Capítulo 2

61 10 4
                                    

Presente. Febrero 2017:

—¿Cómo se declara el acusado?

—Culpable.


Hace 9 meses. Mayo del 2016:

Darío:

El joven Darío, amante de la literatura, de padre editor y publicista y de madre investigadora, se encontró así mismo llorando por enésima vez en su cama, en posición fetal y con el portátil delante. Pero esta no era una vez más de las tantas que se frustraba por no haber podido escribir nada decente, esta vez se trataba de una decepción mayor. En el último mes, con la ayuda de todos los cursos y de toda la gente con la que contactó, el joven consiguió redactar unas páginas que serían el borrador de su relato para la asignatura de Creación literaria.

El mínimo de páginas exigidas por el profesor era de cien, lo que parecía demasiado, pero Darío, entusiasmado por primera vez con la idea de un mundo fantástico y mágico donde no existía la violencia y todo era una especie de utopía infantil, había llegado a escribir cerca de setenta. Dado que solo quedaba un mes para presentar la obra y ya tenía tal cantidad de páginas, decidió hacerle una visita a Ernesto, su profesor, para entregarle una copia de su trabajo.

El dicente, de unos sesenta años, se colocó las gafas de vista y comenzó ridiculizando la trama que había decidido desarrollar Darío, que se defendió diciendo que no era tan importante el género literario como la propia creación. Al fin y al cabo, de eso trataba la asignatura. Pero Ernesto continuó explicando que había que seguir unas pautas, que el relato debía contener elementos estudiados en clase y recalcó que no había ninguna mejoría en la escritura de Darío respecto al año pasado. Por tanto, aunque cumpliera con el mínimo de páginas antes de junio, seguiría estando suspendido por culpa de la calidad del contenido, no de la cantidad.

Darío volvió a defender su obra, habló de su protagonista y fue entonces cuando el profesor dio un golpe sobre la mesa y profirió que para héroes ya estaban los cuentos infantiles. Su tono enfurecido descolocó a Darío, que no sabía que su obra pudiera enervar tanto a alguien. Entonces, pensó que, a lo mejor, no era su obra sino él mismo, su ineptitud e incompetencia para escribir, lo que desesperaba a su profesor. Y volvió a casa sintiéndose el ser más miserable de la tierra.

A la mañana siguiente Darío despertó con un gran dolor de cabeza, era la primera noche que no pasaba frustrado por no saber de qué ni cómo escribir o finalmente escribiendo. Así que despertó antes de lo que Noel estaba acostumbrado y tuvieron la oportunidad de desayunar juntos como hacía tiempo solían hacer.

Darío seguía avergonzado por sus constantes fracasos, así que hizo lo imposible por evitar hablar del asunto con su amigo. No tanto por falta de confianza, sino por complejo. Los dos chicos se bebieron una taza de té caliente con pan recién hecho. Hablaron del relato que estaba escribiendo Noel, de Donato que seguía en su casa porque había tenido una pelea con su novia, de un concierto de un grupo al que ambos admiraban y al que querían ir, de la chica que le gustaba a Darío y de las últimas noticias del telediario.

Después del desayuno Darío decidió dar una vuelta, reflexionar sobre lo que haría si suspendía Creación literaria, y así lo hizo. Caminó hasta el Centro Comercial más cercano, recorrió algunas tiendas, aunque no tenía interés alguno en lo que estaba mirando. Después, compró una entrada para ver una película porque pensó que eso le despejaría.

Al contrario, dentro del cine, en la oscuridad de la sala, volvió a su mente su historia, los personajes que había creado y se entristeció. Su tristeza no estaba causada tanto por el fracaso de su trabajo como por el hecho de que nadie tendría nunca la oportunidad de leer esa historia a la que tanto cariño le puso.

No se lo digas a nadieDonde viven las historias. Descúbrelo ahora