XIV. Justicia

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El comienzo lo crearemos con nuestras propias manos, algún día

y con lo amable que eres, estoy seguro de que tu voz cambiará al mundo.

Puesto que la gente no puede alzarse por sí sola,

nos ayudaremos juntos, uniendo nuestras manos

y llegaremos al mañana que todo lo supera.


Netsujou no Spectrum. Ikimonogakari.


Donovah caminaba con un dolor que amenazaba con partirlo al medio en la zona del pecho, cada respiración era horrible y el dolor consecuente le mermaba las pocas fuerzas que tenía. El brazo le dolía ahí donde Celeste, su anterior objetivo, le había dado un zarpazo cuando trató de defenderse. Le había costado matarla, aunque lo logró, y ahora sólo quedaba un último cabo suelto.

Se adentró por los lugares adyacentes de la enorme mansión del zorro de mármol, usando las prolongadas sombras de los muros de hormigón para pasar inadvertido de los leones que hacían guardia en la entrada. Aunque estuviera muriendo y con un dolor que volvería loco a cualquiera, aún conservaba su físico en buen estado, por lo que saltar y tomar la cornisa del muro, dos metros más arriba, fue relativamente fácil. Cayó al suelo y flexionó las rodillas para absorber el impacto y, luego de verificar que nadie lo hubiera notado, corrió en cuatro patas hasta la puerta trasera y entró.

Una vez en la cocina, notó que no había servidumbre, todo tenía un silencio fantasmal. Ignoró eso y caminó por la mansión, usando el mapa de la edificación que tenía como guía. Agradeció mentalmente al animal que le hizo llegar eso... todo, en general: los objetivos, el veneno, todo. Subió una majestuosa escalera que se arqueaba un poco a la derecha y llegó a la segunda planta, avanzó hasta un despacho en el que claramente se veían las luces tras la rendija inferior de la puerta.

Suspiró, y le dolió como el demonio. Sacó cinco capsulas de su bolsillo y las tomó de golpe; sabía que se estaba arriesgando a una sobredosis, pero ese anestésico tendría que bastar para poder moverse sin problemas. Giró con cuidado su bastón y cuando oyó un mínimo clac lo desenvainó, no dejaba de serle útil el arma oculta en éste; había un brillo amarillento en la punta. El veneno. «Una última cosa», pensó, sacando con cuidado una jeringuilla que tenía el veneno concentrado, parecía oro líquido.

La ironía de la muerte de Faircross sería enorme: muerto por su propio producto.

Con cuidado empujó la puerta del despacho, estaba abierta.

—Pasa —dijo una voz dentro—. Ya sé que vienes a por mí.

Donovah abrió la puerta por completo, fijando su vista en su último objetivo. El zorro de mármol lo miraba desafiante con sus ojos bicolores, sosteniendo en su pata un revólver.

—Te estaba esperando —dijo Faircross.

Donovah apretó el sable en su pata, y con una precisión milimétrica fue girándolo muy despacio. Si él estaba armado no podría acercarse lo suficiente como para asestarle un golpe e inocularle el veneno, por lo que tendría que hacer lo mismo que con el león en la plaza. Sintió el cambio de peso cuando el sable quedó como una jabalina, separándose del mango.

—¿No le temes a la muerte? —preguntó Donovah, con un ligero silbido en la voz.

—No realmente. —El zorro se encogió de hombros—. Hoy no moriré yo.

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