Pieles Blancas

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M: Nick Jonas ft. Tove Lo - Close 



El reloj marcaba con exactitud las 22:00 horas, llevaba cuatro horas de retraso y eso estaba fuera de lo común en su actuar. Se sintió aturdido y asustado, le dolía el cuerpo en su totalidad, como al ser arrollado por un coche, un golpe seco que le cortaba la respiración. Un palpito le infería  que algo no andaba bien, que si sumaba uno más uno no le daría por resultado:  Dos

De reojo vio  el nerviosismo en Rosario, quien para disimularlo  estaba sentada descalzo en el futon blanco de su estancia, un rato atrás  había comenzado a desaparecer lo despampanante de su atuendo y pensó con tristeza que ambos hoy habían perdido algo irreemplazable de vivir junto a los respectivos dueños de sus emociones. Dolía la espera, la incertidumbre, el sabor amargo de saber que toda explicación estaba demás,  los pensamientos podían ser perversos, es más eran sus propios enemigos; la racionalidad que lo caracterizaba se perdió detrás del corazón roto que su ausencia le dejaba.

El silencio cortaba el aire, ni la parlanchina de Rosario o él  se atrevía a dejar las palabras fluir, éstas las mantenían atadas al hilo invisible de la esperanza, sujetas  al anhelo, dejando colgadas cada una de ellas a las hebras que nacían del latir de sus corazones,   dejando ensimismados  a  los miedos que  sus almas   guardaban. Cómo si en ese simple acto del callar, el mismo compartido con un penitente frente al Altísimo,  elevara  a aquellos viejos  demonios en su interior y los dejase  aprisionados al silencio, volviéndolos humos que se disipa en el aire.

- Llamare a Teo  -  La voz de Rosario le pareció un  eco distante, aquel que viaja distorsionado  desde el otro lado de un gran  salón  lleno de gente. Asintió con la cabeza gacha, con un movimiento mecánico, nacido del reflejo espontanea de su  cerebro, era una maquina que funciona por acción no por reacción, era un hombre adulto, orgulloso de su formación pero en este instante  tenia los ojos al borde del abismo de las lagrimas y un yugo de angustia que crecía cada vez, Helena lo convirtió en un quinceañero enfermo de amor. 

La caja aterciopelada que sostenía  entre sus dedos, viajaba por sus falanges  haciéndola resbalar hasta el borde de sus yemas para luego sostenerla con fuerza, emblanqueciendo sus nudillos; su pensamiento extrapolo  las ideas bizarras que viajaban en su cabeza y  sopeso en aquel pequeño articulo todo el peso de lo que escondía del mundo, aquello representaba a su corazón; el que viajaba de arriba abajo al igual que su vida estas ultimas semanas donde las caricias de ella  le sabían a cielo y sus besos lo llevaban a la gloria, pero sin proponerlo lo dejaban al filo de la desesperación cuando se ensimismaba. Odiaba sus silencios, era una puerta que no lograba abrir del todo, allí su amor no le daba calor y los ecos de sus palabras no alcanzaban a ser escuchados ,  el miedo era su captor.

El ruido de un celular sonó detrás de la puerta principal, Rosario se levanto a prisa, como un resorte al volver a su posición habitual,  abrió la puerta  dejando entrar al dueño del aparato, el semblante demacrado de Teo golpeo con crudeza a Andros, su esperanza quedo ahogada en un bufido, que marcaba su corazón sangrante como una yaga abierta.  Estaba en lo cierto  la suma de las cifras no daba el ansiado resultado... ella lo había dejado.

Tomo su bolso y dirigió sus pasos secos a la salida, el cuarto lo ahogaba, sus manos sudaban y la caja aterciopelada rodó al piso, no la levanto, la dejo tirada tal  como lo había hecho Helena con él; era un acto mezquino, porque su dolor le importaba más que  el de ella, no pondría la otra mejilla para ser abofeteado.   

 Su naturaleza asustadiza lo había enamorado, esa delicada forma de comportarse ante el mundo, transitando por entre los vivos con la parsimonia de quien asiente por cumplir pero no por convicción, Helena era única, esa era la causa principal para amarla. la razón para tener una ternura infinita en  como mirarla, besarla o acariciarla, como  si fuera una pieza de cristal a punto de romperse en mil pedazos dejando el recuerdo de algo hermoso, pero pasajero. Fue obviando en ello sus propias sensaciones; si se acercaba más de la cuenta ella se alejaba, se encerraba en ese hermetismo que la mantenía a salvo del dolor, entendia que era culpable de ello por dejarla años atrás, por no ser lo valiente de enfrentar las consecuencias y era algo con lo que cargaría toda la vida, era su letra escarlata.

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