Día 5 ~ Miedos

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Silencio.

Lejano, un sonido intermitente y agudo fue lo primero que percibió a medida que la conciencia de sí mismo regresaba, con gradualidad, tomándose un tiempo perezoso. Lo que antes distinguió como un murmullo en la lejanía se hizo cada vez más claro, como si, poco a poco se hubiera acercado hasta estar justo sobre él. No se alarmó, aquel sonido era, hasta cierto punto, tranquilizador.

El pánico, sin embargo, comenzó cuando se dio cuenta de que no podía abrir los ojos y percatarse de que tampoco podía moverse sólo lo acrecentó. Repentinamente comenzó a sentirse mareado, casi incorpóreo, su cuerpo no le respondía, la única señal de su conmoción podría ser solamente la agitación de su respiración y el martilleo asustado de su corazón que sentía hasta su garganta.

Como si respondiera al unisón de su pánico el sonido se hizo más agudo, más y más y sus ciclos de intervalos se redujeron, lo que le infundió más y más terror, como si estuviera siendo perseguido.

Quería gritar, removerse, poder vislumbrar algo más que la oscuridad que lo envolvía pero no podía. Presa del pánico y la ansiedad llegó a un punto de resolución en el que, haciendo acopio de todas sus fuerzas, intentó tranquilizarse e ignorar el pitido incesante. Normalizar su respiración y esperar a que su corazón se calmara, que era la única conciencia que tenía de sí mismo hasta ese momento.

Y después de segundos que parecieron eternos, finalmente pudo abrir los ojos. La luz llegó a raudales sobre él y tuvo que volver a cerrarlos, apretándolos con fuerza por el repentino cegamiento. Una alegre victoria brotó desde su pecho, al menos sabía que podía ver. Lentamente su castaña mirada se abrió, muy despacio con perezosos parpadeos para protegerse un poco de la luz que entraba por la ventana, su vista se tomó un tiempo para poder enfocarse completamente.

Estaba en un cuarto blanco, sus ojos rodaron hacia su derecha buscando el pitido que se mantenía constante pero reducía su marcha poco a poco hasta volver al ritmo que había mantenido cuando sintió conciencia de sí mismo. No encontró la fuente en una primera instancia, sus ojos se detuvieron en la búsqueda al reconocía una pequeña mesilla metálica a su costado cubierta con un impecable mantel blanco. Sobre él había unas hermosas flores, algunas se veían desgastadas pero había otras más radiantes, como si acabaran de ser puestas allí hacía poco, reemplazando probablemente las que ya estaban marchitas. Por alguna razón las miró durante algunos largos segundos antes de finalmente encontrar la fuente del pitido.

Reconoció el aparato de inmediato y el ritmo de los pitidos que visualmente se reflejaban como una onda en una pantalla verde por cada latido de su corazón, siguió entonces el cablecillo transparente que emergía del aparato y se dirigía hacia su brazo. Su pulso se aceleró y con él nuevamente el sonido de las pulsaciones, una tormenta de imágenes y recuerdos fragmentados volvieron a su cabeza repentinamente.

Cerró los ojos con fuerza e intentó ordenarlos. No recordaba mucho. Dos luces que lo habían cegado brevemente, el ensordecedor eco de un impacto junto con el del acero agrietándose. Una sirena a lo lejos, voces y siluetas a su alrededor, todas al mismo tiempo, como fantasmas borrosos y brillantes en sus recuerdos. La comprensión de lo que le había sucedido se abrió paso en su mente con vertiginosa fuerza, punzante y doloroso. Su cuerpo comenzó a doler con heridas que habían estado allí, frescas, como si acabaran de volver a ser infligidas. Todo su cuerpo resintió físicamente el dolor del golpe de verdad que estaba experimentando y estaba a punto de gritar agonizante cuando sintió el calor en su mano.

Volvió su rostro y todo el dolor, duda y pánico que sentía se congeló repentinamente, no se detuvo, pero el conjunto de su ansiedad fue siendo reemplazado poco a poco por la calidez del radiante descubrimiento. Era Yuri. La mano del rubio descansaba apretada alrededor de la suya, su dorado cabello, descuidado, cayendo sin ningún tipo de recato sobre su rostro y derramándose sobre el colchón. El joven ruso estaba dormido, sentado en una silla, que probablemente él mismo había arrastrado, su cuerpo inclinado sobre la cama, con su pecho y su rostro hundidos en la sábana, su mano sosteniendo la suya firmemente. No era una posición cómoda, la espalda de Yuri lo resentiría más tarde.

♡ OtaYuri Week ♡ ~ by KagomeKrizzWhere stories live. Discover now