyó el título «La pequeña Briar Rose», levantó las cejas con una expresión de, ¿y en qué idioma se lleva ese nombre? Antes de que pudiera encontrar una respuesta, una dama dejó en el estante un libro, al ver al niño ensimismado le dijo: «¿Te gusta? Llévalo, cuando lo termines lo devuelves; la mujer dio media vuelta y desapareció entre la gente.

El niño abrazó el libro y emprendió el retorno a casa. Por la noche leyó el cuento «La pequeña Briar Rose», según avanzaba la lectura fue reconociendo el relato que él había escuchado bajo otro título, quedó tan fascinado que cada noche leía uno y otro cuento, hasta que un día no tenía más cuentos que leer, solo seguían una decena de hojas llenas en manuscritos, algunas eran indescifrables, el color de las tintas eran diversas, en las últimas páginas pudo leer tres dedicatorias:


«Mi abuela me hizo amar estos cuentos desde pequeña, hoy terminé de leer a mis nietas el último, me siento una niña entre ellas. Nilreb, 8 de marzo de 1985.»


«Jamás pensé leer cuentos tan maravillosos, en mi facultad solo tengo libros de ciencias aplicadas, me fascina como una sola expresión de una hada hace que sucedan las cosas. Sirap, 25 de octubre de 1990.»
«Si las hadas existen, entonces quiero pedir que me concedan el don del habla. Aciss, 20 de diciembre de 2015.»

Entonces recordó la recomendación de la mujer, la que había hecho la devolución. En la contra tapa había una leyenda que decía:

«Somos amantes de los libros, elegiste un ejemplar que ha cautivado durante tres siglos a niños y grandes. Solo deja tu impresión escrito detrás de la última dedicatoria».

El niño pensó en que escribir; fue a buscar su estuche escolar, eligió el color celeste y escribió:

«Contaré estas historias a mis hermanos cuando crezcan un poco más, y si algún día llegara a ser abuelo, también se los relataré a mis nietos. Aciss, 24 de febrero de 2016.»

Las historias estaban frescas en su memoria, pero un temor asaltó a su pequeño corazón, ¿si los llegará a olvidar? abrazó el libro en su regazo, por un instante pensó que ese ejemplar le pertenecía, se sentó en su cama con la cabeza gacha, otro pensamiento atrapó su mente, que sería de los deseos del último lector, tal vez las hadas nunca se enteren del deseo si él retenía el libro.

Por la mañana salió, bicicleta en mano, rumbo al librero donde había encontrado los cuentos, fue algo como un sueño que le habló mientras dormía que le aseguraba que esas historias estarían siembre en su corazón, la calle estaba vacía, también lo estaba el librero, colocó en el estante el libro con mucho afecto, con una mirada de ternura se despidió, giró el manubrio y desapareció en la inmensidad de la ciudad.

Nada se resistirá si lo que expresas este salpicada de ternura.

Cuentos - Con moralejaWhere stories live. Discover now