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Tras la muerte y posterior entierro de su hijo los Hamilton se mudaron a las afueras de la ciudad.

Habían planeado eso desde mucho atrás, pues allí vivía Peggy. Decideron que se mudarían allí por el delicado estado de salud de ella, pero, por un motivo u otro, no habían podido hacerlo, hasta ahora.

El motivo de la mudanza era alejarse lo más posible del centro para evitar molestas miradas y murmuros y una cantidad de gente persiguiéndolos por la calle. Si ya lo hicieron cuando se publicó aquello, ahora solo había aumentado con la muerte de su primogénito.

Una vez ya en la casa, Eliza subió sola hasta una de las habitaciones, donde se encerró. Era la que sería la habitación de Philip.

Desde que lo perdieron, las pocas veces que la familia Hamilton había visto a Eliza era como si hubieran visto un fantasma. Vagaba con la mirada perdida por todos lados, sin prestar atención a quienes la llamaban. Su piel estaba muy pálida porque no sabían desde cuando no pisaba la calle y sus pómulos empezaban a marcarse porque no comía apenas.

Parecía un fantasma. Un alma atormentada muy alejada de lo que algún día fue.

La pobre Angie intentó por todos los medios que abriese la puerta. Necesitaba a su mamá. Necesitaba sus caricias, su voz melódica y sus brazos reconfortantes. Necesitaba alguien que le explicara por qué no volvía Philip. Pero no consiguió que abriera. Y lloró sentada tras la puerta hasta dormirse.

Alexander arropó a todos sus hijos. Cargó a Angie en brazos y la llevó a su cama, dándole un besito en la frente antes de marchar.

Se dirigió a su despacho. Desde la muerte de su hijo, dormía todavía menos que antes, pues el recuerdo de su hijo ensangrentado en aquella camilla de hospital le perseguía cada vez que cerraba los párpados y solo era capaz de escuchar el grito que Eliza profirió cuando finalmente se fue.

Encendió la chimenea. Se sentó en el sillón frente a ella, con las llamas iluminándole los ojos. Se sentía bien recibir algo de calor que calentase su alma fría. No había emoción alguna en su interior que no fuese la melancolía o el simple vacío.

-Veo que tú tampoco puedes dormir.

No le hizo falta girarse para descubrir la propietaria de esa voz, pues la conocía demasiado bien.

Angelica tomó asiento en la butaca de al lado.

-Ahora hay un nuevo trauma que ver cuando cierro los ojos- comentó Alexander.

-Yo nunca he podido descansar si sabía que mis hermanas no lo hacían- confesó-. Una, en desgracia, está descansando para siempre. La otra, jamás va a poder hacerlo después de aquello.

No había emoción alguna en las palabras que decían. Eran dos personas rotas, frente al fuego en busca de una luz que les diera esperanza, que les diera el calor que necesitaban para salir adelante.

Alexander miró extrañado a su cuñada.

-Esta vez no me has felicitado por lo que hice.

-De lo único que me quedaban ganas de hacerte cuando me enteré era de tirarte al fuego y dejarte arder- notó un ápice de furia en sus palabras.

-Es el momento idóneo para hacerlo.

Angelica dirigió la mirada directamente a Alexander. Él se giró a observarla también.

-Por mucho que quiera, eres tú quien debe solucionar este embrollo- lo señaló con su dedo índice-. Me duele admitirlo, pero si no curas a mi hermana nadie lo hará.

-¿Cómo?

-Quizás si hubieras pasado más tiempo con tu mujer en vez de quedarte escribiendo o con otra, sabrías la manera- la furia que antes había atisbado afloró por completo.

Se levantó enfadada con el objetivo de marcharse hacia su habitación. Alexander también lo hizo.

-De verdad, no sé cómo hacerlo.

-¿No sobreviviste a una guerra? ¿O qué pasa, que como esta vez no puedes atacar como un cobarde y sabes que has de ver a estas personas todos los días no te atreves a luchar?

Cuando creía que nada más le haría daño, esas palabras hicieron mella en los restos de su corazón.

Se quedó sin palabras. Una vez más, una de las hermanas Schuyler le había dejado sin nada que decir.

La respiración de Angelica estaba agitada. Él iba a arreglar este desastre. Lo haría porque si no iba a arder, esta vez de verdad.

-Buenas noches, Alexander.

Se largó de ahí dando un sonoro portazo.

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¡Hola!
Sí, efectivamente, he retomado esta novela después de dos años. Matadme si queréis, porque lo merezco.

Espero que os guste este capítulo y os invito a pasaros también por los One Shots que estoy escribiendo de Hamilton.

Gracias por leerlo y perdón por la tardanza.

Felix Felicis y paz

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⏰ Cập nhật Lần cuối: Jul 08, 2019 ⏰

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