V. Siete

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No quiero entender

Porque eso solo me confundiría

Pero, incluso si es sólo contigo,

quiero que hablemos con nuestras propias palabras.

ViViD. May'n


Donovah leyó en voz baja la cita que Judy le había dado. Nick y ella se mantenían en silencio esperando que el lobo dijera algo. Pasaba la mirada con rapidez por todo el lugar, oteándolo, habían cientos de libros repartidos en las dos estanterías que llegaban al techo y unos cuantos más apilados por el suelo, en la otra pared habían varios reconocimientos, unos eran deportivos, como lanzamiento de jabalina, salto con garrocha, arquería, esgrima, waterpolo; y otros eran por sus escritos, en Oslo, en Alemania, Australia y en varios países más. En definitiva, el padre de Aloysius era un animal de logros.

Donovah alzó la mirada.

—¿Esto las deja un asesino? —preguntó.

—Sí —respondió Nick—. Esa es la que ha aparecido con el tercer cuerpo, hay otra dos, de las cuales una de ellas, la segunda, es fácil entenderla.

—Ya veo —asintió Donovah—. Bueno, la cita en sí la reconozco, es de La Canción del Viejo Marino, la leí cuando era joven. Y por eso me extraña. Es antigua, lo suficiente como para que los jóvenes de ahora no la reconozcan.

—O sea que estamos buscando un animal adulto —vaticinó Judy.

—Sí, adulto sin duda. Por la manera en que la cita significa, es probable que sea un adulto de entre veinte y treinta años.

—Explíquese.

—Verán. —Donovah se levantó y caminó hasta una de las repisas, afincando su peso en el bastón negro, y sacó un libro delgado y con una fina capa de polvo. Volvió con ellos y lo colocó en el escritorio—. Este es el poema, y trata, en resumidas cuentas, de una boda, un barco y la maldición que recae en éste al desafiar el mar. —Se recostó en el escritorio—. El asunto es cómo se usó la cita. ¿Tienen las otras dos consigo?

Judy miró a Nick como sopesando si sería conveniente mostrarle las otras dos al lobo, porque al hacerlo sería parte de la investigación o, al menos, una pieza clave. El vulpino se encogió de hombros y ella suspiró, sacó de un bolsillo las otras dos citas y se las entregó a Donovah. Éste las leyó en silencio y mientras lo hacía se le iba frunciendo el ceño; se veía más serio.

—Lo que me temía —dijo al fin.

—¿Qué descubrió?

Donovah le entregó las citas a Judy.

—Reconozco las tres. La primera es de El Líder Perdido la segunda es de Shakespeare y junto con la tercera veo una especie de desahogo. —Ante la mirada incomprensible de ambos, Donovah procedió a explicar—. Puesto a que se usaron, o mejor dicho, se dejaron en homicidios, hay una especie de desahogo. La primera hace alusión a él mismo. Me explico, en la literatura o incluso en la creencia cotidiana se cree que matar a alguien es matar una parte de uno mismo, porque hay que destruir esa parte de nosotros que nos hace racionales para poder cometer esa barbarie.

Judy asintió, comprendiendo, por la manera en que Miranda murió, el sujeto en cuestión tendría que tenerle un odio a ella o simplemente, no sentir la mínima compasión. Lo que le daba un motivo personal, los asesinos no actuaban de esa forma tan elaborada si no quisieran vengarse y/o hacer sufrir a su víctima. Y ahí venía la pregunta del millón: ¿cuál de entre todos los motivos personales existentes, era el que lo hacía actuar?

Zootopia: JusticiaWhere stories live. Discover now